David Pujante
Eros y Tánatos en la cultura Occidental: un estudio de tematología comparatista
Calambur, Barcelona, 2017
415 páginas, 28.00 €
La lengua francesa posee una expresión para designar un fenómeno singular en el que se entrecruzan de forma relampagueante la vida y la muerte: la petite mort, la pequeña muerte. Se refiere a la pérdida de conciencia o desvanecimiento después de un orgasmo. No hay duda de que Eros (Amor) y Tánatos (Muerte) son junto con el tiempo, con el que ambos inexorablemente caminan, tres de los temas que atraviesan la literatura universal bajo diversos rostros y manifestaciones.
El catedrático de Teoría de la Literatura y de Literatura Comparada David Pujante –también poeta, crítico y traductor– ha escrito un denso y extenso ensayo que a todos, en tanto que humanos, nos concierne, pues se ocupa de asuntos universales, pero desde una peculiar perspectiva: la profunda y misteriosa relación entre dos impulsos aparentemente antagónicos que coexisten en el ser humano, el principio biófilo y el destructivo.
Concretamente, lo que nos ofrece en este documentado estudio es una visión de cómo se ha experimentado la relación erótico-tanática a lo largo de la evolución histórica mediante un recorrido a través de los discursos culturales y, en particular, literarios: desde las culturas mediterráneas de la Antigüedad, en las que se aceptaba de manera natural que vivimos y morimos a un tiempo, hasta la ruptura que se produce con la expansión del cristianismo, que niega estos impulsos y sustituye Eros por Agápê, el amor universal al prójimo (o al menos eso se procura y difunde, pues, como replicará Nietzsche, ese amor quizá solo sea posible comenzando por el amor a uno mismo).
Sin embargo, argumenta el profesor Pujante, el Romanticismo recuperará este impulso, que se proyectará de diferentes formas en la época contemporánea. Uno de sus principales reformuladores es Sigmund Freud, que reconoce que todos los seres humanos estamos atravesados por ese impulso erótico, amoroso y tanático, destructivo. La cientificidad del psicoanálisis ha sido largamente discutida, pero no la huella de Freud en la cultura: en el pensamiento filosófico, desde la Escuela de Frankfurt (Adorno, Erich Fromm, Marcuse, Habermas…) al estructuralismo y el postestructuralismo francés (Lévi-Strauss, Lacan, Foucault, Derrida…), por no referirnos a la psicología y la neurología o la literatura y el arte.
Compuesto de dos partes, en la primera y más breve, el ensayo ofrece una reflexión metodológica de los límites y alcance del método comparativo, mucho más amplio y abarcador que la denominada filología de la letra positivista. De este modo, podemos encontrar en la investigación discursos literarios y artísticos, pero también antropológicos y filosóficos, en la estela de algunos de los más destacados teóricos de la literatura, como los añorados Umberto Eco, Tzvetan Todorov, George Steiner o Harold Bloom, o los aún vivos Piero Boitani, Alberto Manguel o Antoine Compagnon.
La segunda parte comienza con el análisis y la interpretación de discursos en la época de la Grecia clásica, donde Eros y Tánatos aparecen indisolublemente vinculados: de Hesíodo a la tragedia griega, pasando por Safo y la filosofía. En el siguiente capítulo se muestra la ruptura de este vínculo entre el amor y la muerte con la expansión de la cultura cristiana, en la que se asocia la carne a lo pecaminoso, concepción cuya sombra se prolongará hasta el Romanticismo.
Durante los Siglos de Oro de la poesía y el teatro occidentales Eros y Tánatos toman nuevas derivas. Se expone este fenómeno en la lírica de Cavalcanti, Petrarca, Jean de Sponde y John Donne, así como en el teatro barroco, se analizan los conflictos entre pasión y razón y se comparan las tragedias de Corneille con las de Racine. El capítulo IV de esta segunda parte aborda la época del racionalismo (Descartes, Spinoza, Pascal), en la que se acentúa la brecha irreconciliable entre emociones y sentimientos, por un lado, y la razón, por otro (algunos, por cierto, intuyeron que no hay un abismo, sino antes bien una continuidad entre sentimientos y razones). La princesa de Clèves, de Madame de la Fayette es un ejemplo ilustrativo de ello. Mención especial merece el divino Marqués de Sade.
Con el Romanticismo y el retorno a la Naturaleza se recobra el vínculo entre Eros y Tánatos. En el capítulo V de la segunda parte se estudian los orígenes del amor romántico, se muestra este tema en la lírica inglesa (Blake, Shelley, Keats), en el simbolismo y en el decadentismo. En los albores del siglo xx se reformula este impulso aparentemente antagónico. Se estudian las ideas en torno a dicho asunto de una serie de pensadores, comenzando por Freud (Más allá del principio del placer) y siguiendo con Marcuse, Erich Fromm y Nietzsche (autor al que David Pujante ya le dedicó una investigación: Un vino generoso. Sobre el nacimiento de la estética nietzscheana [1997]).
A continuación se explora el nudo erótico-tanático en la narrativa del siglo xx, en particular, en En busca del tiempo perdido, de Proust, y en La muerte en Venecia, de Thomas Mann. Siguiendo al filósofo Denis de Rougemont (El amor y Occidente y Los mitos del amor), Pujante sostiene que «el amor-pasión viene representado por el mito de Tristán e Isolda, y su novela impregna toda la novelística posterior, hasta llegar a las tres últimas grandes novelas del amor-pasión ya en el siglo XX, las de Pasternak, Musil y Nabokov: El doctor Zhivago, El hombre sin atributos y Lolita. Podemos, por tanto, decir que el nacimiento del mito de Tristán en el siglo XVII viene unido a la creación de un género literario, el de la novela del amor-pasión y, en general, el del amor» (pp. 333-334).
Hacia el final se estudia la dialéctica erótico-tanática en otras manifestaciones culturales: en la literaria-cinematográfica, con El cartero siempre llama dos veces; en el teatro musical, con Ariadna en Naxos, de Hofmannsthal y Richard Strauss, y El castillo de Barbazul, de Béla Balázs y Béla Bartók; en la pintura, con Odilon Redon. Como Pujante sugiere antes del resumen final, por medio de una serie de breves fragmentos ilustrativos (Rilke, Lorca, Miguel Hernández, Pablo García Baena), el tema de este impulso biófilo y a la vez destructivo es inagotable, a pesar de los velos culturales.
Y lo mismo cabe añadir respecto a la pintura: la presencia de Eros y Tánatos es recurrente en Klimt (de quien no por casualidad han elegido para la portada Muerte y vida [1908-1915]), Schiele, Picasso, Dalí, Max Ernst, Magritte, Francis Bacon, Lucien Freud… Por no hablar de la escultura (Bernini, Canova, Rodin…, hasta Louise Bourgeois) o del cine (Fritz Lang, Hitchcock, Ingmar Bergman, Alan Resnais, Roman Polanski, Woody Allen, Michael Haneke o Pedro Almodóvar, sin pretender ser exhaustivos).
Dado que es prácticamente inabarcable la cantidad de fenómenos culturales en los que se representan estas ambivalencias emocionales, sería interesante encontrar futuras investigaciones en torno a tales temas que puedan iluminar, no solo dichas creaciones, sino, lo que es más relevante, nuestros modos de sentir, valorar y comportarnos. Al fin y al cabo, las creaciones culturales son tal como son a causa de nosotros y, por consiguiente, pueden considerarse representaciones de la naturaleza humana.
Me consta que algunas de estas investigaciones ya han sido llevadas a cabo. En la estela de Freud, siguiendo las huellas del inconsciente, el excelente estudio de Eric R. Kandel –director del Centro de Neurobiología y Conducta del Colegio de Médicos y Cirujanos de la Universidad de Columbia y Premio Nobel de Fisiología/Medicina en 2000– La era del inconsciente. La exploración del inconsciente en el arte, la mente y el cerebro nos traslada a la esplendorosa Viena de finales del siglo XIX y principios del XX, donde las vanguardias de las ciencias, la medicina y el arte –de la mano de Freud, Schnitzler, Klimt, Schiele o Kokoschka– emprendieron una formidable revolución de la que somos herederos.
Por lo que se refiere a la poesía hispanoamericana del siglo XX, David Pujante sostiene que «el más erótico-tanático de nuestros poetas modernos, y, a la vez, uno de los más universales, es sin duda Federico García Lorca» (p. 369). Es difícil no estar de acuerdo. Se trata de un tema universal que atraviesa su obra entera: el amor y la muerte, presentes en casi todos sus dramas y en no pocos de sus más intensos, desgarradores y memorables poemas, como «Romance sonámbulo», Llanto por Ignacio Sánchez Mejías o algunos Sonetos del amor oscuro. En Lorca, amor, vida y muerte se cruzan y entrecruzan continuamente mirándose a los ojos de manera desafiante, hasta el punto de que parecería que de modo paradójico la vida más plena se encuentra cerca de la muerte: «Amor de mis entrañas, viva muerte».
Luego David Pujante cita a Miguel Hernández –«Llegó con tres heridas: / la del amor, / la de la muerte, la de la vida» (p. 370)–, mas no a otros grandes poetas como Vicente Aleixandre, que al parecer fue un frecuente lector de Freud y en cuya obra poética los impulsos eróticos-tanáticos son casi tan recurrentes como en Lorca. A modo de ejemplo, citemos este prodigioso cuarteto de «Unidad en ella», recogido en La destrucción o el amor, que obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1934 y cuyo título es revelador de estos impulsos contrapuestos: «Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo, / Quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente / Que regando encerrada bellos miembros extremos / Siente así los hermosos límites de la vida» (Aleixandre, 2007, pp. 76-77).
Ese poderoso anhelo de fusión, e incluso desaparición en el otro amado, es un asunto recurrente en la poesía. Posterior a esas generaciones de Lorca y Hernández, Pujante solo cita a Pablo García Baena, brillante poeta del amor y el erotismo. No obstante, otros siguen recorriendo y trazando los caminos aún por andar de este apasionante e interminable tema. A David Pujante le debemos la gratitud por haberse atrevido a explorarlo con tan amplio, profundo y detallado estudio, que por el caudal de lecturas y experiencias iluminadas desde las expresiones literarias y artísticas solo se puede escribir con toda una vida a las espaldas.