Katya Adaui
Quiénes somos ahora
Random House
221 páginas
Sin divismo, sin estridencias, alejada de las polémicas y la sobreexposición, Katya Adaui va construyendo en voz baja, libro a libro, una obra potente hecha de silencios, sobrentendidos y raccontos. La autora peruana, nacida en 1977, es una maestra de la elipsis, como lo demostró en su primera novela, Nunca sabré lo que entiendo (2014), y en las colecciones de relatos Un accidente llamado familia (2007), Aquí hay icebergs (2017) y Geografía de la oscuridad (2021).
En su novela más reciente, Quiénes somos ahora, Adaui saca nuevo brillo a un recurso que ya se ha convertido en una marca personal junto con el motivo predilecto de sus historias: la familia.
«Sale un Escarabajo, entra un Tico, sale un Escarabajo.
Eso le puso en la carta. Mi padre sintetizó desplazar, competir, celar y cuernear.
Muchos años después, yo aprendería de técnicas narrativas y del uso de la elipsis.
Mi padre era un maestro de la elipsis.
¿Qué te gusta de Drago, mamá?
Me gusta que compartamos el vicio y a Dios».
Drago es, en Quiénes somos ahora, un amante de la madre; es taxista, conduce un Tico alquilado y es un beato; Alberto, el marido despechado, es un oscuro profesor de inglés, ateo y fumador, que anda en un Volkswagen.
Pero la figura dominante en este racconto que avanza en círculos es la madre: una belleza de pelo corto, ojos azules, nariz respingada, seductora y de personalidad contradictoria, que ama a sus dos hijas pero al mismo tiempo ejerce sobre ellas y su marido una autoridad despótica, arbitraria e impredecible. Secretaria de gerencia en un banco, vive por encima de sus posibilidades, como lo dejan en claro los frecuentes embargos de sus compras a plazo. Consume con la misma avidez que juega en los tragamonedas del casino, buscando el golpe de suerte que, jura, cambiará su vida.
Quiénes somos ahora continúa y, a la vez, subvierte una tradición de la narrativa peruana pródiga en madres idolatradas y sobreprotectoras, como las de Un mundo para Julius (1970), de Alfredo Bryce Echenique, y Yo amo a mi mami (1998), de Jaime Bayly. Pero si en ambas novelas la mirada corresponde a la de una niñez acomodada propia de la alta sociedad limeña, la de Adaui arroja luz sobre una precaria clase media de casas pequeñas, infestadas de ratones, sin agua caliente, y de veraneos en pisos o residenciales baratas de paredes desconchadas por la humedad. El aspiracional sueño de la segunda vivienda se materializa para esta familia de cuatro integrantes en la chacra reseca donde hay una casa por cuyas cañerías nunca ha corrido una gota de agua.
La acción de Quiénes somos ahora se inicia en 1986, el año de Chernóbil, el Challenger y el cometa Halley. Augurios funestos para la protagonista, entonces de nueve años, que espera en el aeropuerto de Lima el vuelo de Alitalia que trae de vuelta a su madre, quien vuelve de enterrar a su primer esposo. «Estaría solo una semana. Se quedó tres meses», recuerda su hija.
El telón de fondo, en consecuencia, es el convulso Perú de los años 80, estremecido por los bombazos, los apagones y los cortes de agua; un país arrojado del fuego de Alan García, la hiperinflación y el terrorismo, a las brasas dictatoriales de Fujimori en los 90. «Un país que lloraba y se reía de su hambre. La cólera en el país del cólera», como resume la narradora al advertir el violento subtexto que transmitía, durante ambas décadas, un programa cómico de la televisión peruana. Es también una sociedad brutalmente machista. A medida que crece, la protagonista conocerá el acoso sexual, incluso en espacios públicos, y la explotación laboral como vendedora de champú en centros comerciales y anfitriona de un local de comida rápida. El periodismo le ofrecerá una puerta de escape que termina llevándola hacia la literatura, fuera de su país natal.
Para no echar mano del equívoco término «autoficción», solo digamos que la propia vida de la autora parece una cantera de historias que ocupa sin reservas en su narrativa de ficción. Katya Adaui no teme repetirse. En su novela reaparecen personajes y situaciones de sus magníficos cuentos. Aquí se integran a escenas convocadas por la memoria de la protagonista. Ni siquiera alcanzan a convertirse en capítulos propiamente tales. La mayoría son episodios breves, impresionistas, estructurados a partir de frases cortas que configuran párrafos exiguos cuando no, derechamente, frases que parecen versos encabalgados: «Dieciocho./La mayoría de edad./La edad en que/ mi madre dio vueltas de campana y su cara inauguró/un respingo altanero, de frente parecía de perfil, […]».
Como ya lo advertía el título de su primera colección de cuentos, la familia es para esta escritora un «accidente», en el sentido de que no se elige nacer en una y que todos, con más o menos cicatrices, sobrevivimos a ella. No hay seres predestinados el uno para el otro, sino encuentros en los que interviene el azar y que, a menudo, acaban tan abruptamente como empiezan. En el caso de Quiénes somos ahora ni siquiera el origen de la familia es una pareja que parta desde cero. La madre tuvo un hijo de su matrimonio anterior, que terminó marchándose a Italia, y la propia narradora, según recuerda, es fruto del último intento de su padre por tener otro hijo hombre; su progenitor estaba convencido de que iba a ser «Betito», el reemplazo del niño que murió. Vaya carga.
Decíamos que Quiénes somos ahora es un racconto que da vueltas en círculo. Lo es porque retoma algunas situaciones que describe al principio y las reescribe de otra forma, iluminándolas desde un ángulo distinto o estableciendo nuevas asociaciones de ideas. El presente —desde el que la narradora recuerda su infancia y adolescencia en Lima— transcurre en Buenos Aires, donde ahora vive dedicada a la escritura y los talleres literarios. Es mayo de 2021 —plena cuarentena del coronavirus— y su perra Mara, de 16 años, está enferma. La lleva a la veterinaria, quien hace lo que puede por retardar lo inevitable. Cuando llega, el dolor es insoportable. «La muerte es uterina», constata la narradora. «Duele como un cólico menstrual. También es natalicia, sale del ombligo como una raíz y se irradia».
El inusual símil se vincula, en rápida transición, con la pérdida de los padres. Los huesos de los tres forman «un esqueleto nuevo, una misma osamenta, la estructura de mi memoria afectiva». Todo el relato, comprendemos, es la urna funeraria que contiene las cenizas de esos huesos. Quiénes somos ahora es una novela del duelo, una elegía, comparable en ciertos aspectos con El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (2011), de Patricio Pron; con Mi libro enterrado (2013), de Mauro Libertella, o incluso con libros de no ficción como Los rendidos (2015) y Persona (2017), de José Carlos Agüero. Pero si en las obras mencionadas prima una indagación generacional de acentos más intelectuales, políticos y militantes, la de Katya Adaui explora las vidas de seres mucho menos conscientes de su época e incluso del sentido de sus propias existencias. El diálogo de la narradora con cada uno de sus padres antes de morir es casi idéntico:
«Ojalá hubiera hecho todo lo que quería hacer. Ahora es tarde.
¿Y qué querías hacer, mamá?
No lo sé. Ojalá lo hubiera sabido».
Las cenizas de Mara fertilizan un pedazo tierra argentina, unidas a las de cientos de otras mascotas incineradas, pero ¿qué hacer con las de los padres? Es la gran pregunta que recorre el libro, pues si con los perros solo hay recuerdos felices —como se lo hace ver la veterinaria a la protagonista—, de los padres no conservamos en la memoria únicamente imágenes amables en una tarde de playa o de las horas de sueño que sacrificaron para bajarnos la fiebre. Imposible borrar, al mismo tiempo, las palabras hirientes que se dijeron cuando peleaban o los castigos injustos que nos aplicaron. ¿Es necesario liberarse de la madre? ¿Es posible dejar de ser hija? La narradora lo conversa con su analista; incluso toma prestadas expresiones de su jerga. Por suerte son pocas y podemos seguir leyendo a paso rápido sin detenernos en consideraciones teóricas, deslumbrados por un lenguaje para el que nada es imposible. «Somos animales narrativos. Cada vez que no podemos contar algo, inventamos una historia», recordamos que decía Katya Adaui en su anterior novela.
El resultado de esta fe en la escritura es una de las grandes novelas del último año, que confirma a Katya Adaui como la mejor estilista de su generación. Quiénes somos ahora es un libro de esmerada factura, con un cuidadoso trabajo de montaje, al que solo se le podría reprochar cierta indecisión en el final, aplazado una y otra vez, lo que, después de todo, es comprensible, pues la vida no es un camino en línea recta con un cierre tajante. La propia estructura recursiva de la novela asume la lección de su protagonista: «Con mi madre aprendí a caminar en círculos».