POR  MARTA SANZ

1. El pasado noviembre estuve en el Instituto Cervantes de Nueva York conversando con mi traductora al inglés, Katie King. Me refiero a ella como «Katie» con la familiaridad del cariño. Katie es una profunda conocedora de las culturas hispánicas y americanas, lectora sagaz y re-creadora literaria de gran sensibilidad y oído lingüísticos. Katie me eligió y doy gracias: ella se deja la piel por mis textos. Especialmente por pequeñas mujeres rojas que, por amor al arte, Katie tradujo de cabo a rabo recreando la musicalidad del estilo original, sus reminiscencias trágicas y humorísticas, la hondura -de fosa por descubrir- en los que yo pensaba mientras escribía. Gracias al buen hacer de la agente literaria María Cardona, Clavícula será publicada en inglés por Unnamed Press con traducción de Katie King. Estamos de celebración. Hay motivos.

2. Tengo 56 años y quince novelas publicadas. Mentiría si dijera que la traducción de mis libros al inglés no era para mí una cuenta pendiente. Astillita clavada entre uña y carne. Se puede infectar. Mi caso no es excepcional. No es fácil ser traducida al inglés. Sin embargo, en la conversación con Katie, ella me ayudó a combatir mi pesimismo y prejuicios que también podrían haberse transformado en astillas: España es el país que cuenta con más traducciones literarias en Estados Unidos, por delante de Argentina y México. Este dato debería diluir esa tendencia al victimismo que, a menudo, he detectado entre quienes nos dedicamos en España al oficio de escribir. También nos permite ser moderadamente optimistas respecto al papel de las instituciones públicas y sus ayudas a la traducción. Digo «moderadamente optimistas», porque, en el contexto europeo -uso datos de Katie- las obras en español traducidas al inglés están por debajo de los textos en francés o alemán. Es necesario frenar inercias que no se relacionan con la «calidad» -concepto movedizo-, sino con el poder cultural -es decir, económico- de las obras nacidas en un determinado país. Apelamos a la sapiencia del huevo Humpty Dumpty, señorial e indómito: «No importa lo que las palabras signifiquen, lo importante es saber quien es el que manda. Eso es todo». Las Alicias del mundo memorizamos la frase, la interiorizamos, para corroborar que la sentencia del huevo no es una huevada, sino pura lucidez: la autonomía del campo cultural, en el que se incluyen los trabajos de traducción literaria, se pone en tela de juicio en los tiempos del capitalismo avanzado porque los aspectos industriales fagocitan y recluyen, dentro de la jaula de lo minoritario, la diferencia y el riesgo de algunas propuestas artísticas. Especies en peligro de extinción.

3. Las subvenciones públicas no deberían reproducir la lógica del consumo cultural masivo que, en su apelación a la familiaridad y la espectacularidad, en su idea de lo cultural despojado de lo intelectivo, sobrevive sin necesidad de ayudas. También soy consciente de que, en términos generales, rodar una película cada vez es más difícil: desaparecen los cines -en New Haven, sede de la universidad de Yale, no hay ni uno- y «consumimos» películas en nuestros dispositivos digitales. Tanto el verbo «consumir» como el sintagma nominal «dispositivos digitales» repercuten en la definición de «película». En los atributos con que hoy tratamos de responder a la pregunta «¿Qué es el cine?».

4. Estas reflexiones contextualizan el segundo tema importante del conversatorio en el Cervantes. El título que Katie eligió para nuestro encuentro se basaba en un ejemplo retador: «Lorca sí, Galdós no». Durante mucho tiempo y aún hoy, Lorca es el poeta más admirado y traducido. El viaje que cristalizó literariamente en Poeta en Nueva York desencadenó un interés al que se suman el asesinato de Lorca, la altura, el desasosiego y el misterio de su estilo, la fusión de tradición y vanguardia, el cosmopolitismo y el españolismo simultáneos que caracterizan los versos lorquianos. El olvido de Galdós probablemente surge de una visión degradada del realismo decimonónico como estilo incapaz de universalizar lo local: demasiados garbanzos, demasiado Zumalacárregui, demasiado Madrid, demasiada impregnación republicana, demasiado carácter local para una cultura no hegemónica en el mundo, porque ya sabemos que nuestra noción de lo global está marcada por la sentimentalidad del imperio y nunca hay demasiado pavo del día de Acción de Gracias ni demasiado Lincoln ni demasiado New York… «Lorca sí, Galdós no», el lema de Katie King me hizo pensar que hoy sucede exactamente lo contrario: narratividad, literalidad, asequibilidad lectora, intolerancia a la incertidumbre y a la frustración, aplicación de técnicas folletinescas, familiaridad con la página literaria reconvertida en salita confortable facilitan la venta de derechos de obras a la manera de Galdós, frente a la de poetas del amor oscuro a la manera de Lorca. En Frankfurt algunos libros se venden a partir de un extracto, y otros son desechados por su idiosincrasia literaria y su voluntad de estilo. Que nos traduzcan es milagroso y resulta indignante que obras fundamentales como Antagonía de Luis Goytisolo fuera traducida en 2022 en Estados Unidos. The New Yorker la señaló como uno de los libros del año. Ahora nos queda por ver cómo evoluciona la literatura y si, en la época de la velocidad del 5G, la precariedad -en el lenguaje, en la cartera-, la epidermis, la homogeneización en las traducciones de la IA, la política slogan de Milei y su preconizado fin de la justicia social, aquí y ahora, la forma literaria de leer se convierte en espacio de resistencia política para desentrañar los mecanismos de la realidad.

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