POR MANUEL NEILA

El alicantino Carlos Sahagún (Onil, 1938 – Madrid, 2015) hizo todo lo posible por encubrir al excelente poeta que estaba llamado a ser. Su aparición en el campo de la literatura tuvo lugar a una edad muy temprana. Se dio a conocer a los diecisiete años con el poemario Hombre naciente (1955), al que andando el tiempo renunciaría. Pero su verdadera irrupción tuvo lugar en 1958, con el volumen Profecías del agua, que había sido galardonado con el prestigioso Premio Adonais un año antes, y sólo tres años más tarde dio a las prensas su segundo libro, Como si hubiera muerto un niño (1961), que había obtenido el Premio Boscán el año anterior. A partir de ese memento, sus publicaciones fueron distanciándose progresivamente, hasta tal punto que sólo volvió a publicar otros dos libros completamente nuevos en vida: Estar contigo (1973), distinguido con el Premio Juan Ramón Jiménez, y Primer y último oficio (1979), galardonado en este caso con el Premio Nacional de Literatura. A ellos habría que añadir una temprana recopilación de su obra, Memorial de la noche (1976) y una antología de poemas amorosos, Las invisibles redes (1989).

Los críticos tampoco han sido de gran ayuda a la hora de situar a Carlos Sahagún en el lugar que le corresponde, bien por haberle remitido en una generación de la que no forma parte, bien por haber propuesto una lectura parcial de su obra. Por la fecha de nacimiento, el autor de Profecía del agua no pertenece a la denominada «generación del 50», que incluiría a los poetas nacidos entre 1920 y 1935, sino a la segunda generación de posguerra o generación de la guerra fría, integrada por los nacidos entre 1936 y 1950. De otra parte, para una valoración comprensiva y justa de su trayectoria poética no basta con atender a su primera época, recogida en Memorial de la noche (1976), puesto que su obra alcanzó la plenitud durante su segunda época, la que se abre con Primer y último oficio y se completa ‒ahora lo sabemos‒ con las composiciones recogidas en Últimos poemas, que en algún momento iban a agruparse bajo el título de El lugar de los pájaros, y que ahora se incluyen en Poesías completas (1957-2000); a los que habría que agregar un libro de poemas escrito en catalán (1982), todavía inédito, y una antología de Eugenio Montale traducida con esmero.

Escritos entre 1957 y 1959, durante los años formativos del autor en Madrid, Profecías del agua y Como si hubiera muerto un niño constituyen un primer ciclo creativo que se cerrará doce años después con Estar contigo. Los poemas de esta primara fase se caracterizan por la frescura y la espontaneidad, como corresponde a un poeta que rondaba los veinte años, compatibles en cualquier caso con una capacidad organizativa y acendramiento expresivo notables. Las composiciones del primer libro se agrupan en torno a dos núcleos temáticos bien definidos ‒la infancia perdida y el destino personal del hombre‒, mientras que las del segundo añaden un nuevo núcleo temático ‒la pasión amorosa‒ a la vez que amplían la preocupación por el destino del hombre al ámbito colectivo. Los críticos no tardaron en advertir la destreza técnica del poeta recién aparecido ‒en particular, el uso de los versos eneasílabos, endecasílabos y alejandrinos, frecuentemente encabalgados y asonantados‒, así como la capacidad para configurar campos simbólicos en torno a palabras clave: «jardín», «playa», «caballo» (la infancia); «agua», «leche», «luz» (el amor); «río», «nube», «árbol» (el destino).

Tras un largo periodo de silencio, Carlos Sahagún publicó Estar contigo, el libro más variado de su trayectoria poética, tanto por lo que atañe al contenido, como por lo que respecta a la forma. En sus páginas convergen los temas tratados hasta ese momento ‒la infancia, el amor‒ con otros nuevos que alcanzarán cumplido desarrollo en momentos posteriores de creación ‒el tiempo, la memoria y la palabra‒. Tras una «Dedicatoria» más que emotiva en la que el personaje poemático celebra el encuentro con su amada, la primera sección del libro agrupa los poemas dedicados a la infancia recuperada, mientras que la segunda recoge los poemas relacionados con la salvación por el amor. El tríptico que ocupa la sección central se presenta como una indagación sobre la precariedad de la condición humana: «El dolor y la nada se hacen pura / existencia. Se sabe y se está triste». Condición que el hombre puede asumir con dignidad y nobleza
‒sección cuarta‒ o con indignidad y bajeza ‒sección quinta‒. La variedad del libro se hace extensiva a la forma, pues Carlos Sahagún incrementa los recursos empleados hasta ese momento con otros nuevos como el poema en prosa, el retrato literario o el empleo de la ironía. Particularmente significativas resultan las piezas que dedica a sus autores predilectos: «Palabras a César Vallejo», «Antonio Machado en Segovia» y «Homenaje a Rafael Alberti», ejemplos vivos para quien se esfuerza por arrostra un tiempo de miseria sin perder la dignidad. El autor de Estar contigo inicia así una trayectoria personal a contracorriente: mientras los compañeros de generación se orientaban hacia un experimentalismo de tipo lingüístico, él desplaza su interés hacia el realismo crítico.

Con Primer y último oficio, Carlos Sahagún inició un nuevo ciclo poético que se prolongaría en el libro inédito escrito en catalán y culminaría con la serie destinada al volumen inconcluso El lugar de los pájaros. El poeta se repliega hacia la intimidad del sujeto, intensifica el irracionalismo con la inclusión de numerosos pasajes oníricos e incrementa el hermetismo de su escritura, inducido posiblemente por los poetas más jóvenes de su generación. Aunque permanece fiel a los temas de su primera época, su interés se dirige ahora hacia otros motivos: la insoportable levedad de los seres, la incorregible fugacidad de las cosas y la consoladora memoria del logos, lo que dio lugar a la aparición de nuevos campos simbólicos: «pájaro», «flor» «hierba» ‒la levedad‒; «viento», «lluvia», «nieve» ‒la fluidez‒; «espuma», «arena» «ceniza» ‒la memoria‒. Y todo ello expresado mediante un lenguaje depurado, pero directo. «El sujeto poético
‒como advirtiera Enrique Moreno Castillo‒ no asume ni posee las cosas, sino que, en la mansedumbre de un lenguaje inocente, sale a su encuentro, busca su salvación despojándose de sí mismo, liberándose y perdiéndose en ellas».

A partir de 1979, cumplidos los cuarenta años de edad, Carlos Sahagún no volvería a publicar ningún libro de poemas nuevo, salvo Las invisibles redes (1989), antología amorosa en la que aparecen cinco composiciones del volumen que tenía en preparación, titulado El lugar de los pájaros. Y lo que es más importante, reduce al mínimo la composición de poemas. Hasta el punto de que, en el espacio de tiempo que va desde 1978 a 2000, y salvo el libro inédito escrito en catalán a principios de los años ochenta, solo ha conservado 28 poemas, que aparecen ahora en las Poesías completas (1957-2000) bajo el título de «Últimos poemas» (1978-2000). Marcados por una extrema voluntad de renuncia que raya a veces con la negación de sí mismo, estos poemas postreros se agrupan en torno a dos núcleos temáticos: la levedad de los seres y la fugacidad de todas las cosas, que aparecen unidos con frecuencia: «En la ebriedad del aire / también yo me abandono a la fugacidad de lo visible. / Todo es mentira y pasa / como ahora vuela, alzándose, / esta irrupción de plumas fugitivas» («Lago»). Ante tanta devastación y semejante desamparo, al poeta solo le queda el consuelo de la memoria, eje temático en torno al cual se vertebran todos los demás: «Ya tu memoria fluye como un río de ceniza / que no arrastra amargura, ni maldad, ni horas tristes, / sino historia en desorden de la que emergen sólo / rostros desconocidos y caballos sin crines / galopando inseguros / hacia ninguna parte» («En tu otra infancia»).

El autor de Primer y último oficio sigue así su deriva personal a contracorriente: mientras sus compañeros de generación regresan a un tipo de poesía confesional, él urde sus «invisibles redes» con un hermetismo más o menos metafísico.

La historia de la literatura, al igual que la otra, está escrita por los vencedores. Existe, sin embargo, una parte de la literatura caracterizada por la cautela, la borradura, la negación de sí misma. Carlos Sahagún, como el mexicano Julio Torri o el mallorquín Cristóbal Serra, entre algunos otros, hizo todo lo posible y aun lo imposible para borrar su nombre de los listados oficiales e incluso, diría, de cualquier otro orden. El autor de estas Poesías completas (1957-2000) fue, al fin y a la postre, un poeta a contracorriente: mientras otros luchaban por la visibilidad, él encontró en la renuncia, el ocultamiento y la negación de sí mismo la manera de preservar la dignidad y la nobleza personales en tiempos de miseria y guerra fría. Esperemos que los legatarios de Carlos Sahagún pongan a disposición de sus lectores lo antes posible el libro inédito que el poeta alicantino escribió en catalán durante su estancia en Barcelona, así como la antología de Eugenio Montale, en cuya versión trabajó durante sus años de apartamiento voluntario. Solo entonces podremos hacernos una idea aproximada de nuestro poeta: uno de los más hondos, puros y reservados de las letras hispánicas recientes.