Sophia de Mello Breyner Andresen
Lo digo para ver
Traducción de Ángel Campos Pámpano y prólogo de Álvaro Valverde
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2019
120 páginas, 11.50 €
POR PILAR MARTÍN GILA

 

Sabemos que, para los humanos, el mundo sólo nos es accesible en el lenguaje. La poesía, el arte, nace de una necesidad fuerte de conocimiento, que mantiene, tal como leemos en Nietzsche, un lazo, una relación con la mentira. En La gaya ciencia, el arte se denomina «el alegre mensajero» porque anuncia la posibilidad de pensar de otro modo distinto a la lógica filosófica; así aparece la poesía en oposición al discurso lógico, un conocimiento que puede darse más allá de esa forma de pensamiento, un saber fundado precisamente en lo que ante el logos es mentira. Estaríamos ante la apariencia de lo visible, la ignorancia de la esencia, que el arte hace sensible, no sólo inteligible sino visible con los ojos del cuerpo. Ver y pensar están relacionados etimológicamente, la palabra «teoría» se refiere al pensamiento especulativo, que tiene relación con ver, mirar. De aquí, en cierta manera, podemos tomar el título del presente libro: Lo digo para ver. Y en esta línea poética podemos leer a Sophia de Mello Breyner Andresen, de cuyo nacimiento en Oporto, se cumplen ahora cien años, que Galaxia Gutenberg celebra con esta antología seleccionada por Álvaro Valverde y traducida por Ángel Campos. En la poesía de Sophía de Mello late el esplendor del mundo, la inspiración en la luz del mar, la luminosidad mediterránea y su pasión por la antigua Grecia, sus mejores ideales que conciben la belleza como justicia y verdad. Y en este sentido podemos situar a Sophia de Mello en la tradición portuguesa de mayor afinidad al verso clásico, medido, de Ricardo Reis, así como a su mirada hacia el paganismo. Quien busca una relación justa, viene a decir Sophia de Mello en su «Arte poética», con el río o con el árbol, con la piedra, es animado por una voluntad de verdad. Por esto, añadirá que la poesía contiene una ética, una búsqueda de justicia impulsada por su propia naturaleza. Aquel espíritu de verdad despierta cierta añoranza hölderliniana, que nos recuerda, además del aliento griego y su visión pagana, el desencantado llamamiento ante la pérdida esencial, ante el vaciamiento del mundo: «para qué la poesía en tiempos de penuria», preguntará el poeta alemán. Y Heidegger responderá con la poesía como retorno al hogar. Pero los poetas necesitarán audacia para volver a decir la palabra poética.

«Una terrible atroz inmensa / Deshonestidad / Cubre la ciudad // Hay un murmullo de pactos / Una telegrafía / Sin gestos sin señales sin hilos // El mal busca el mal y ambos se entienden / Compran y venden // Y con un sabor a cosa muerta / La ciudad de los otros / Llama a nuestra puerta».

El poema tiene, para Sophia de Mello, un orden, una configuración interna donde radica el deseo de verdad. Massimo Cacciari observa que, al fundar su ciudad ideal, lo que Platón reprocha a la poesía no es que imite, sino, por el contrario, la no mímesis. Todo lo que hay es imitación de lo verdadero (desde las cosas que hace el demiurgo a las que hace el hombre imitando a Dios), pero el poeta imita para presentar otra verdad, para hacer pasar su imitación, su sombra, por ella, resultando así la ausencia del objeto, aunque no la del fenómeno; se daría, por tanto, el fenómeno sin la cosa, de forma que quedaría un negativo, un hueco, una falta de lo que no está efectivamente presente. Así, la poesía contradice al logos a la vez que lo constituye. Lo que se denuncia es su condición de juego, de diversión, es la «hybris» que está en el origen de la poesía. En su Arte poética, Sophia de Mello cuenta que de niña creía que los poemas, lejos de haber sido escritos por alguien, eran la palabra del universo, el nombre que el mundo pronuncia de sí mismo, la respiración de las cosas. Algo así como un poema inmanente, según la propia poeta.

«La voz sube las últimas gradas / Oigo la palabra alada impersonal / Que reconozco porque ya no es mía».

Sobre todo, estamos ante una escritora cuya aspiración poética radica en el acceso a lo real. Para ella, la poesía, al nombrar, traza la relación con el mundo, la unión con las cosas. «Todo se muestra mejor porque digo». La poesía puede ser nombrada como «poiesis», entendida ésta, tal como se hace en El banquete de Platón, como la causa que hace pasar algo del no ser a la existencia, de modo que los «poietai» serían los artesanos de todas las artes. Sophia de Mello, en otro momento de su «Arte poética I», lleva el oficio de alfarero, las cualidades de la artesanía, a su manera de concebir la creación lírica, tanto desde su amor a lo griego como a su personal experiencia creadora. Mira el ánfora en el taller del alfarero, destinada a contener agua, pero ya antes de ser llenada, nos da de beber eso que llama «deslumbramiento de estar en el mundo». Hay una belleza en el ánfora, que es indescriptible. Hay una belleza que es la forma de una verdad de la que no puede separarse el objeto. «No hablo de una belleza estética pero sí de una belleza poética».

«[…] Musa enséñame el canto / venerable y antiguo / para fijar el brillo / de esa mañana lisa / que posaba en la duna / dulcemente sus dedos / y encalaba los muros / de limpia y blanca casa // Musa enséñame el canto / que corta mi garganta».

Sophia de Mello Breyner Andresen fue socia fundadora de la Comisión Nacional de Ayuda a los Presos Políticos y también, miembro del Partido Socialista, por el que fue elegida diputada en las elecciones de 1975. La llamada «Revolución de los claveles», y su triunfo en el 74, fue algo decisivo en su vida y en su escritura, hasta el punto de vivir ese momento como un hecho luminoso e inolvidable. La vivencia del compromiso político deja huella en su poesía, que se hace aún más clara y concisa, sin que estos rasgos sean nuevos en su escritura. Podemos decir que aquí, en esta claridad y precisión con la que se hace más sólida su poesía tocada por la conciencia social, va a encontrar otra forma de poner en juego la tentativa de ingreso en lo real, mediante el nombrar de lo concreto, la tierra como lugar cierto, la patria, la palabra como realidad. Así, se puede afirmar que Sophia de Mello articula dos caminos fundamentales ante el deseo de aproximarse al mundo, de llevar la palabra poética a los límites de lo real y ensayar su acceso: un camino sería la belleza, en el sentido que, hemos visto, se puede extraer del pensamiento griego, y otro estaría aquí, en el compromiso político, en el decir de lo concreto que éste hace. A través de esta escritura comprometida con su momento histórico, Sophia de Mello traza la apertura a lo real, a cuya sombra la poesía da a conocer lo que está construyéndose, una poesía que, en cierto sentido, trata de sobreponerse a la oscuridad de la historia. No se da aquí la formulación del arte por el arte —ese gesto que parece situarse por encima del mundo—, sino que se trataría de mirar mediante esa sombra, esa ausencia, de alcanzar a representar las cosas. El texto se implica con el mundo y éste se presenta con la aparición del otro, con la extensión de la figura del lector, del destinatario.

Hay una obligación ética en el acto de escribir poesía, un compromiso desde la escritura. «El primer tema de la reflexión griega es la justicia», dice en un poema. Se trata de una inalterable estructura que, en cierta manera, obliga al poeta a estar en el mundo. Fuera de su torre de marfil, expuesto a la acción de la verdad y la belleza, desde donde inevitablemente contribuirá a la formación de una conciencia común. La escritura, como viene a decir la poeta portuguesa, es su principal aportación a la política. Aunque el poeta hable sólo de brisas o de piedras, escribe, lo cierto es que la obra hablará como garante de la justicia y la dignidad del ser. Maria Velho da Costa dice en un homenaje póstumo: «Creo que ésa fue la esencia de su vida y obra: usar el borde de la palabra claro y justo contra el horror y el grosor opaco del mundo que nunca dejó de perseguirla».

“[…] En Creta / Los muros de ladrillos de la ciudad minoica / Están hechos de barro amasado con algas / Y cuando me volví hacia mi sombra / Vi que era azul el sol que tocaba mi hombro // En Creta donde el Minotauro reina atravesé la ola / Con los ojos abiertos completamente despierta / Sin drogas y sin filtro / Sólo vino bebido frente a la solemnidad de las cosas: / Porque soy de la estirpe de quienes recorren el laberinto / Sin perder jamás el hilo de lino de la palabra».

Estamos, en fin, ante una antología que nos permite volar ligeros por la poesía de Sophia de Mello Breyner Andresen, sin apenas notas o datos que interrumpan la lectura del libro. Es un viaje que nos propone, ya se ha dicho, Álvaro Valverde, quien en su prólogo recorre la biografía de la autora según sus diferentes etapas, comenzando y subrayando la enorme importancia que tiene su niñez como una reserva «de creación inagotable» y clave para entender su vida y su poesía. Pasa por sus lecturas de Camões y Antero de Quental; por las casas junto al mar como en Algarve y Grecia («la casa no es margen sino más bien convergencia, encuentro, centro», dice la autora); y pasa también, entre otros, por su momento de compromiso y actividad política que hemos mencionado antes. Así, Valverde nos ofrece un recorrido que trata de implicar la vida de la poeta de Oporto y su escritura, su «escrivivir», como él lo llama, mediante el que se construye una poética y una existencia enormemente peculiares. Cierro así con lo que Gadamer dice: «Cada poema tiene sus propios lugares, es un mundo propio que nunca se repite, un mundo único como es el mundo mismo».