Andrés Neuman
Umbilical
Alfaguara
125 páginas
Los grandes cambios morales que se están produciendo en el mundo en los últimos tiempos tienen su obligado reflejo en las letras. Nunca la literatura escapa a este indeliberado papel testimonial. Aunque no conozco directamente todas las obras, vengo anotando un buen número de escritoras recientes o jóvenes, en castellano o en otras lenguas, que abordan el asunto de la maternidad y no, por cierto, como una celebración sino con perspectivas críticas sobre el rol tradicional de la mujer. En menor medida, también algún escritor se ha ocupado del fenómeno de ser padre con sus onerosas consecuencias y las mudanzas en las actitudes convencionales. No depende, sin embargo, de este contexto marcado por una preocupación del momento el texto —¿cómo llamar a una escritura inclasificable? — de Andrés Neuman titulado Umbilical sino de un privado y novedoso planteamiento de la paternidad.
La pura descripción de su contenido nos dice que se trata de una especie de diario en el que no constan las fechas en que se escriben las correspondientes anotaciones. En su lugar figuran cien fragmentos narrativos cortos, de menos de media página en letra grande todos ellos y con numeración correlativa. Se dividen en dos partes de rótulo alusivo, «El imaginado», el nasciturus, y «El aparecido», el niño ya instalado en el mundo. Aunque no solo, ambos bloques tienen bastante carga narrativa —al fin y al cabo, cuentan una historia— y se cierran con «un monólogo mínimo», seis secuencias todavía más breves que las anteriores que pierden por completo la narratividad, desplazada por el decir alegórico.
Las dos partes mayores respetan una lógica continuidad. Arrancan de los sentimientos que conmovieron al propio Neuman al saber que una criatura había germinado en su pareja. La observación le lleva a subrayar una intensa corazonada: aunque el niño no haya nacido y todavía se encuentre dentro de la madre, ya se halla en el mundo. Esta percepción, asentada en el testimonio de los «trazos rupestres de las ecografías», propicia el vínculo estrecho con el no nacido, el milagro o el misterio de un ser con quien tener una relación, a quien hablar, o cantar, y del cual se siente que escucha al padre. Es, podría decirse, como un ejercicio o entrenamiento para la paternidad venidera; un modo de adelantar el conocimiento de la criatura real; todavía una presencia confusa que se explica con sorprendentes analogías: «parece un hipocampo, un astronauta o un híbrido imposible entre ambos seres», «un poco un electrón y otro poquito nadador pionero», «un granito de arroz». En suma, un viviente observado con palpitante ternura al que «a falta de otro nombre, lo llamaremos hijo».
La realidad actual de ese ser futuro, aún un futurible, se solventa con una cadena de metafóricas conjeturas. Qué habrá, se pregunta el escritor, en su cápsula amniótica: «¿Minúsculos tornados, tormentas placentarias, vendavales de hierro y vitaminas?». Con ello, intuimos, se quiere dar respuesta a una lamentable vivencia: que esta etapa vital no deje memoria alguna (salvo en algún caso literario de vida en fetal, como hizo Juan Marsé). Lo cual explica el milagroso proceso de transferencia que se expresa mediante un juego conceptual paradójico: «Voy naciendo al decirte»; «Te traían desnudo y así me desnudaste».
La otra parte pone el foco de la atención en el nacimiento y primer tiempo de vida cierta externa. No son tanto las previsibles experiencias reales lo que importa como el hecho de expresarlas. Tecla fundamental de esta parte es la manifestación de una nueva sentimentalidad, un expresar las vivencias al margen de la tradición; contar al padre como sujeto activo que no se distancia de su hijo y decirlo sin las cautelas con que hasta hace bien poco se hacía y con una confesionalidad desinhibida. Esta falta de rubor tradicional marca a fuego la narración. No faltan datos del anecdotario esperable, pero el autor aporta algunas finas observaciones. Destaca la sensación nueva, germinal, del contacto de la piel con la piel en la primera proximidad con el recién «aparecido». También el vínculo con lo visceral y excrementicio. Con los vómitos o las heces. Nada que ver con una recreación naturalista de lo repugnante porque esto lo convierte Neuman en actos dulces y piadosos que provocan el enraizamiento en un cariño máximo. Expresa así de claro este trato con lo escatológico: «Tu esfínter es un himno, está siempre cantando lo que expulsa, te da risa de gozo, de hacer lo que se puede hacer». Y le da la vuelta a lo repulsivo: «Esta baba con sus grumos de madre, y que es ácida y santa, le da calor al hombro que te arrulla».
Neuman atiende con mirada objetivista, narrativa, ambas etapas del hijo, pero a esa perspectiva le aplica un adelgazamiento y estilización estricto y sistemático. Tanto que en esta novela de tres personajes —padre, madre e hijo— elude el nombre de la madre y del hijo, que solo sabemos por la dedicatoria del libro: Telmo, el niño; Erika, la mujer. Con ello el libro resulta de un intimismo total, algo consecuente con su condición de relato del padre, no de los otros dos personajes (apenas hay presencia de la madre). Esto se expresa con una vigorosa imagen plasmada en la misma dedicatoria: mi hijo «acaba de alumbrarme».
Contar la experiencia de la paternidad —nueva o vieja, para el caso da lo mismo— habría sido en otras manos una gran tentación para hacer un relato con efectos proyectivos e identificadores, y una ocasión para tentar el best seller emocional. El asunto no puede ser más propicio para que tantas y tantas personas puedan revivirlo a través de un relato estimulante y evocador. Todo lo contrario hace Andrés Neuman, quien afronta el motivo de su obra con una absoluta voluntad literaria. No es que la forma anule la emoción de la vivencia individual referida; la forma constituye el requisito fundamental de la escritura. Sin dejar de ser una narración vivencial, Neuman hace un texto de primordial cualidad artística. Su ideación general se inscribe en el espíritu del modernism europeo vigente desde hace un siglo y supone un interesante experimento de conseguir una composición novedosa, no muy llamativa ni provocadora, para recrear una experiencia trascendente. El libro tiene bastante de ensayo narrativo, de tentar no sin riesgo una forma inédita.
De resultas de tales planteamientos, Umbilical no puede definirse con un término común en el glosario de la narrativa. ¿Narración con sostén anecdótico o novela breve basada en impresiones o nouvelle que prima la concisión e intensidad? ¿Narración fragmentaria que aísla momentos señalados de esa experiencia central? Cada uno de estos interrogantes son pertinentes y podrían responderse de forma afirmativa. Pero en el texto participan también otros componentes. Se constata la existencia de un hilo que enlaza personajes, tiempo y espacio y produce un efecto unitario siguiendo la intención del autor de superar el fragmentarismo. También se aprecia, como señalé arriba, la técnica del dietario. Además, el libro podría entenderse como una serie encadenada de microrrelatos. Igualmente refleja la tensión expresiva de lo poemático. Pondré solo un par de muestras, de cualidad visionaria: mientras la madre está dormida, «ciclista nocturno, tú mantienes en marcha la máquina del sueño y tus pies pedalean su inconsciente»; «nos tumbamos a lamernos los dedos, los hombros y las horas». Aparte de pertenecer, claro, a la pujante modalidad de la autoficción, la cual, saliendo del presente inmediato, se proyecta hacia un pasado que rescata antecedentes familiares del autor.
Umbilical quedará como un relevante testimonio histórico, como un texto pionero y quizás fundacional, de la novísima percepción de la paternidad. Pero cuando estas actitudes se normalicen, y ello llegará sin mucho tardar, se verá como el logrado reto literario que es.