Eva Illouz
El fin del amor. Una sociología de las relaciones negativas
Traducción de Lilia Mosconi
Katz Editores, Buenos Aires, 2020
356 páginas, 23.00 €
POR DANIEL B. BRO

 

 

Comencemos con una confesión, y es esta: tengo una cierta desconfianza de la sociología, aunque ni la niego como disciplina ni me parece que todos sus productos puedan ponerse juntos, porque muchas veces no se parecen en nada. La sociología colinda con la estadística y la filosofía aplicada, la psicología de masas, la antropología y la semiología. Ve lo común en el individuo y opta necesariamente por la organicidad, en la que trata de ver el significado de lo social. Nada más lógico porque el ser humano es un ser social, y el individuo es producto del grupo, al que afirma y niega a un tiempo. Si aplicamos una determinada sociología a los afectos, en este caso al amor –des-amor, en realidad–, todo dependerá de que definamos con suficiente amplitud los términos sin que se nos escape la necesidad de ver lo común en lo único. Eva Illouz propone en este extenso libro, como reza en el subtítulo, una «sociología de las relaciones negativas» y, si atendemos al título, esto se produce, en parte, a causa del «fin del amor». Todos sabemos que las relaciones negativas, que van más allá del concepto de amor, no son de hoy, pero sin duda adoptan en nuestro tiempo formas específicas, algunas nuevas y otras renovadas. Entremos en el libro, cuya bibliografía es monstruosa, algo que me hace sospechar.

«Estar enamorados –nos dice Illouz­– es volvernos adeptos a Platón, ver una idea perfecta y completa en una persona». Ay, si Platón levantara la cabeza. Esto es un tópico, pero en realidad el platonismo difícilmente encarna en una persona. Sin embargo, lo que este libro analiza no es el enamoramiento (la autora dedicó un libro a este tema, que no voy a enjuiciar aquí) sino «las maneras en que el capitalismo y la cultura de la modernidad han transformado nuestra vida emocional y romántica». Comunicación moderna, resuelta en consumo a través de internet, y capitalismo son los principales destructores de la afectividad en este libro. En cuanto lleguemos al concepto de lo que Illouz llama capitalismo, lo citaré, aunque ya adelanto que será difícil. Pero ¿qué es el amor del que el desamor es su negativo? No podemos eludirlo. La autora hace una pequeña historia del matrimonio, la no elección, etcétera, hasta que en la modernidad se va imponiendo la libre elección y «la autonomía emocional como contenido del amor, que supuso un cambio social que alteró de manera fundamental el proceso de encontrar una pareja». Es importante para Illouz hacer ver que la historia occidental del amor es indisociable de su dimensión política en cuanto a las libertades del individuo. La legitimidad del deseo, del derecho de mis emociones, se abre paso hacia mi relación con el otro, lo que supuso también, sobre todo en las mujeres, un importante paso en la libertad sexual. El punto problemático para Illouz es que la libertad sexual «por vía de la tecnología y la cultura de consumo ha producido el efecto contrario», introduciendo lo que denomina «estructura negativa de las relaciones contemporáneas». No se puede negar que las nuevas tecnologías de la comunicación son espacios sociales que están transformando los modos y costumbres y, por lo tanto, influyen en la emocionalidad y sus actos. Illouz trata de hacernos ver que la libertad sin fronteras de la economía liberal tiene su equivalente en el ámbito de lo personal, lo emocional y lo sexual. Sin libertad no hay cumplimiento de los afectos creativos, no hay dignidad individual, y nuestra autora concibe la libertad «como la reestructuración de un campo de acción, como el marco cultural más potente y generalizado que organiza el sentido de la moralidad». Pero ¿cómo se expresa esta libertad a través de las prácticas consumistas y tecnológicas del capitalismo moderno? Illouz sospecha de cierta dimensión de la libertad porque ha despojado a «las elecciones sexuales de ese lenguaje moral del que en sus inicios estaba impregnada», reproduciendo los esquemas de pensamiento y acción propios del consumo compulsivo que convierte en objeto al sujeto y a mi deseo en una potencia sin otro. De deducción en deducción, siempre poniendo uno de los pies en lugar seguro y el otro en conjeturas, Illouz sigue concluyendo que un problema real –el consumo masivo de la sexualidad con criterios de mercado, disfrazados de una idea bárbara e ingenua de la libertad– es consecuencia del capitalismo, y cuyo signo distintivo y problemático es el desamor, verdadero impacto de la economía liberal en las relaciones sociales. Aunque el lenguaje universitario –­­y algo pedante– adoptado, propio de algunos sociólogos, nos lleva a una lectura esquizófrenica (ahora sí pero no, ¿qué es esto?, bueno, aunque, qué horror), parece que Illouz nos está diciendo que la libertad personal actual implica una falta de responsabilidad, una negación del otro como sujeto, y que esta carencia se da «en el marco de los mandatos morales que constituyen el núcleo imaginario de la subjetividad capitalista», que se resumen en una maximalización del yo. Bueno, algo hay de ello, aunque la apelación machacona al capitalismo como superestructura sigue sin despejarse. Ya no hay elección romántica sino des-elección en la medida en que no elegimos al otro, y mi libertad se mueve en un mayor campo de incertidumbre e inseguridad, luego angustia y depresión.

La autora entrevistó para la realización de este libro a 92 personas entre los 19 y los 72 años pertenecientes a Francia, Inglaterra, Alemania, Israel y Estados Unidos. Es la dimensión empírica de este libro. ¿Por qué ninguna de Italia, España, Argentina, Brasil o México? Sin duda, todos los países elegidos por Illouz son acentuadamente capitalistas, y los otros, sin dejar de serlo, tienen una economía  –unos más que otros– descoyuntada. Pasemos a las conclusiones, sin duda más morales que descriptivas porque la idea previa ya estaba en el inicio y se cierra como comienza, a saber: el capitalismo es el marco (el término marco se reitera, pero en realidad no es un marco) «dominante para organizar las imágenes y las historias que hicieron de la libertad una realidad concreta y vivida en las sociedades occidentales. Es por eso que […] el ideal normativo de la libertad para organizar los proyectos propios y la definición personal de la buena vida ha desembocado en relaciones negativas». Al igual que organiza la economía, «los mercados sexuales forman parejas basadas en el capital sexual». Como mezcla muchas cosas, datos valiosos y extrapolaciones algo más que atrevidas, aquí ha ido de lo global a las páginas de encuentros sexuales y sentimentales de internet. Y ¿el resto?

Creo que el problema de una investigación como esta –poco rastreo de campo y mucha bibliografía que roza o se enfanga en lo verboso– tiene que ver con la dificultad de analizar nuestras relaciones sexuales y afectivas (desafectivas). Que en las relaciones de pareja (del matrimonio al prostíbulo) se han adoptado modos propios del intercambio y del mercado es algo que los antropólogos han estudiado. Illouz concluye que las relaciones íntimas, la sexualidad y la familia han adoptado e imitado características del mercado capitalista y tienen dos rasgos centrales: son indeterminadas e «implican un quiebre en las formas normales de hacer las cosas». Por lo tanto, estas carencias son causantes de «la no-formación de vínculos y la disolución de los vínculos establecidos». Se tendería, por lo tanto, a un celibato involuntario. Este capitalismo, que Illouz llama escópico (visual), promueve la desigualdad entre quienes tienen capital sexual y quienes carecen de él y una potenciación del poder sexual de los hombres, acentuando el patriarcado. En definitiva, que «ha profundizado la dominación de las mujeres […]. La libertad se ha generalizado y legitima aún más las experiencias de incertidumbre, devaluación y desestimación». Lo curioso en esta sencilla y tremenda conclusión es que identifica totalmente liberalismo económico con desigualdad femenina y desafectividad en las relaciones interpersonales. No deja de ser curioso que en el momento actual en los países donde centra su atención el feminismo ha alcanzado alta cotas de logros en sus propósitos de igualdad y respeto, por no referirnos a que las mujeres forman parte de todos los gobiernos de esos países y de sus estructuras gubernamentales. Al final del libro pareciera que los problemas reales de la sexualidad y los afectos actuales fueran un problema de machismo. Prefiero citar a la autora recogiendo sus ideas: «Las escisiones internas se producen entre la sexualidad y las emociones, entre las identidades masculinas y femeninas, entre la necesidad de reconocimiento y la necesidad de autonomía, entre la igualdad feminista y una yoidad regulada por una visualidad cuya producción está en manos de industrias capitalistas controladas por hombres». Aquí una buena sociología debería darnos una buena lista de cargos para demostrarlo y explicarnos qué hace la presidenta del Banco Central Europeo y antes directora del Fondo Monetario Internacional, la señora Lagarde, para contribuir a esta tesis de Illouz, por no mencionar a la canciller de Alemania y gran líder europea Angela Merkel, o a la presidenta del banco Santander, etcétera. La visión de Illouz no es moral, solo trata –según confiesa– de mostrar cómo el capitalismo hace suyo el «cuerpo sexual» e introduce cambios en la autoestima y en las reglas que gobiernan las relaciones. Es cierto que la libertad por sí misma no es generadora de valores y que los ritos han cambiado o se han estereotipado, pero no todo está marcado por la lógica productiva del mercado, y habría que preguntarse qué papel juegan la literatura y el cine, las actividades culturales y las ciencias en la formación y ritualización de nuestra afectividad. ¿Por qué no analiza la importancia de la novela sentimental, por ejemplo? Cierto, el goce se ha convertido en una fuente de individualidad egoísta, y el «goce no es la vía adecuada para encontrar o constituir objetos de interacciones, amor y solidaridad». Bueno, habría que decir sujetos, porque cuando el otro se torna objeto ha perdido todo lo que Illouz parece demandar. Estoy de acuerdo en que si la libertad ha de significar algo ha de tener en cuenta las fuerzas «invisibles que nos unen y nos niegan», pero para eso hay que hacerlas visibles y creo que este libro tiene un juicio previo, y que los miles de libros y publicaciones citados solo vienen a corear: el capitalismo escópico domina nuestra acción e imaginación y el agente de ese capitalismo es masculino. Pues ya verán cómo este libro acaba siendo citado por periodistas y universitarios del ramo con los ojos en blanco.