En algunas de las cartas entre la editorial Einaudi y Seix Barral, se da testimonio de la dura mano de la censura en libros de Pavese, Cassola y del mismo Calvino. De Calvino, de sus ediciones al castellano y de su tardío conocimiento en España hemos tratado difusamente en el número 785 de esta revista[i]. Sus obras tendrán una difusión completa solamente a partir de los ochenta, cuando estaba a punto de acabar su trayectoria por su temprana muerte en 1985. De su amiga y compañera en la casa Einaudi, Natalia Ginzburg, nos sorprende descubrir que en Argentina se hubiese publicado una única edición: Todos nuestros ayeres (Compañia General Fabril Editoria, Buenos Aires, 1958). En España su obra tendrá que esperar hasta la década de los noventa para una difusión que acaba de completarse.

 

Hoy en día, el panorama de las traducciones de los autores italianos de la posguerra, sigue inconcluso. Faltan algunos de los escritores más influyentes de su generación y de las sucesivas. Por citar dos nombres, Romano Bilenchi y el gran Beppe Fenoglio. Por eso, una de las grandes conquistas de Seix Barral en sus comienzos fue la traducción de autores como Tommaso Landolfi (1908-1979), hoy prácticamente desconocido en España, apartado de las principales tendencias literarias italianas de la posguerra y considerado una de las más altas plumas de Italia en el siglo XX. Después de Svevo, es el segundo autor italiano que publicará Barral, concretamente su obra La piedra lunar (1956). Otro autor barraliano, aunque posterior con respecto a los inmediatos años de la posguerra[ii], fue Carlo Emilio Gadda (1893-1973), maestro absoluto del expresionismo lingüístico que se impone como un personalísimo instrumento de interpretación y de juicio. Gadda protagonizará los años cincuenta cuando su búsqueda estilística llega al punto de ser la expresión directa de un proceso moral.

 

VOCES DE ESPAÑA

Algunas opiniones relevantes nos sitúan en lo que significó leer a estos autores. De Gadda, Juan Marsé, en una entrevista, declaraba:

            «Yo recuerdo otras novelas italianas de la época que tuvieron mucha más repercusión. Recuerdo sobre todo la novela de Carlo Emilio Gadda, Il         maledetto imbroglio, bueno, este fue el título de la película, era Quer         pasticciaccio brutto de via Merulana, que tuvo mucha audiencia y difusión. No, yo creo que no se le llegó a mitificar. Se le respetó y admiró mucho, pero como    una cosa singular»[iii].

 

En relación al año clave, el de 1945, no podemos olvidar el momento en que un atrevido y joven Einaudi edita Cristo si è fermato a Eboli, de Carlo Levi. Escrito en su casa de Florencia –«città tornata primitiva foresta di ombre e di belve»–, escribirá el mismo autor en su «nota all’editore» en la reedición del libro en 1963:

«Ogni momento, allora, poteva essere l’ultimo, era in sé l’ultimo: non v’era          posto per ornamenti, esperimenti, letteratura: ma soltanto per la verità reale, nelle cose e al di là delle cose. E per l’amore, sempre troncato e indifeso, ma         tale da tenere insieme, lui solo, un mondo che, senza di esso, si sarebbe sciolto e    annullato. La casa era un rifugio: il libro una difesa attiva, che rendeva       impossibile la morte»[iv].

 

El médico, pintor y escritor Carlo Levi tendrá su traducción al inglés (The story of the year) casi inmediatamente, cuando en 1948 Penguin Books publica Christ stopped at Eboli. Juan Goytisolo escribía en el suplemento de El País a propósito del influjo que Vittorini y Carlo Levi tuvieron en algunos narradores españoles de los años cincuenta:

            «Si Vittorini abrió el camino a la denuncia del abandono inicuo del            Mezzogiorno, no fue el único en hacerlo. Junto a él, tras él, algunos             compatriotas siguieron sus huellas: el bellísimo libro de Carlo Levi, Cristo se       detuvo en Éboli, describe también de forma magistral su confinamiento por      razones políticas en un pueblo mísero de Basilicata[v] y un autor menos       conocido, pero igualmente aguijador, Rocco Scotellaro, publica asimismo en los   cincuenta un excelente relato titulado L’uva putanella, esto es, El redrojo, sobre    la Italia menesterosa y abandonada del Sur. Sicilia, Calabria, Basilicata y    Apulia             fueron en aquellas décadas la Andalucía que Antonio Ferres y yo recorrimos             unos años más tarde»[vi].

 

El mismo Juan Goytisolo, en otra publicación añadía:

            «A mí me influyeron bastante en esta etapa los italianos que habían crecido en      la época del fascismo. Me interesaban mucho por la similitud de los problemas        que ellos habían tenido respecto a lo que nosotros sentíamos sobre el régimen       español. Leí muchísimo, y los que más me influyeron fueron Pavese, Vittorini y            el libro de Carlo Levi Cristo se detuvo en Eboli»[vii].

 

Resulta lógico pensar que Goytisolo leyera este libro de Levi en su edición francesa, publicada por Gallimard en su etapa parisina[viii]. Caso aparte fue la publicación de Se questo è un uomo[ix], de Primo Levi, arrestado por la milizia fascista en 1944, que lo entregó al ejército de ocupación alemán al identificarse como judío, ya que como partisano lo hubieran fusilado. A su milagrosa vuelta de los campos de concentración, publicaba gracias al editor De Silva dos mil quinientas copias de Se questo è un uomo en la «Biblioteca Leone Ginzburg», testimonio directo de los campos –más tarde, Einaudi compraría los derechos–. El libro será reconocido mundialmente y en España tendrá su correspondiente edición en 1987 (Si esto es un hombre. Barcelona, El Aleph), mientras que en Argentina se publicaría, con el mismo título, un año después (Buenos Aires, Milá Editor, 1988).

Como resulta de estas breves revelaciones, para los jóvenes escritores españoles de entonces fue importante tener a mano el testimonio de escritores pertenecientes a un país cercano en muchos aspectos, que ya había pasado por la experiencia de una dictadura y que, sobre todo, justo en aquellos años, jugaba un papel determinante en la que fue la reconstrucción de la cultura italiana de posguerra. Si los narradores de España todavía se encontraban sumergidos en el realismo, leer a aquellos italianos fue necesario para inducir el cambio de rumbo. En Italia, realismo y neorrealismo ya habían perdido eficacia por no haber seguido la transformación de una sociedad cada vez más cercana a los modelos del capitalismo. Una realidad cultural que había que transformar y que revistas como Il Menabò, codirigida por Vittorini y Calvino, intentaron interpretar. Es cierto que la situación española durante el régimen no era la más propicia para facilitar sus traducciones. La censura vigilaba –con hombres, además, poco o nada afines a la literatura–, algo que, como hemos visto, no impedía la entrada en el país de las ediciones argentinas de los autores italianos de posguerra [x]. Mientras, en Argentina se publicará difusamente a Calvino, Pavese y Vittorini, de quien, además del ya citado ¿Hombres o no?, se editará en la capital El simplón guiña el ojo al Frejus (Losada, 1947) y El clavel rojo (Santiago Rueda, 1950). La gran labor de las ediciones bonaerenses se reveló como un auténtico y privilegiado puente de difusión que supo ofrecer un cuadro persuasivo de la literatura nacional que se publicaba por entonces en Italia. A través de ésta, los novelistas españoles del medio siglo pudieron familiarizarse con los principales autores italianos. Entre las principales editoriales que lo hicieron posible estaban Losada, Emecé, Huella, Deucalión, Siglo Veinte, Poseidón, Imán, Avance, Lautaro, La Isla, Santiago Rueda, Goyanarte, Raigal, Nueva visión, Sur, Compañía General Fabril Editora, Peuser, Futuro, Ediciones Librerías Fausto, Schapire, Milá Editor, mientras que entre los traductores destacaron Attilio Dabini, Vicente Fatone, Rodolfo Alonso, Franco Mogni, Hernán Maris Cueva, José Clementi, Héctor Álvarez y Horacio Armani.

 

EL EJEMPLO DE VASCO PRATOLINI

Si consideramos a los autores italianos de la posguerra que más difusión tuvieron en América Latina a partir de los años cincuenta, el escritor florentino Vasco Pratolini ocupa un lugar privilegiado. Más que nada, sorprende el breve tiempo que tardaron en ser traducidas sus obras desde el momento en que se publicaron en Italia.

Desde el punto de vista italiano, se miraba con interés hacia la península ibérica, y esta actitud no se limitaba a los editores y a sus representantes, sino también a narradores como el mismo Pratolini, Bilenchi o Sciascia, además de Vittorini y Calvino. Estos hombres no cesarían de orientarse a España, tema que les venía obsesionando desde el comienzo de la Guerra Civil, cuando Pratolini estuvo a punto, con sus amigos Vittorini y Bilenchi, de preparar las maletas y viajar para apoyar los republicanos. En sus memorias, Bilenchi recuerda cuando en 1936, al estallar la Guerra Civil, se reunía en un café de Florencia con Pratolini y Vittorini para discutir sobre su intención de viajar a España y participar en el conflicto, iniciativa que, tal y como recuerda Julio Cortázar refiriéndose a sí mismo y a sus compañeros de generación, no surgió en Argentina:

            «[…] Nunca se nos ocurrió que la guerra de España nos concernía directamente   como argentinos y como individuos; nunca se nos ocurrió que la Segunda      Guerra Mundial nos concernía también aunque la Argentina fuera un país neutro. Nunca nos dimos cuenta de que la misión de un escritor que además es            un hombre tenía que ir mucho más allá que el mero comentario o la mera   simpatía por uno de los grupos combatientes»[xi].