(* Extracto del libro La lucha por la Lengua, Eunicie Odio contra Salvador Elizondo, editado por Los Tres Editores)
Mi querido amigo:
En el Excélsior de México del 6 de noviembre de 1970, un reportero nos hizo conocer unas declaraciones tuyas, hechas en cátedra universitaria, que se prestan a ser discutidas. Dijiste, entre otras cosas, que como lo ha señalado Jorge Luis Borges, la lucha de Hispanoamérica por el lenguaje «es descorporizar el castellano de su riqueza sensual, desatenderse de su tradición “realista” e instaurar nuevas normas susceptibles de expresar las categorías más puramente abstractas del pensamiento».
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En primer lugar, he de recordarte un lugar supercomún: todo idioma va haciéndose a la medida de quienes van inventándolo y hablándolo, de acuerdo con sus necesidades más profundas. Los españoles que trajeron el castellano a nuestras tierras eran místicos, pasionales y sensuales como los de ahora. Por otro lado, ¿quieres algo más sensual que la corte de Moctezuma, tan bien descrita y con tanto regodeo de sus sentidos, por el ilustrísimo Bernal Díaz del Castillo? ¿Crees que hay algo más sensual, por su colorido y textura, que los cuadros hechos de plumas por los grandes artistas anónimos del Imperio incaico? Sí, los indios que hallaron los españoles eran como ellos; tenían grandes afinidades con ellos. Como ellos, eran sensuales, pasionales, místicos. Y para probar que eran todo esto, tenemos muchas vías: pintura, arquitectura, música, escultura, prosa, poesía y teogonías que tú conoces, supongo, perfectamente.
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Sí, hombre, sí. Los hispanoamericanos somos sensuales, pasionales, místicos y, además, nos gusta ser todo eso ad infinitum.
Por lo tanto, cuando anuncias tus designios consistentes en despojar al castellano de su riqueza sensual, cualquiera que sepa algo de estas cosas se dice que lo que quieres es nada menos que transformar el temperamento y el alma –el ser– del continente hispanoamericano y de España.
¿No te parece que lo que intentas es algo demasiado grave y difícil? ¿No crees que la tarea redentora que te has propuesto llevar a cabo –es decir, volver frígidos y otras cosas a los fundamentalmente ardientes y disparados hacia el milagro– tiene proporciones demasiado grandes para ser realizada por un hombre o hasta por varios (aunque entre esos varios estén tú y Jorge Luis Borges)? Más todavía: pienso que si reflexionas seria, lúcidamente, verás que tu empeño es inútil, ya que el español puede ser sensual, asensual o lo que gustes, según lo manejes, y que, ciertamente, Jorge L. Borges es la demostración más acabada de que, si esa es la voluntad de quien crea en español, puede –a condición de que domine su idioma– despojarlo de su «riqueza sensual» y de lo que se le ocurra, para convertirlo en un instrumento magnífico, absolutamente eficaz, con el cual es posible llegar a ideas abstractas e irrealidades de una vivacidad y pureza incomparables. Y eso sin meterse en el lío totalmente morrocotudo (valga un superlativo sobre otro) de intentar lo imposible: reestructurar (como tú pretendes) lo que no digamos que está estructurado, sino superestructurado, desde hace varios siglos.
También, según dijo el periodista de Excélsior, hablaste de la «rispidez» que aqueja a nuestro idioma y que, según tú, habría que quitarle a ultranza. Y volvemos a lo mismo. El castellano puede ser tan ríspido como el mar bravo, o tan ligero y tierno como una pluma, según sea la voluntad de quien lo maneje.
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Y vamos a cosas más trascendentes. Afirmaste que el castellano «solo tiene dos formas ontológicas de expresar el verbo ser o estar» (bastardilla mía), en tanto que «en alemán hay diecisiete formas» (de decir lo mismo). Pues no, señor. En esa o está todo el mal; o sea, tu error grave. Porque no es el alemán el idioma en que podemos decir ser o estar, ya que en tal lengua no se trata de ser o estar, sino de ser y estar, puesto que en ella no hay diferencia ninguna entre esos dos estados tan fundamentales y «ontológicamente» distintos y, por lo tanto, no cabe, donde y como la empleaste, la disyuntiva o. La absolutamente necesaria, para el caso, es la copulativa y. La conjunción disyuntiva o que empleaste al decir ser o estar, solo está perfectamente empleada si nos referimos al castellano, y redondamente más si hablamos de otros idiomas vivos, con referencia a ese peliagudo problema que forma el binomio ser-estar. Porque el castellano es la única de las lenguas vivas modernas (y esto lo dije hace poco sin pretender el descubrimiento del Mediterráneo, porque sé que eso lo sabe la gente más o menos enterada en cuestiones de lingüística y de la filosofía de esta) que establece la diferencia esencial que existe entre el ser y el estar. En francés, en italiano, en inglés, en alemán (y hasta en ruso, que, según los expertos, es una lengua riquísima), no se trata de ser o estar, como en español, sino de ser y estar, porque en esos idiomas, ajenos al ámbito de la bella y sabia lengua española, superestructurada en todos los sentidos –semántica, etimológica, gramatical y, por encima de todo, ideológicamente–, ser y estar son una misma cosa, aunque no lo sean en la realidad viva.
El español que menosprecias es el único idioma de nuestros días que te permite decir: estaba en tal parte y era en tal otra, o lo contrario. ¿Te parece poco? Tú, en español, puedes estar en Calcuta y, al mismo tiempo, ser en México o en Londres, a la par de alguien que amas entrañablemente. El español es el único idioma occidental cuyos hacedores intuyeron los hoy llamados fenómenos parapsicológicos y dieron instrumento adecuado para decir de ellos.
Los fenómenos parapsicológicos –en los que sé que crees, porque ya hemos hablado de esos asuntos– te demuestran, como ninguna otra cosa, cuánta diferencia hay entre estar y ser. Tú y yo y centenares de miles de almas hemos tenido noticia de gente que, físicamente, estaba muriendo en una cama o en un campo de batalla y que, simultáneamente, era a tres mil kilómetros de distancia, para avisarle a su madre o a alguno de los suyos que iba a morir.
De todo esto podemos concluir que estar es físico; espacial, por lo tanto. Y que ser es una manifestación del espíritu, relacionada directamente con una forma del tiempo: lo intemporal e invariable. ¿Ves lo que tenemos en español y lo que otros no tienen?
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Mira, Salvador, en realidad, en alemán hay una forma indiferenciada de decir ser y estar, como si cosas tan completamente distintas fueran una misma; y otras dieciséis maneras de decir la «misma cosa» (que no es «misma») indiferenciadamente. En español hay dos términos para decir dos cosas sustancialmente diferentes. ¿No te sirven las dos formas hiperdiferenciadas del castellano, que significan ser y estar, más que las diecisiete formas indiferenciadas del alemán para decir, como si fuera lo mismo, «eso» que no es lo mismo, como lo sabe cualquier individuo, sea cual sea la lengua que hable o escriba? Si así es, allá tú. Dedícate a escribir en alemán, que, por lo demás, según opinan quienes lo conocen y a juzgar por su gran literatura, es un bello idioma.