La amistad entre mujeres es un concepto en boga; después de siglos de protagonismo del amor romántico heterosexual como uno de los tres puntales de la ficción -junto con la lucha por el poder y la familia- proliferan, en imágenes y palabras, las reivindicaciones hacia otras formas de relación, no basadas en el deseo sexual o el compromiso patrimonial. Quizá fue Elena Ferrante quien abrió de par en par las puertas a esta deuda histórica con su saga Dos amigas, iniciada en 2011: suena a fecha tardía y desde luego lo es. Las amigas han sido difíciles de encontrar en la literatura y la cultura visual, una desigualdad flagrante si se piensa en que el arquetipo del «amigo del héroe» nace con el Enkidu del Poema de Gilgamesh, alrededor del 1800 antes de Cristo.
Pero, aunque escasas, el pasado nos ha dado algunas muestras de amistad femenina en la literatura. Elena Fortún (1886-1952) siempre concedió extraordinaria importancia a la figura de la amiga en su obra. La editorial Renacimiento dedica un nuevo volumen de la colección Biblioteca Elena Fortún a esta faceta de su trayectoria, con el título Elena y sus amigos, en claro guiño a Celia y sus amigos, obra de 1935 en el que el personaje fortuniano vivía sus últimas aventuras de infancia. Y en él aparecen otras autoras españolas que también prestaron atención a la amistad entre mujeres, como Carmen Laforet y Carmen Martín Gaite. Purificació Mascarell, responsable de la edición, desentraña esta genealogía de autoras relacionadas entre sí, que fueron maestras de Fortún -Lejárraga-, discípulas directas -Laforet-, indirectas -Gaite, Nieva-, amigas íntimas -Matilde Ras, Carmen Conde- o estudiosas posteriores -Dorao, Bravo-Villasante. No se trata de un ensayo, sino de una original recopilación de fragmentos y testimonios rescatados de artículos, entrevistas o prólogos, cada uno de ellos comentados en nota preliminar por la aguda mirada de Mascarell.
El resultado es mucho más que un afectuoso álbum de recortes, sin desdeñar la importancia del afecto -una de las inspiraciones de la obra fortuniana- ni los álbumes de recortes, tradición femenina asociada a la cursilería, como bien trazó Noel Vallis en su ensayo La cultura de la cursilería. Mal gusto, clase y kitsch en la España moderna, concepto al que volveré más adelante. Se trata de un coro de voces que esboza un doble retrato: el de la escritora biográfica y el de la autora influyente en las generaciones posteriores de escritores. En ambos casos Elena y sus amigos aporta imprescindibles datos y reflexiones para un mejor conocimiento de Fortún y de la (des)consideración hacia la literatura infantil en España. De la escritora sabremos, por ejemplo, cómo era su aspecto y trato a través de la descripción que hace Maria Concepción Cutanda, pedagoga argentina que coincidió con ella en su exilio bonaerense. Inés Field, amiga y amada platónica, nos revelará un desafortunado episodio en la escritura de Celia, institutriz, libro con el que Fortún sufrió un bloqueo y para el cual llevó al extremo su estrategia habitual de utilizar las anécdotas e historias de quienes la rodeaban.
Sobre la autora póstumamente influyente, el libro editado por Renacimiento atestigua la incomprensión que ha sufrido habitualmente la literatura infantil española desde el punto de vista del prestigio social, institucional y mediático. En el caso de Fortún, esto se cruza de forma interseccional con el menosprecio hacia la literatura de mujeres. A este respecto, el fragmento de la entrevista a Juan García Hortelano por parte de Rosa María Pereda es esclarecedor: «A mí me parece una gran novelista, una tipa que contaba muy bien […] noto como influencias de aquello. Cosa que no me preocupa en absoluto, más me preocuparía tener influencias de Juan Benet, por ejemplo…». El escritor, en tono cercano y bromista, reconoce la influencia de Fortún pero no puede evitar sentirse excesivamente expuesto: «Dicho de una manera tonta pero expresiva, mi mundo proustiano era Elena Fortún. Yo entré en Proust por Elena Fortún […] Yo leía a Proust antes de saber que existía, unos quince años antes de saberlo, y lo leí en las historias de Celia… Bueno, ahora entenderás más la historia del monumento [García Hortelano participó en la suscripción popular para el monumento a Fortún en el parque del Oeste de Madrid] que la verdad es que deberías quitarlo [de la entrevista], ¿no? Porque parece una especie de mitomanía un poco beata». El dramaturgo Francisco Nieva, que en su aparición en forma de artículo reclama un estudio profundo de la importancia de su obra, explica la renuencia de la alta cultura castellana a apreciar lo infantil: «Pocos críticos literarios “serios” se han ocupado de Guillermo [Brown, personaje de Richmal Crompton] o de Celia de forma seria […] porque aquí el macho se vuelve serio desde los dieciocho años para no recuperar su infancia hasta la vejez […] Aquí el crítico literario nace con barba». Carmen Martín Gaite tomó el reclamo de su amigo Nieva para dedicar a Celia un ciclo de conferencias, y sobre todo llevar a televisión la serie homónima, con la dirección de José Luis Borau y el asesoramiento de la investigadora Marisol Dorao, otras de las voces presentes en este volumen.
Profundizar en Fortún y en su impacto en la literatura hispánica es afrontar el prejuicio hacia lo femenino, lo infantil y lo supuestamente cursi: las cosas de chicas, los cuentos de hadas, los juegos con muñecas, las visitas a la modista. Recuerdo que cuando se presentó la reedición de Celia en la revolución en 2016, en la biblioteca Eugenio Trías de Madrid, Andrés Trapiello explicó al público que en las primeras ediciones de Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939) no incluyó mención a esta novela por considerarla «literatura para señoritas». Posteriormente leyó el libro y enmendó el error, dándole un lugar relevante en las revisiones de su ensayo. El antes mencionado Noel Vallis explora el nacimiento de la cursilería como acusación cuando la clase burguesa empieza a apropiarse en España de los hábitos estéticos de la aristocracia: lo cursi es el miedo a la atracción y contaminación entre mundos, un exceso delator e incómodo. En la obra fortuniana lo cursi aparece de forma explícita -como cuando en Celia en el colegio las monjas rizan el pelo a todas las niñas para la función de fin de curso y el padre de Celia le dice «Pareces un perrito de lanas»-, y su prosa, entre el costumbrismo y el anhelo de fantasía, no eludió el sentimentalismo; pero supo sostener siempre la calidad de su prosa sencilla, humorística y puntualmente desgarrada por dolores grandes y pequeños -ya sea un obús que cae en Barcelona en Celia en la revolución o un gesto de indiferencia de la madre en Celia, lo que dice-. Los testimonios invocados por Mascarell en Elena y sus amigos se saben solitarios en su comprensión hacia el valor de las cosas de las niñas, o mejor dicho: se saben unidos a través de las generaciones por un relevo de lecturas, manuscritos resguardados, artículos reivindicativos y proyectos de rescate. A día de hoy aún es habitual que la prensa diga, para elogiar a Elena Fortún, «mucho más que una autora infantil». Un epíteto involuntariamente condescendiente para el que tienen respuesta las diecisiete voces aquí invocadas.