Laura Freixas
Adolescencia en Barcelona
La Moderna
244 páginas
Cuando todavía era una adolescente, Laura Freixas había decidido ya que sería escritora, de profesión escritora. Frente a la fórmula estereotipada «de profesión sus labores», ella tenía claro que lucharía para regatear el humillante papel que se había asignado tradicionalmente a las mujeres españolas. Ganarse la vida con la literatura para ser una mujer independiente y autónoma, sería su proyecto de vida. Y este es el hilo conductor que hilvanan los diferentes episodios de su primera autobiografía.
La autobiógrafa contempla la Cataluña de su adolescencia como un inevitable choque de trenes, que tratará de evitar. También como un abanico de contradicciones, que tendrá que armonizar. La rama familiar paterna de raíz catalana pertenece a la alta burguesía industrial. La rama materna de origen castellano representa a los «otros catalanes», los charnegos. Es decir, arriba y abajo, los ricos y los pobres, lo catalán frente lo castellano, etc. En su familia se escenificaba a la perfección la complejidad y también la riqueza de una sociedad bilingüe, mestiza y problemática. Al fin y al cabo, un buen caldo de cultivo para la creación literaria.
Pero, ¿cómo armonizar una realidad de contrastes tan marcados? ¿En qué lado de la sociedad catalana situarse? ¿En el de los patricios o en el de los plebeyos charnegos? ¿Cuál de los dos mundos elegir? ¿Era posible hacerse uno propio? ¿Cómo conciliar ser mujer independiente en una sociedad machista? La solución la encontrará en la forja de una identidad propia: «Mi vida catalana con la lengua castellana, y mi experiencia española con la tradición literaria francesa».
La autora toma como guías a su abuela materna Mercedes y a su propia madre. Cada una con su estilo y virtudes se convierten en el espejo en el que mirarse. La abuela es la personificación de la generosidad, de la entrega abnegada, dispuesta siempre al sacrificio sin descanso para que sus nietos se diviertan y se encuentren a gusto. Tiene «el secreto de la felicidad simple». En su pobreza es esplendida, y su figura crece aún más, al compararse con la contrafigura de la opulenta abuela paterna: rígida y egoísta, que encuentra solo en el dinero la medida del valor de todas las cosas, incluidas las personas.
Si la abuela Mercedes fue el paradigma en la infancia, la madre será el modelo en la juventud. Esposa de un empresario y de profesión sus labores, representa a sus ojos el ejemplo de cómo conciliar la dependencia económica y la independencia intelectual. De ella «heredará» el amor por los libros, por la literatura francesa en particular y por la lectura como fuente de satisfacción frente a la mezquina realidad. Su principal lección, que la hija convertiría en su enseña personal, es que la vida se encuentra siempre en otra parte. Por ejemplo, en los libros. «Mi madre cumplía lo que consideraba su obligación, como en la mili. Lo hacía con disciplina prusiana… […]… Pero no se creía una palabra». Las cosas de los hombres no podía hacerlas. Y las que le dejaban hacer a las mujeres no le interesaban. «La libertad que no tenía la encontraría, sin riesgos, entre las páginas de un libro».
Laura Freixas analiza retrospectivamente los escollos que tuvo que superar para realizar su proyecto de ser mujer-escritora. El ejercicio le exige volver la vista atrás para rememorar también cómo era la burguesía catalana de su adolescencia, con la que, por fuerza, habrían de chocar sus sueños juveniles. Para seguir el itinerario que le conduciría a enfrentar el reto de vivir de la escritura, realiza una muy personal, divertida y veraz crónica sociológica de la época. Al mismo tiempo que hace la radiografía de la sociedad catalana entre los años sesenta y ochenta, en los que España cambió profundamente, levanta su propio recorrido en aquel tiempo. El resultado es un testimonio personal de una época de crisis en la que se cuestionaron las señas de identidad, individuales y colectivas, los falsos señuelos ideológicos y las imposturas sociales del momento, pero sin desentenderse del poder imaginativo de la literatura, que no debe confundirse con la ficción.
Entre otros aciertos este relato mueve con soltura el foco narrativo entre el plano general y el particular, pasando con naturalidad de lo social a lo personal. Y lo hace en ambos planos con humor e ironía. Ironizar y ridiculizar puede ser fácil, cuando se trata de mostrar, por ejemplo, los aspectos más deplorables de una lejana sociedad retrograda, ya de por sí con bastantes elementos cómicos, como podía ocurrir al final del Franquismo o en los comienzos de la transición a la Democracia. Pero resulta mucho más arriesgado poner el acento irónico y reírse de una misma, como hace la autora en determinados pasajes de su relato. Si la España de aquellos años presentaba suficientes aspectos que movían a la risa, la joven Freixas, que atraviesa estos escenarios y protagoniza algunos episodios pintorescos, nos da una imagen de ella misma no menos cómica, sobre todo en su etapa de militante antifranquista en la universidad. Allí aparece una adolescente torpe, empollona y desmadejada, una hija de la alta burguesía catalana, llamada a alcanzar grandes metas, convertida en luchadora anticapitalista, a la caza de un Che Guevara de urgencia: «Lamento decir que salí rana. No era mona, sino feúcha, bajita y con gafas; por más que me compraran la mejor ropa en las mejores tiendas, me las arreglaba para dar la impresión de ir mal vestida». Esta frase, que muestra el tono y el estilo de este libro, sirve para ejemplificar su mayor logro, un logro no exento de peligros, porque pisa un terreno lleno de trampas, en las que era fácil tropezar y hasta caerse.
Para esta primera reedición de Adolescencia en Barcelona, Laura Freixas ha escrito, a manera de prólogo, un texto en el que, además de hacer un breve memorándum de su itinerario como escritora, defiende el carácter literario de la autobiografía y explica las razones de su preferencia por esta. A su juicio la autobiografía entraña un mayor peligro que la ficción. No en vano en la autobiografía la escritora no solo arriesga su prestigio literario, sino que se expone a ser juzgada como persona. No es, por tanto, una cuestión de dificultad, sino de riesgo: «Es igualmente difícil caminar por un alambre a un metro del suelo que a cien metros. Pero hacerlo a cien metros de altura tiene mucha más emoción, para quien lo hace y para quienes miran», ejemplifica la autora. Para escribir una autobiografía una mujer tiene que vencer tal vez los mismos prejuicios que un hombre, pero el punto de partida no es el mismo. Le exige más y parte de una posición de desventaja evidente.
Con anterioridad a esta obra, Laura Freixas había publicado varios libros de novelas y cuentos, pero sería en este su primer libro explícitamente autobiográfico, al que siguieron A mí no me iba a pasar y los tres volúmenes de diarios publicados hasta ahora, donde descubriría su propia voz, su voz más auténtica, imaginativa e innovadora. Una voz que dialoga consigo misma, se replica sin dramatismo y se guasea de su propia imagen. Su mirada es capaz de mostrar a la adolescente que fue a través del cristal humorístico y deformante del esperpento. En el género autobiográfico ha encontrado el cauce más adecuado para que su escritura fluya con veracidad y crédito.