Fernando Aramburu
Autorretrato sin mí
Tusquets, Barcelona, 2018
192 páginas, 18.00 € (ebook 11.90 €)
El último libro de Fernando Aramburu se sitúa en las antípodas de su exitosa Patria. Esta novela ponía el foco en uno de los episodios más dolorosos y conocidos de la historia reciente de España: el terrorismo de ETA y sus consecuencias devastadoras. En cambio, Autorretrato sin mí nos describe en primera persona cómo determinados hechos y experiencias han conformado la personalidad de Aramburu. Por tanto, los lectores se verán convocados a desplazarse de la historia colectiva a la memoria personal y de un registro narrativo coral a otro intimista, en el que se activa lo que el propio autor llama el «hilo», ese mecanismo inesperado que agudiza los sentidos y permite apreciar la belleza de manera emocional e intuitiva.
En algún título anterior, sobre todo en Las letras entornadas (2015), el autor había salido ya a escena, sin máscaras ni disfraces ficticios, y nos contaba su historia de lector fervoroso de libros y admirador de escritores. A mi juicio, en Autorretrato sin mí, toma mayores riesgos, porque se propone hacer un ejercicio introspectivo para sondear su intimidad con el compromiso de ser veraz: «Quisiera abarcar al menos un poco de verdad para conmigo». Pero lo hace sin énfasis ni estridencias, apenas sin narcisismo, sólo el imprescindible para levantar un libro autobiográfico, que tiene una inusual singularidad. No es que el autobiógrafo se esconda, sino que se considera mejor representado en la relación con todo lo que ha ido cincelando su identidad. Son numerosos y diferentes los elementos convocados por Aramburu; reagrupados de manera azarosa en un hatillo, nos hacen ser el que somos, si bien de manera inestable e imperfecta: «Habito desde que nací en un hombre llamado Fernando Aramburu […]. Llevamos tanto tiempo juntos que no sé si él es yo o si yo soy él». Y hacia el final apostilla: «¿Quién de todos los que he sido soy yo en verdad? Podrán decir de mí cualquier cosa, salvo que fui definitivo». La imagen de sí, el autorretrato, se va formando como un mosaico, tesela a tesela, pacientemente. De todos los atributos del yo, la soledad es la condición primera, el país donde formular la pregunta sin respuesta de la identidad. El yo es todo y es nada. En un momento de desolación, reconoce: «Hoy no soy nada». La conclusión que Aramburu viene a apostillar en el último poema está clara: si algo así como el yo o la identidad existe, no puede ser ni un concepto ni una idea ni siquiera una creencia autosuficiente y ombliguista, nace del diálogo y de la confrontación con los otros.
Los lectores remisos a la autobiografía deben estar tranquilos, porque no encontrarán en el autorretrato de Aramburu los defectos más comunes de tantos volúmenes autobiográficos. Aquí no hay ni exhibicionismo ni victimismo. La primera premisa que enarbola el escritor dice: «No voy a quejarme». Así calma nuestra inquietud desde la segunda frase este talentoso y admirable libro. Que un autobiógrafo español tome la pluma para hablar de sí sin el propósito de quejarse, que no ataque a los demás ni exija desagravios y reconocimientos de sus paisanos, es toda una novedad, una feliz noticia. Estamos tal vez acostumbrados al tono desabrido y crispado, al mezquino ajuste de cuentas o a la burla de los semejantes; por eso, al entrar en este Autorretrato sin mí se percibe un remanso de paz, una manera sosegada de hacer frente a los imponderables de la existencia: el mundo del autor está presidido por la humildad de un yo tranquilo.
El autorretrato como género autobiográfico es deudor de su modelo pictórico. Aramburu, como los grandes autorretratistas, no se dibuja de una vez ni para siempre, trata de pintarse en tiempos o épocas distintas y en posturas diferentes, a la captura de la verdad del presente. El relato del hecho que funda la instantánea es secundario y el tiempo pasado gravita en la imagen en donde lo vamos reconociendo, pero todo queda postergado por la impresión del momento. No se trata de hacer la historia individual, sino de apresar la densidad de la experiencia en este instante preciso. Aramburu no borra ni niega su biografía, si bien muestra más que explica. Rastrea huellas en la piel, en la superficie de los hechos, y las reconoce como su identidad, justo cuando al rememorarlas a veces comprende su trascendencia, y, en otras, no alcanza a descifrarlas completamente. Y es que Aramburu procede como un arqueólogo que se dedicase a extraer de las distintas capas de la memoria hallazgos que el paso del tiempo y el olvido habían escondido. Es la suya una búsqueda de sí mismo a través de los otros, pero sin egolatría ni protagonismo. Sin sacar pecho.
Yo, como la inmensa mayoría de lectores de Patria, desconocía que en Fernando Aramburu habitaba un poeta, un poeta casi secreto, que se forjó en su juventud donostiarra dentro del grupo CLOC de Arte y Desarte. De hecho, en un pasaje de Autorretrato sin mí, comparece aquella banda de locos, rebeldes y activos jóvenes literatos iconoclastas. De aquella aventura juvenil ha sobrevivido en el autor el humor de los que no se toman a sí mismos demasiado en serio y, sobre todo, el «afán de buscarles el lado poético a las cosas». Es decir, una mirada esencial para ver y entender la vida y el mundo. Este libro demuestra, entre otras muchas cosas, que el sueño juvenil de llegar a ser poeta no se ha desvanecido en Aramburu, anida todavía en su alma, y este libro lo despierta en forma de poemas en prosa. Porque Autorretrato sin mí es una colección formada por sesenta poemas en prosa. Este registro poético, hijo del Romanticismo, al que Baudelaire imprimió un sello de modernidad, tiene también precedentes prestigiosos en la literatura española, por ejemplo, en la obra de Pío Baroja y Juan Ramón Jiménez. Personalmente, creo que el modelo elegido por Aramburu, sin pretender imitarlo, es el de Ocnos, de Luis Cernuda, que engancha la forma del poema en prosa al contenido autobiográfico. La autobiografía, en el caso que nos ocupa, se declara de manera más explícita que en el poeta sevillano, porque éste utilizaba el molde del relato de infancia para ficcionalizarse tras Albanio. Cada poema o viñeta narrativa funcionaba allí como un «equivalente correlativo» de la formación de la sensibilidad poética. La demostración aquí es diferente. Hay poemas que se proponen contar de manera lacónica una historia, pero en otros ni siquiera se esboza. Común a todos ellos es la creación de una atmósfera poética, un lirismo donde se mezcla prosaísmo y belleza para trasmitir lo íntimo. Los argumentos de Aramburu son muy variados, abarcan todos los aspectos del vivir, del nacimiento a la muerte, del placer a la enfermedad, etcétera. En estos poemas hay espacio para la reflexión y la duda, pues algunos de ellos no son más que interrogaciones sin respuesta o ejemplo de la ambigüedad y de lo insondable del ser humano.
Instrucciones de uso. Este libro debe tomarse en pequeñas dosis. Se aconseja no consumir más de tres poemas de una vez. A la lectura de cada poema debe seguirle un periodo de calma reflexiva. Administrar dos o tres tomas al día como máximo. Preferentemente, mañana, tarde y noche.
Mejor aún: beberse el libro como una buena botella de vino, a pequeños sorbos y sin prisas de terminarlo pronto. Una idea solidaria con alguno de los poemas o con lo que adivinamos un placer del autor.