POR ARIADNA RUIZ GÓMEZ
La presencia de los museos en la red tiene un recorrido de apenas veinte años y, en ese camino, los museos de arte contemporáneo destacan como pioneros de la actividad en el entorno digital: ellos fueron los que desde el inicio se apoyaron en el uso embrionario del espacio web. Pero la práctica digital de los museos venía precedida desde 1993 por los primeros accesos a masivas bases de datos que tejieron la world wide web (www), la gran telaraña mundial. Este salto a una globalización más extensiva, la denominada «googlización», afectó a la forma de entender la información y acceder a ella, así como a la cultura. En la última década del siglo xx y a comienzos del xxi, muchas instituciones museísticas, con la idea de reforzar su acercamiento al público, hicieron por traspasar sus fronteras físicas adaptándose a la dimensión web. Y, como sostiene el historiador del arte Rodrigo Gutiérrez Viñuales (Bellido Gant [ed.], 2007, pp. 265-282), este modelo de relación con el público ha abierto un nuevo espacio dentro de la nueva museología.

Disponer de una página web propia se convirtió en poco tiempo en una necesidad básica de las instituciones museísticas. Se asentó, así, la idea de que la digitalización era la única manera de romper barreras físicas y penetrar en nuevos hábitos de consumo. De hecho, una de las técnicas para lograr financiación consiste en presentar a posibles patrocinadores el número de visitas que tiene el museo en su página web. Directa o indirectamente, ésta es un formato de captación de visitantes.

En este sentido, investigadores latinoamericanos (Landa, 2014, 49) destacan la curva ascendente de implementación y desarrollo del museo online. En un principio, el museo latinoamericano se sirvió de la página web como mecanismo publicitario. Sería a finales de la década de los noventa cuando se incluirían contenidos dinámicos y relevantes. Este cambio alejó el espacio web de la idea de cartelera informativa para convertirlo en una plataforma de interacción, participación y aprendizaje. El tercer paso fue la inclusión de las redes sociales, herramientas que ayudan a generar y gestionar un intercambio de contenidos entre los usuarios y la institución museal. Como consecuencia, la presencia online del museo se alejó de la actividad individual y se convirtió en un trabajo en equipo, en el que participan miembros de diferentes departamentos del museo, dada la necesidad de conformar contenidos virtuales con los que interactuar, siempre para atraer a un mayor público.

Volviendo a la concepción del museo virtual, cabe destacar como su función básica la de acercarse a un público que, o bien quiere conocer el museo antes de acudir a él físicamente, o bien le es imposible desplazarse y desea descubrirlo a través de su espacio web. Algunos investigadores, como Cerveira (2001), preveían que el museo del futuro se tenía que entender y configurar como una red de bases de datos por la que el público pudiese transitar y plantearse intercambios enriquecedores, guiado por una investigación personal que pudiera ser tanto libre como dirigida. Para este autor, el museo del futuro, el virtual, tendría que aunar el placer intelectual del saber y el estético de la contemplación. Muchos estudiosos de la museología han analizado esa idea y ven complicado denominar «museo» al espacio digital de éste. Algunos escépticos, como Molly Flatt (2010), perciben con temor el recurso museológico a la web 2.0, ya que piensan que podría dejar obsoleta la institución física. Esta idea prevalece en muchos responsables de los museos latinoamericanos que he entrevistado para esta investigación, y coinciden en su negativa a implementar el área virtual del museo. Esta actitud distante ya fue advertida por Darren Peacock cuando explicó que los museos tienden a desconfiar siempre que se enfrentan a cambios; incluso puede no haber preparación ni conocimiento real de las nuevas tecnologías ni de sus ventajas (Peacock, 2008). Sin embargo, en ese caso, están, sobre todo, aquellos museos de un tamaño medio o pequeño, que tienen pocos recursos para llevar a cabo un plan de virtualización. Por el contrario, para quienes han sabido entender el nuevo lenguaje 2.0, colaborativo y de cocreación, éste ha aportado una nueva vía de desarrollo. La capacidad de llegar a los usuarios virtuales hace que estas entidades se posicionen de forma muy favorable en relación a nuevos públicos, construyendo una comunidad en torno a ellos, a base de escuchar, conversar y compartir (Rodá, 2010). Como veremos a continuación, el diferente grado de digitalización y la incursión de las redes sociales como apoyo y soporte de los museos han hecho que, desde el cambio de siglo, las ideas de museo virtual y museo digital hayan quedado progresivamente definidas y ampliadas.

 

LOS MUSEOS VIRTUALES Y SUS TIPOLOGÍAS

Antes de entrar a desgranar los tipos de museos virtuales que existen, tomaremos la definición de Gutiérrez Viñuales en su investigación (cit., 2007) cuando señala que el museo virtual es aquel que, siendo real, posee piezas que son digitalizadas y fotografiadas para ser difundidas por la red. Mientras que los museos digitales son los que poseen obras que únicamente existen en la red o que se han llevado a cabo a través de plataformas de diseño y creación digital.

A partir de este punto, podemos distinguir los tipos de museos virtuales, según el grado de implicación en la esfera web. Para esta tarea, seguiremos los preceptos de María Pincente (1996), de la Universidad de Toronto, que en su obra Surf’s up. Museum and the World Wide Web sintetiza un esquema que ha sido utilizado por muchos estudiosos de la museografía en internet, y que en el caso que nos ocupa nos puede ayudar a discernir los modelos que han ido elaborándose en Latinoamérica. Siguiendo su criterio, los hemos clasificado en tres categorías. En el nivel más básico, se encontraría lo que se entiende por la propia plataforma web del museo, donde se ubica la información práctica, como horarios, exposiciones, historia de la institución, etcétera. Cabe señalar que este espacio fue el primero en ser entendido como museo virtual y, en algunas ocasiones, se lo sigue denominando de este modo, a pesar de ser una herramienta web de la institución. En esta línea, algunos investigadores hacían una subdivisión, donde el primer peldaño era la digitalización del folleto del museo, así como su información más básica. Sin duda, es algo elemental; pero en 2017 se considera superado, ya que folletos, horarios, documentación de las exposiciones, etcétera, quedan integrados en el formato habitual de las páginas webs actuales de los museos.

Un paso más allá, y clasificada en una segunda categoría, estaría la recreación del museo físico, a partir de fotos y renders (proceso de creación de imágenes o vídeos a partir del cálculo de iluminación y de un modelo 3D). Se trata de una simulación de movimiento por el museo, que podemos encontrar definido como «paseo» o «recorrido virtual». Suele concernir a las colecciones permanentes y, en algunas ocasiones, a las temporales. Esta categoría web es empleada por la mayoría de los grandes museos; otros más modestos ya están reservando parte de su partida presupuestaria para la creación de imágenes panorámicas, animaciones o los mismos recorridos virtuales, como constatamos en el Museo de Arte Contemporáneo de Bogotá.

Por último, tendríamos una tercera categoría, la ocupada por el museo virtual interactivo. En esta ocasión, corresponde hacer un subapartado, ya que ese espacio puede ser una prolongación de los contenidos presenciales ofertados en el museo, pero también puede tratarse de un único espacio virtual, es decir, que no exista sede física, aunque, como veremos, esa modalidad constituiría ya, a día de hoy, una tipología independiente. Ha pasado a formar propiamente una cuarta categoría. Esta variante se caracteriza por ser un sistema hipertextual que prolonga, tanto si existe sede física como si no, los contenidos y objetos expuestos. El fin consiste en ofrecer la posibilidad al usuario-visitante de crear diferentes recorridos, con independencia de si su idea es acercarse exclusivamente a la colección o si su intención es preparar una visita al museo. Este caso nos brinda la posibilidad de realizar consultas no lineales en la investigación o en el disfrute de las colecciones y destaca, asimismo, por disponer en su espacio web de toda serie de enlaces y recursos virtuales, que, a su vez, derivan a otros centros del mundo que trabajan el tema, la obra, etcétera. Esta última modalidad de sitio es más participativa que ninguna otra para el usuario. A día de hoy, la mayoría de los museos, tanto en Latinoamérica como en el resto del mundo, codician este formato y lo están integrando en sus sitios webs, ya que, a través de tales herramientas, están en disposición de propiciar la interacción de los participantes y el intercambio de conocimiento en régimen de colaboración.

Sin duda, sobre esta clasificación pueden existir diferencias de parecer. Algunos estudiosos circunscriben el modelo del museo virtual al que contiene obras exclusivamente digitales. Pero, con la evolución de los medios, aparecen nuevas tipologías y, en la actualidad, existen museos que no poseen sede física, cuyas obras son digitalizadas o creadas ex profeso. A este modelo se lo ha denominado «museo imaginado». Es decir, se trata de una creación enteramente virtual, instituida mediante renders o realidad aumentada, en la que se aúnan piezas artísticas y documentos digitalizados o cedidos por sus autores, que pueden verse sólo en la página web, o bien en otros museos, galerías o bibliotecas, espacios físicos que se encuentran distantes unos de los otros. Ello hace que este tipo de museo sea una manera rápida de hallar en torno a una temática documentación y piezas que no están disponibles con la misma facilidad de otro modo. El desarrollo de las humanidades digitales a través de tesauros ha dado un salto sustancial con la digitalización generalizada de obras de arte y colecciones. Tanto los centros de investigación como los archivos, bibliotecas o museos trabajan con tesauros y son una manera práctica y ágil para visibilizar el acervo cultural. Un ejemplo es la red de museos que posee Chile, el Registro de Museos de Chile (RMC). Se define como una plataforma virtual de los museos del país, algo que la mayoría de los ministerios de Cultura latinoamericanos han incorporado en los últimos quince años. En toda Iberoamérica el uso y desarrollo de estas plataformas es habitual, ya sea con el fin de presentar el museo como para dar a conocer las obras y exposiciones. Así pues, los establecimientos museísticos incluyen, por regla general, fotos, vídeos y recreaciones del espacio en su web.

A todo ello ha contribuido, indudablemente, el crecimiento e internacionalización del arte latinoamericano a partir de los años ochenta. Se produjo un enorme incremento del interés de las galerías de arte estadounidenses, que se volcaron en la vecina región y comenzaron a vender obras del centro y sur de América, lo que empujó a museos y galerías latinoamericanas a buscar la máxima visibilidad. Esto se tradujo en un mayor reconocimiento para el arte del continente, que, con rapidez, se hizo perceptible, por la demanda de obras y el ingreso de muchas en los espacios de las instituciones museales anglosajonas. Su relevancia se ve materializada en las cátedras de arte latinoamericano, como la cátedra de Estrellita B. Brodsky,[i] que se creó en importantes museos como el MoMA y el Metropolitan en Nueva York y la Tate Modern de Londres. Este cúmulo de circunstancias tuvieron como consecuencia que, con el final del siglo xx y el comienzo del xxi, los museos latinoamericanos desarrollaran una museología que tomó decididamente las nuevas tecnologías como herramienta útil y didáctica para la generación y difusión de contenidos. Las principales beneficiarias de la implementación de dichas tecnologías han sido sus páginas webs, empleadas a modo de embajadas de los museos en el ciberespacio.