Donde no hago pie
Lumen | 192 páginas
Por qué volvías cada verano
Las afueras | 136 páginas
POR DAINERYS MACHADO VENTO

Belén López Peiró (Buenos Aires, 1992) ha escrito las que son y serán, sin dudas, dos de las novelas que mejor explican los orígenes y motivos de los movimientos feministas de los últimos tiempos. Por qué volvías cada verano, publicada por Madreselva en 2018, y Donde no hago pie, su continuidad, aparecida bajo el sello Lumen en 2021, narran el momento en que la autora decide denunciar a un tío que abusó de ella en su adolescencia, y el inicio del caso judicial derivado.

Atendidas por la crítica, publicadas en varios países e idiomas, mucho se ha hablado sobre cómo las formas de abuso que denuncia López Peiró reflejan sin tapujos la realidad de tantas niñas, jóvenes y mujeres de todo el mundo. Clasifico las dos obras como novelas testimonios, porque, aunque la autora cuenta su historia, especialmente en Por qué volvía cada verano se toma la licencia literaria de ficcionalizar en primera persona las voces de muchos de los implicados, incluido el agresor. La estrategia literaria sienta las bases del proyecto narrativo que se gesta en la novelística de la autora, con formación como comunicadora y periodista.

En su obra, el agresor tiene nombre, apellidos, identidad, porque solo desde ese señalamiento preciso puede ser comprendida la magnitud de su culpa. Se trata de un familiar, como sucede en más de la mitad de los casos de abuso sexual infantil en el mundo. Y es también un policía de provincia, que deja su pistola sobre un mueble cercano cada vez que se desviste. Él es sinónimo de todos los poderes patriarcales y estatales. Años después, López Peiró descubre que tiene su escritura para hacer pública la denuncia, aunque al principio no entienda bien el destino de sus palabras. Es que Donde no hago pie no es solo la continuidad de la historia que inicia en Por qué volvías cada verano, sino que es también una aproximación al nacimiento de las dos novelas: 

«Empiezo a escribir. Escribo una escena. Una imagen: la última, en este mismo departamento. Escribo a Claudio entrando por la puerta uniformado. Escribo que en esta misma habitación, donde ahora estoy sentada, él se desvistió y luego fue al baño…

¿Para qué escribir esto? Una parte de mí siente alivio. Mis hombros se distienden. Quiero seguir escribiendo. ¿Por qué ahora? Vuelvo a la computadora. Abro el archivo. No hay caso. Ya no puedo escribir en primera persona. ¿Qué es la memoria? Hay voces que hablan dentro mío. Hablan a través de mí». (Donde no hago pie, 81)

Estas obras de López Peiró son lo que podría llamarse hijas de su tiempo. Reflejan el espíritu y las preocupaciones de una época en que relaciones sociales y humanas normalizadas se han puesto en crisis por no ser justas para alguna de sus partes. Con un estilo directo, no exento por momentos de una absoluta belleza lírica, su escritura tiene una capacidad de denuncia que excede cualquier historia personal, acaso porque nunca es íntima ni individual la violencia sexual, tal y como insiste la autora. 

Las múltiples voces en primera persona de Por qué volvías cada verano van desde los pensamientos de la protagonista/narradora/autora, hasta la confesión del padrastro que se da cuenta de todo; incluyen las ofensas de la prima que no acepta la verdad sobre su padre, pasan por la mirada del hermano que no hace demasiadas preguntas y contrastan con las del abogado que pregunta detalles con insistencia, sugiere incluso mentir sobre algunas fechas, sin importar que puede estar revictimizando a quien espera su ayuda. Especialmente compleja resulta la presencia de la madre, que lamenta haberse equivocado al dejar a la hija con la familia cada verano, allá en Santa Lucía, pero que, a la vez, no tiene siempre la capacidad de enunciar con claridad su culpa o su dolor. Al coro se suman los tonos fríos de las actas judiciales, de los citatorios, que arrojan más luz sobre la lucha mental y social en que se convierte la denuncia. Por qué volvías cada verano actualiza así, de manera magistral, la novela testimonio no solo por el delicadísimo tema que aborda, también por tornarse un reportaje de la memoria: «¿Dónde está mi voz? Pienso en los diez años de silencio» (82), se preguntará después la autora en Donde no hago pie. 

Quizás defendiendo la importancia de una voz propia es que, en su segunda novela, López Peiró eligió la primera persona narrativa. Su testimonio es más directo. Es ella ahora quien cuenta sus dudas y contradicciones ante un proceso judicial que se extiende indefinidamente. Aunque no renuncia a la fragmentación ni a la experimentación. Donde no hago pie hace uso de lenguajes múltiples: mensajes de texto, fragmentos de prensa, fotografías de la infancia; incluye las preguntas que la autora hace a Google en los momentos de dudas, cuando trata de aclarar esas incertidumbres que no le confía a nadie más. López Peiró guglea «abuso sexual infantil», «juicio abreviado», «condena condicional», y enfrenta a quien la lee a sus dilemas más personales, al hecho de que las respuestas de la justicia casi nunca son expeditas ni claras. 

Si Por qué volvías cada verano expone la complicidad, a veces involuntaria –pero siempre lamentable—, de la sociedad y la familia con los abusadores sexuales, Donde no hago pie se vuelve también el testimonio tecnológico de una época donde el acceso a la información y las redes sociales han venido a exponer públicamente esas formas de violencia. La segunda novela ayuda a comprender la dimensión global y simultánea que han podido alcanzar movimientos feministas como Ni una Menos y Me too, a la vez que recuerda que todas las violencias individuales son también públicas y, peor, sistémicas.

Como he mencionado, la diferencia en el uso de voces narrativas que se enuncia desde los dos títulos supone el cambio fundamental de una obra a otra. Pero también una forma diferente de aproximarse a la misma historia. En Por qué volvías cada verano, se cuestiona a quien ha decidido denunciar; en Donde no hago pie se subraya que estos cuestionamientos no son peores que el hecho de que los abusos intrafamiliares nacen del amor y se perpetúan en la ingenuidad de quienes lo padecen: 

«Claudio reposa en la parte más profunda de la pileta, ahí donde no hago su pie … 

Me acerco en puntitas de pie, despacio, y me siento en el borde. Toco el agua, está tibia. Tiene los ojos cerrados. Quiero sorprenderlo. 

–¡Hola, tío!». (131)

En medio de todo, López Peiró deja claro que emerge la esperanza, que la vida debe seguir su cauce. Sin romanticismos, detalla el significado práctico del apoyo que suponen las redes de mujeres, activistas, lectoras, que la sostienen en el camino de la denuncia. Anuncia que hay espacio para el amor y la recuperación mental. Aunque detrás de cada decisión, los cuestionamientos a sí misma iluminan cómo las secuelas y consecuencias de los abusos nunca terminan con el acto mismo. A la autora no le interesa presentarse como una heroína; sino compartir temores, dudas y cansancios, en una narración que se torna también una disección del sistema judicial argentino. En la representación de su vulnerabilidad radican algunos de los principales aportes de estas obras.

Donde no hago pie fue declarada, en marzo de 2022, de interés social y cultural por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. En términos literarios, las dos novelas renuevan una tradición de obras testimoniales que se han enfrentado en Argentina a la violencia de Estado. El drama que retrata López Peiró es de índole diferente al que Rodolfo Walsh recogió en su obra cumbre Operación Masacre (1957). Pero es, otra vez, una historia de violencia absoluta, y más: de un sistema social que le falla sistemáticamente a una parte de su ciudadanía, que no ha logrado educar en formas de respeto a todas las vidas, y todos los cuerpos. Esto significa que el problema no es exclusivo de un país. 

Walsh se adelantó por años a las primeras obras de Nuevo Periodismo en Estados Unidos. Como López Peiró se adelantó con Por qué volvías cada verano a la explosión internacional del Me Too. Se podría decir que se trata de temas que están en el ambiente, pero que el sur latinoamericano torna libros, denuncias, testimonios literarios antes que cualquier otro lugar. El centro de la transformación discursiva no está en los lugares con acceso a medios globales que se lo apropian a posteriori, sino en esos lugares donde realmente estalló el cansancio ante la injusticia. Estos matices temporales no deberían perderse de vista cuando se valora la importancia de la obra de la autora para su época, esta época.

El abrazo a la tradición, su forma de dar voz a sujetos violentados, han devenido símbolos literarios de miles de personas que, como ella, buscan justicia. Para volverse un símbolo de esta magnitud hay que tener mucho coraje. López Peiró es todo ese coraje, toda renovación literaria, aun cuando su causa, todavía abierta cuando termina Donde no hago pie, anticipe que sigue haciéndole frente a su agresor en la vida y, acaso, en otra novela.