Marie Arana
Bolívar. Libertador de América
Traducción de Mateo Cardona y Marta Cecilia Mesa
Editorial Debate, Barcelona, 2020
711 páginas, 27.90 €

Pablo Victoria
El terror bolivariano. Guerra y genocidio contra España durante la independencia de Colombia y Venezuela en el siglo XIX
La Esfera de los Libros, Madrid, 2019
724 páginas, 34.90 €
POR ISABEL DE ARMAS

 

De padre peruano y madre estadounidense, Marie Arana es la autora de Bolívar. Libertador de América, biografía considerada por numerosos críticos de «definitiva». En la actualidad es corresponsal de The Washington Post y columnista de opinión de The New York Times. El enfoque que la autora hace de su personaje es muy completo y todo su trabajo está construido con un importante sentido histórico. Nos muestra un Simón Bolívar, paso a paso, desde que nace en 1783 hasta que muere en 1830, a los cuarenta y siete años, sin perder detalle de su existencia extraordinaria: hombre ilustrado por las lecturas de Montesquieu, Voltaire y Locke; jinete incansable que recorrió a caballo alrededor de ciento veinte mil kilómetros en su gesta para liberar el territorio que hoy componen seis países; bailarín a tope y mujeriego insaciable; impulsivo, testarudo y lleno de contradicciones; siempre hablando de justicia pero siempre atrapado por el caos de la revolución; general brillante y tan dictador como Napoleón; esperanza del pueblo, que quiso acabar con la discriminación racial y las estrictas divisiones entre las razas… No podemos olvidar que, en la cúspide social de la América española, estaban los supervisores nombrados por la Corona, nacidos en España; debajo de ellos, los criollos —blancos nacidos en las colonias—. Después venían los pardos, población de mezcla racial en constante crecimiento que era mestiza, en parte blanca, en parte indígena; o los mulatos, mezcla de blancos y negros; o los zambos, combinación de negros e indígenas.

Marie Arana recrea un Simón Bolívar en todas sus facetas y constata con asombro que, doscientos años después de la independencia hispanoamericana, su personaje está más vivo que nunca. En sus más de setecientas páginas, esta completa y equilibrada biografía que comentamos, lejos de caer en el tono hagiográfico, describe y analiza las acciones del biografiado destacando los éxitos y los fracasos, los pros y los contras, los aciertos y desaciertos de cada una de ellas. «En efecto —afirma Arana—, sus logros eran irrefutables». Fue él quien difundió el espíritu de la Ilustración, llevó tierra adentro la promesa de la democracia, abrió las mentes y los corazones de los latinoamericanos a lo que podían llegar a ser. Fue él quien vio el absurdo de emprender una guerra por la libertad sin emancipar primero a sus propios esclavos. Fue él quien dirigió los ejércitos, durmió en el suelo con los soldados, se preocupó por los caballos, las municiones, los mapas, las mantas e inspiró a los hombres un heroísmo inimaginable. «Pero mientras forjaba el Nuevo Mundo —añade—, había hecho concesiones. Más de una vez, Bolívar dejó sus ideales tirados por el camino». De vez en cuando, tomaba decisiones claramente cuestionables: el decreto de guerra a muerte, por ejemplo, con el que pretendió amedrentar y sobrecoger al colonizador; la masacre de ochocientos prisioneros españoles en Puerto Cabello; la traición a Francisco Miranda, su envejecido colega libertador. Finalmente, su propio ejercicio de poderes dictatoriales. Para la autora de este libro, Bolívar fue un maestro de la improvisación, un comandante militar que podía burlar, superar y combatir a un enemigo mucho más poderoso. Pero ese mismo talento para tomar decisiones sobre la marcha, tuvo sus lastres en tiempos de paz. «Es difícil —concluye— construir una democracia sobre un modelo de guerra». Sólo la autora se muestra del todo partidaria incondicional, al destacar como impecable y lúcido el texto en el que Bolívar enumera lo que dos décadas de gobierno le habían enseñado: «Primero: La América es ingobernable para nosotros; segundo: el que sirve una revolución ara en el mar; tercero: la única cosa que se puede hacer en América es emigrar; cuarto: este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas; quinto: devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos; sexto: si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, este sería el último período de la América».

Once años después de su famosa declaración de independencia en Angostura, Bolívar falleció. La Gran Colombia se había esfumado, pero su triunfo era incuestionable: seis nuevas naciones —Venezuela, Colombia, Ecuador, Panamá, Bolivia y Perú— surgirían una por una para confirmarlo. La autora de esta biografía afirma que el Libertador dejó esta vida «sin un centavo, indefenso y desposeído». Expulsado de Bogotá, odiado por el Perú y ansiando regresar a su amada Caracas. Sólo unos cuantos lloraron su muerte. Sus restos se depositaron en una cripta dentro de los muros de la catedral, y allí yacieron mientras la Gran Colombia caía en pedazos, el continente se enredaba en guerras de poca monta y los generales de Bolívar pujaban entre ellos dándose importancia. Pero al pasar los años —constata Arana—, no sólo en las naciones que había liberado sino en el mundo entero, Bolívar se convirtió en la personificación de la grandeza latinoamericana: un hombre con un amor decidido por la libertad y un sentido inquebrantable de la justicia; un héroe dispuesto a arriesgarlo todo por un sueño. Para el centenario de su nacimiento, el mito estaba del todo construido. El siglo transcurrido le había convertido en buen católico, ejemplo moral y demócrata inquebrantable, «nada de lo cual —escribe Arana— había sido en vida». «La historia —añade— lidiaba menos con el hombre que con el ideal romántico». Y cien años después, en 1982, Hugo Chávez, teniente del ejército venezolano, creó un partido de izquierda al que llamó Movimiento Revolucionario Bolivariano, que llegó a la presidencia de Venezuela en 1998. Al año siguiente, Chávez reescribió la Constitución y cambió el nombre del país a República Bolivariana de Venezuela. «Muchos farsantes —afirma rotunda la autora de esta biografía— han emulado a Bolívar en su volátil vida póstuma, pero nunca de forma tan estrambótica como Chávez, socialista radical cuyos objetivos estaban a años luz de los de Bolívar».

Otra visión muy distinta del Libertador de América es la que nos ofrece Pablo Victoria —colombiano de nacimiento y de nacionalidad española, catedrático universitario, senador y parlamentario del Congreso de Colombia— en su libro El terror bolivariano, al mostrarnos en su extenso trabajo de más de setecientas páginas a un Simón Bolívar que casi viene a ser el conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno. Esta obra recoge la trágica historia de una de las más sangrientas guerras que libró España en América, desde los inicios de la revolución independentista y el exterminio de españoles que decretara Bolívar en Venezuela hasta la reconquista con Pablo Morillo a la cabeza de los ejércitos de pacificación enviados por la Corona.

«Sorprenderá la narración de este drama —dice el autor— porque no sólo se refiere a las épicas batallas, sino que es también una historia de la crueldad humana y de lo que yo he querido llamar el genocidio bolivariano, la carnicería fuera de combate que Simón Bolívar desencadenó contra miles de indefensos o inocentes españoles». Reconoce que el Bolívar que descubrió después de documentarse a fondo le llenó de «espanto, congoja y vergüenza», ya que por él mismo nunca habría llegado a imaginar que, detrás de ese idealista y hombre grande, pudiera esconderse un alma tan ruin y sanguinaria.

El punto de partida de este relato que comentamos fue el descubrimiento de un manuscrito, obra de Joaquín de Mosquera y Figueroa, realista nacido en Colombia y elegido presidente de la Tercera Regencia Española, firmante de la Constitución de Cádiz de 1812. Estas valiosísimas Memorias, incompletas y sin secuencia uniforme, recogen las interesantes conversaciones que don Joaquín tuvo con el rey Fernando VII y que poco antes de morir dejó esbozadas y guardadas en un cartapacio que fue luego a parar a manos de sus familiares en Popayán. Este documento es el punto de referencia básico para la elaboración del trabajo de Pablo Victoria, El terror bolivariano, que consta de dos partes. La primera narra la historia de la rebelión americana, la reconquista española de los territorios escindidos, la ruina del Imperio español y la ruina de América. La segunda nos cuenta la continuación de la guerra, el avance bolivariano hacia el sur, su llegada al Ecuador, su paso por el Perú y Bolivia, el regreso de Bolívar a Colombia y su muerte. El libro finaliza con toda la magnitud del desastre que vino a continuación, y la crueldad y la locura en que se sumió un continente.

El autor comienza definiendo a su personaje como un simple mortal, delgado, bajito, fisonomía del montón, y a quien el notablato limeño llamaba «el zambo», cruce de negro e indio. De sus años jóvenes, destaca que era rico desde su niñez, muy grosero y altanero y que nunca miraba de frente. Como fecha del comienzo del terror bolivariano, apunta mediados de octubre de 1812, cuando Bolívar era un joven de veintinueve años, lúcido y maduro, pero romántico e inexperto. Ya entonces manifiesta sus tendencias autoritarias hasta el punto de despreciar el sufragio. «Su desprecio era —escribe Victoria— el de un aristócrata absolutista y no el de un emancipador de pueblos aparentemente sojuzgados por la tiranía española». Pero a medida que va avanzando en sus conquistas, constata que Bolívar se va haciendo un poco de todo: «federalista, cuando convenía serlo; centralista, si veía ventaja; amigo, si era posible, o enemigo, no siéndolo; libertador, si de luchar se trataba; simple soldado, si no había generales, o generalísimo, si los hubiera; presidente, si todos accedían a sus dictados, o dictador, si había discrepancias. A todos tildó de facciosos, porque la única facción que admitía era la bolivariana».

Del avance de sus desenfrenadas conquistas, el autor hace un parón para relatar el saqueo de Cúcuta: «Con el dinero robado a tenderos, mercaderes y comerciantes de la ciudad, Bolívar pagó dos meses de sueldo a sus tropas, las que vistió con las ropas de los almacenes saqueados. En Cúcuta se produjo el primer desplazamiento en masa registrado en nuestra historia». También apunta Victoria que, a partir de aquí, empieza de lleno la barbarie y el terror: «Fue en esa época, inaugurada en Venezuela y culminada en la Nueva Granada, cuando se aprendió a asesinar en masa y en serio. Bolívar fue su primer maestro». En enero de 1813 se publicaba el Decreto de Guerra a Muerte. El artículo noveno de este sanguinario proyecto premia con grados en el ejército al «soldado que presentare veinte cabezas de dichos españoles», el cual sería ascendido a alférez; «el que presentare treinta, a teniente; el que cincuenta a capitán», etcétera.

En agosto de 1813, Bolívar entró en Caracas. Lo hizo montado a caballo, altanero, conquistador y dándose ínfulas de primer libertador. Pablo Victoria nos recuerda que se coronó como el generalísimo de todos los ejércitos, de todos los poderes, de todas las circunstancias y asumió el mando supremo, absoluto, sin otra ley más que la de su voluntad, ni otra justicia que la de la matanza. Pero la barbarie continuaba; el salvajismo y la lucha fratricida que envolvió a los pueblos de América siguieron haciendo sus estragos, engullendo la riqueza creada durante varios siglos.

Don Joaquín, en sus Memorias, nos alerta sobre este personaje: «Bolívar fue un estafeta del odio, un metafísico de la ignominia y orador preferido de la crápula, un estilista de la utopía, un refocilador libertino de sábanas ajenas, un matarife de cloaca, un César de iniquidades y discípulo preferido de Calígula, por todos los excesos y asesinatos que prohijó». Pablo Victoria, tras estudiar a fondo los más de diez años de revolución bolivariana, manifiesta estar del todo de acuerdo con el contenido de este durísimo texto. Visto lo visto, sólo me queda añadir que, efectivamente, Simón Bolívar, el Libertador, fue y sigue siendo un hombre polémico.