POR  DAVID LORENTE FERNÁNDEZ

A mi pequeño Alejandro

Humboldt fue también, o además, o en primer lugar, un escritor. En sus libros de viajes hay siempre reflexiones sobre cómo escribir. Intercaladas, diluidas entre árboles selváticos abigarrados de epífitas, ríos y cascadas, se encuentran pepitas de oro que son párrafos enteros dedicados a plantearse a sí mismo y exponer ante sus lectores la manera en que se debía escribir sobre la complejidad de la selva –el modo en que él mismo lo hacía– para resultar eficaz. Como esos escritores que ocultan las claves, pero no tanto –y deliberadamente– para el lector perspicaz, Humboldt no reunió estas observaciones en un texto independiente, sino que las dejó dispersas, tal y como en apariencia habían surgido en algunas de sus obras: piezas de una teoría de la escritura de viajes, de la naturaleza y del paisaje de la Amazonía que él retrató.

El holismo relacionista de Humboldt planteaba un reto en términos narrativos: lenguaje, forma, estructura, tipos de texto. Me refiero principalmente a su Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente. También pienso en sus lecciones inaugurales y conferencias o en textos dispersos contagiados de ese tipo de estilo hecho para la selva, para el viaje en los trópicos –que tal vez, para Lévi-Strauss, estaban comenzando ya en ese momento a ser tristes–, distinto de otros tratados suyos más abstractos y expositivos (léase Cosmos).

No soy un experto en Humboldt ni pretendo serlo, pero sí un lector interesado y preocupado por la forma en que trató de resolver intelectualmente, y desde un punto de vista emotivo o anímico imbuido de ciertos ecos románticos de su época, el problema de la escritura integral, global, selvática. ¿Por qué es tan fresco y vivaz y fotográfico de diapositivas Kodachrome –él diría «pictórico»– con sus crepúsculos rosados y sus verdes paisajes ecuatoriales? Y no me refiero a la pertinencia de su ecología avant la lettre o a las preocupaciones por la devastación humana de la naturaleza, tan modernas o posmodernas, sino al artificio escritural-narrativo-estilístico que diseñó para condensar y plasmar un mundo infinito de biodiversidad, paisajes, escenas, dinamismos, culturas y tensiones coloniales, produciendo un relato-río envolvente, embriagante, siempre lleno de luz, de vida.

Humboldt estaba preocupado por los cuadros. Cuadros de la naturaleza es el sugerente título de uno de sus libros más conocidos. La pintura no es allí solo metafórica. Esta le interesaba como una forma de expresión englobante para resolver algunas de sus preocupaciones estéticas vinculadas con la manifestación de la vida. Al narrar la captura de anguilas eléctricas por medio de una estampida de caballos salvajes –una de sus vívidas escenas que quedan galvanizadas en la mente del lector–, Humboldt es presa de una frustración expresiva. Extasiado y horrorizado al mismo tiempo ante aquella lucha mitológica entre caballos, peces eléctricos e indios que alancean a las anguilas que se desbordan en las orillas, escribe:

Habría deseado que un hábil pintor captara el momento en que la escena estaba en su apogeo. Los grupos de indios rodeando el estanque; los caballos, que, con la crin erizada, el espanto y el dolor en los ojos, desean huir de la calamidad que les sorprende; las anguilas, amarillas y lívidas, que, semejantes a grandes serpientes acuáticas, nadan en la superficie del agua y persiguen a sus enemigos: todo esto ofrecía, sin duda, un conjunto pictórico. Recordé el cuadro soberbio que representa a un caballo entrando en una caverna, aterrorizado ante la vista de un león: la expresión de su terror no es más fuerte que la que vimos en esta lucha desigual (Humboldt, 1977c, p. 160).

La preocupación de Humboldt por los cuadros trasciende lo pictórico. No parece satisfacerle la mera observación a distancia, que resuelve la escena en una composición esteticista. Esta es una parte de la descripción, el dinamismo, la tensión dramática y la lucha agonística que caracteriza la interacción entre seres vivos tan distintos, artificiosamente coordinados durante lo que semeja más una cacería que un tipo de pesca. Humboldt necesita como científico comprobar la descarga de hasta 600 voltios que son capaces de propinar las anguilas gimnoto enfurecidas:

Los hombres no se exponen temerariamente a las primeras explosiones de un gimnoto muy grande y en alto estado de irritación. Si por azar se recibe un choque antes que el pez esté herido o fatigado por la persecución, este choque es tan doloroso que resulta imposible pronunciarse sobre la naturaleza del sentimiento mismo. No recuerdo haber padecido jamás, por la descarga de una botella de Leyden, una conmoción tan horrorosa que la recibida cuando coloqué los dos pies sobre un gimnoto que acababan de sacar del agua. El resto del día sentí un dolor vivo en las rodillas y en casi todas las coyunturas del cuerpo. Un golpe sobre el estómago, una piedra que golpee nuestro cráneo, una fuerte explosión eléctrica, producen instantáneamente el mismo efecto. Nada se distingue cuando todo el sistema nervioso está afectado de un golpe (Humboldt, 1977c, p. 169).

Mientras un escritor de viajes no suele incurrir en este tipo de experiencias, la escritura es un acto residual en Humboldt, ya que el propósito principal es la investigación. ¡Pero qué residuo de escritura tan fantástico! Carente de alarde y afán aventurero, Humboldt se expone a los hechos recurriendo a su propio cuerpo como instrumento de análisis. Completa el cuadro visual con el aporte de una experiencia al límite. Intensa para el lector, se suma la vivencia fenomenológica: el interés por lograr una comparación exacta de la electrocución producida por la descarga resulta desconcertante.

Humboldt no se refiere al hablar de «cuadros» a meras composiciones ópticas. Involucra todas las percepciones: el intelecto, las cualidades estéticas y hasta voces de personajes circundantes –indios, colonos, frailes– se suman puntualmente a la escena. Desdice o confirma las opiniones de quienes llevan mucho tiempo conviviendo con el fenómeno, o le aportan matices. Cuando se enfrenta a una escena memorable contenida también en Cuadros de la naturaleza –«La vida nocturna de los animales en las selvas primitivas»–, el naturalista construye toda su descripción contraponiendo la explicación, para él poética, de los indígenas –la agitación nocturna de los monos, aves y mamíferos de la selva responde a que «celebran o festejan el claro de luna»– a su propia observación empírica, basada en que se trata de una ruidosa cacería, con un efecto análogo al producido en ocasiones por la descarga relampagueante de una tormenta eléctrica.

Además de vivir la escena, a Humboldt le interesa cómo se logra captar el momento mismo de su desarrollo con el fin de preservar su vivacidad, clave, según él, para lograr lo que considera una transmisión idónea y eficaz. Humboldt habla, alude, se refiere constantemente a sus diarios de viaje como una prueba de autoridad pero también como un instrumento escritural. Son la fuente primaria para trasferir emociones y percepciones frescas y genuinas al relato. En el mencionado texto sobre los animales en la vida nocturna selvática escribe: «Estos datos que tomo de mis diarios alemanes, no fueron reproducidos por extenso en mi Relation de voyage, publicada en francés […]. Lo que ha sido escrito en presencia misma de los fenómenos, o poco tiempo después de haberlos observado, cuando las sensaciones que procuran están aún frescas, debe tener más vivacidad en el colorido que el eco de un recuerdo tardío» (Humboldt, 1977b, p. 80).

Los diarios se convierten para Humboldt en la respiración de su escritura y, por tanto, en una disciplina que siempre le acompaña como registro testifical, inventario de materia prima, vivencia impresa, realidad aprovechada o fijada, fuente de autorrecriminación cuando no los profesa. En una pausa narrativa en el Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente, dice para sí mismo y sus lectores:

Durante todo el viaje desde San Fernando hasta San Carlos, en el río Negro, y desde allí a la ciudad de Angostura, tuve buen cuidado de registrar por escrito, día a día, ya en la canoa, ya en el campamento nocturno, cuanto sucedió digno de mención. Las fuertes lluvias y la indecible cantidad de mosquitos que pululan en la atmósfera del Orinoco y el Casiquiare determinaron forzosamente lagunas en mi crónica, pero siempre las colmé a los pocos días. Lo anotado a la vista de los objetos descritos tiene un sello de veracidad que presta cierto encanto incluso a las cosas más insignificantes. Cuanto más prepotente y grandiosa aparece la Naturaleza en las selvas recorridas por gigantescos ríos, más hay que ceñirse rigurosamente a la sencillez en las pinturas de ella (Humboldt, 1988, pp. 188-189).

La idea de una impresión que se deteriora u oxida con el paso del tiempo y que debe ser captada hic et nunc, in situ, en presencia misma, visual y sensorial, de los fenómenos para tener más vivacidad en el colorido y transmitir «sensaciones frescas», se completa ahora con la idea de realidad aplicada hasta a los menores detalles. La descripción «a la vista de los objetos» imprime veracidad a la narración. Y la clave más importante del estilo de Humboldt se resume, como máxima, en una frase: sencillez y precisión inversamente proporcional a la grandeza de la naturaleza. Exactitud y sobriedad impresionista en la descripción. A lo largo del viaje equinoccial hay una selección cuidadosa de elementos, de adjetivos poderosos y de oraciones cortas, claras, con continuas yuxtaposiciones trazadas mediante punto y coma que crean una acumulación de acciones, percepciones y juicios en muy poco espacio. Es como una urgencia por abarcar, pero hay tanto…, que el apunte debe ser breve.

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