Otros encuentros fueron con Elizabeth Burgos y Pedro Shimose, amigos muy cercanos y queridos por Gastón. Entonces, se desbordaba sobre los enormes aciertos y los graves errores de Bolívar, sobre su admiración por Bello, sobre los equívocos en la fundación de Bolivia, sobre el fracaso de la democracia en Hispanoamérica… Decir que la conversación con Gastón era enciclopédica es un lugar común, pero cierto: poseía el lujo de una fiesta, ameno festín de un discurso, ajeno al de Lezama, dominado por la pasión y una inteligencia laberíntica que conducía siempre a sorprendentes nuevos senderos, encadenados únicamente por el placer de encantar al oyente.

Debí leer entonces la renacida poesía de Gastón. Poemas inscritos en el encantamiento del lenguaje, un sorprendente espejo que lo devuelve en una lúdica, maravillosa lucidez expresiva, inversa a la gravedad tonal de sus primeros poemas. En Poemas escritos en España (1960), encontré la tierna emotividad que le descubre a Sancho, «basto por fuera, fino por dentro», en las «Canciones de amor de Sancho a Teresa». Con la lectura de Memorial de un testigo (1966) descubrí cómo el júbilo de la creación —«Fanfarria en honor del Escorial»— puede convivir con el desasosiego que produce la soledad humana en sus extremos —«El mendigo en la noche vienesa»— o con un desconcertante juego de identidades, resuelto con la levedad de la ironía y del humor —«Los lunes me llamaba Nicanor»—.

En los ochenta, acudí en ayuda de mi amigo, el poeta boliviano Pedro Shimose, impuesto en la tarea de recoger en un volumen la poesía completa de Baquero en el Instituto de Cooperación Iberoamericana, al amparo de Inocencio Arias, vicepresidente de la institución y amigo leal de Baquero. Un proyecto al que se resistía Gastón, coherente con una postura que mantuvo hasta el final de sus días. Y es que, si bien sentía un enorme respeto por la escritura, insistía en el refugio de la soledad acompañada y, desde un profundo sentido del decoro y de su habitual escepticismo, restaba importancia a los fastos de la celebridad. En mi larga experiencia como editor, nunca he conocido otro autor tan auténticamente renuente a hacerse visible, a dejarse descubrir. Insistimos en vencer su inamovible resistencia y acudimos al resorte del juego, le propusimos que organizara él mismo sus poemas, únicamente para complacernos a nosotros, destinados sólo a nuestros ojos. El resultado fue una recopilación ordenada desde los poemas más recientes hasta una severa selección de sus primeros textos poéticos: Magias e invenciones (1984). La voz de Gastón se nos revela aquí como «una victoria del conocimiento sobre la fiebre», en palabras que él dedicara a Pound (Baquero, 2015, p. 396). Su poesía parece contravenir la complaciente ritualización de la mirada domesticada y la liturgia de la obviedad. Su palabra se propone redimir el presente sin relieves, que oculta la densidad significativa de una memoria desacralizada. Así, su discurso se aleja de la pasiva recuperación melancólica del pasado para conducirlo a una plenitud en la que la realidad se abraza con la fantasía y la invención. Reivindica la recuperación fragmentaria y discontinua de una memoria de magias y fabulaciones, aquella en la que se atisban dispersos instantes de asombro y perplejidad, de sutil ironía y humor, donde asoman destellos de felicidad creadora. Poemas como «El galeón» o «Brandemburgo, 1526» no pretenden otra cosa que intensificar un proceso de reidentificación, donde un sentimiento de pérdida o ausencia se complace con una reescritura lúdica —libre— de la historia, en la que la invención, lo fabuloso, corrige esa estrecha imagen de un vacío con la que la realidad nos engaña. Recupera, así, la densidad de un tiempo poético dotado con la reciedumbre de una memoria que ensambla lo disperso, reordena sus fragmentos, fabula nuevos encadenamientos en la invención de una imagen que gana espacios en la celebración de la existencia. Al tiempo, entrega espléndidas traducciones de Senghor y Gabriel Okara, entre otros, para «exaltar la belleza y la sensibilidad de una poesía que muestra a la perfección […] la conmovedora y magnífica espiritualidad del hombre negro» (Baquero, 2015, p. 210).

En 1990 fundé la editorial Verbum, un homenaje a la primera revista publicada por Lezama, y quise contar para su botadura con ese puñado de poemas que sabía que Gastón continuaba escribiendo. Nació de este modo el proyecto del último libro unitario que daría a conocer. Tampoco fue fácil. Gastón se resistía a publicar de nuevo y rechazaba amablemente las ofertas que recibía de otras editoriales. A su resistencia opuse el recurso de la significación que tendría para nuestra modesta editorial que su nombre quedara vinculado al de aquella revista fundada por Lezama. Gastón se rindió y aceptó la propuesta, considerándola más como un homenaje a Lezama que como una oportunidad para entregar nuevos poemas. Y, entonces, comenzó la lucha por titular el volumen. Como en Memorial de un testigo, yo quería titularlo acogiéndome al de su primer poema, «El viajero», a lo que Gastón se negaba. Días después, me llamó para anunciarme que ya tenía el título: Poemas invisibles. Un título que él mismo explicaría, desde su señorial escepticismo, en sus primeras páginas: «Esta parva cosecha lleva el nombre de Poemas invisibles porque adivino para los que la componen el mismo destino limbal que tuvieron sus hermanos». En poemas como «Manuela Sáenz baila con Giuseppe Garibaldi el rigodón final de la existencia», «Con César Vallejo en París —mientras llueve—» o «Invitación a Kenia» confirma la plenitud de una escritura concebida como realidad transfigurada hasta donde alcanzaba su imaginación. Todavía Gastón pudo ver la publicación de un nuevo libro, la Autoantología comentada (1992), para la que escogió la música que debía acompañar la lectura de los poemas seleccionados.

Desde su plenitud —observada siempre desde el rabillo de su ojo escéptico— conoció Gastón el entusiasta reconocimiento de los entonces jóvenes poetas españoles: Francisco Brines («La poesía de Baquero reinventa la mirada inocente y asombrada del niño, y por eso es tan continuada la feliz sorpresa de la imagen inesperada, y su plenitud sensorial»), Leopoldo Alas («En el paraíso de Gastón, las épocas se confunden, se diluyen las fechas, por sus poemas desfilan personajes y situaciones que son anacrónicas o ucrónicas, es decir, que están fuera del tiempo, que nunca sucedieron […]. Su poesía es presente absoluto y, como toda poesía verdadera, inventa una realidad habitable de matices sublimes que nos redime de la banalidad y la rutina»), Luis Antonio de Villena («[Poemas invisibles] es un conjunto de textos donde la cultura más refinada se alía con el sueño y la fantasía, la invención se mezcla con la música, el versículo se enseñorea y reina, y la metafísica se abraza con la ironía, a la par que el escepticismo come de la mano de la pasión»), Luis Suñén («La gloria de este escritor gigantesco ha estado cubierta siempre por el velo de una indiferencia que solamente unos pocos supieron o quisieron traspasar. Unos pocos que vieron en él la singularidad del poeta uno y diverso, la pertinencia de una lengua que siendo común es siempre propia, la imaginación, la tradición dominada por encima de lo libresco, de la visión del puro adorno»), Pere Gimferrer («Un poeta transterrado no sólo lleva consigo su tradición autóctona como un continente —¡o una isla!— portátil: puede, además, convertirse en fecundador para su nuevo territorio de adopción. Así fue Gastón Baquero para muchos de quienes, en España, empezábamos a escribir poesía en los años sesenta; así, en su Memorial de un testigo, reconocimos la voz de un maestro, extrañamente afín a nuestras propias voces»), Luis Alberto de Cuenca («Recuerdo, sobre todo, al maestro Baquero dinamitando convencionalismos […], invitándonos a la fiesta de su pasión por la literatura, que era devastadora, tormentosa, terrible»)…

En 1992 fue finalista del Premio Nacional de Literatura y en 1993 recibió el homenaje internacional de la Universidad de Salamanca, organizada por Carmen Ruiz Barrionuevo y Alfredo Pérez Alencart, que culminó con la publicación de dos volúmenes que recogían su obra poética y en prosa, a los que se añadió un tercero, Celebración de la existencia, que reunía ensayos sobre su vida y su obra de una veintena de poetas y académicos españoles e hispanoamericanos. Al homenaje Gastón responde con una pizca de escepticismo: «Estoy totalmente aturdido, asombrado, y la verdad es que me pregunto por qué hay tanta gente». Éste fue el año en que fue nominado para el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. En 1995, al cuidado de Alfonso Ortega Carmona y de Alfredo Pérez Alencart, se publican dos volúmenes que recopilan su poesía completa y una amplia selección de sus ensayos. Un último homenaje, el 6 de mayo de 1997, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, organizado por Radio Exterior de España y la Residencia de Estudiantes, ya no lo encuentra. Ha sufrido un infarto cerebral y fallece el 15 del mismo mes.