Valeria Luiselli
Papeles falsos
Sexto Piso
112 páginas
Papeles falsos fue el libro con el que se dio a conocer la mexicana Valeria Luiselli en 2010, y que ahora reedita Sexto Piso para conmemorar su décimo aniversario. En la década transcurrida desde su publicación, Luiselli ha ganado el American Book Award (2018) gracias a Tell me How it Ends, y el Fernanda Pivano (2020) y el Dublin Literary Award (2021) por su novela Lost Children Archive-. Entre medias, ha lanzado también las novelas Los ingrávidos (2011) y La historia de mis dientes (2013), siempre de la mano de Sexto Piso. Entre todos estos títulos hay una serie de hilos y temas en común que, al echar la vista atrás, revelan sin duda un proyecto compacto, cultivado a partir de las semillas plantadas en Papeles falsos. Se trata de un universo literario poblado por fantasmas del pasado que acechan el presente (el de Gilberto Owen, por ejemplo), y por presentes que se diluyen en medio de crisis personales y familiares, y que desencadenan interrogantes sobre otros tiempos y otros lugares. Una obra habitada también por las víctimas de ayer y de hoy: los pueblos nativos americanos masacrados y confinados; los niños adolescentes forzados a arriesgar sus vidas para tratar de cruzar la frontera sur de Estados Unidos y amenazados luego con la deportación, de vuelta al infierno de las maras… Esa «mirada que ve el mundo desde la perspectiva de los muertos» propia de Benjamin, y que Luiselli no deja de arrojarnos a la cara desde la indignación, como una bofetada acusadora al futuro que estamos construyendo colectivamente.
Dos ejes fundamentales parecen estructurar el itinerario que propone la autora en Papeles falsos: el tiempo y el espacio. Como si, en una especie de giro kantiano, quisiera recordarnos que espacio y tiempo son las condiciones de posibilidad de toda experiencia humana (las intuiciones puras a priori que determinan nuestra relación con el mundo). Sin embargo, la aproximación que despliegan los retazos que componen este libro parecen estar más cerca del pensamiento rizomático de Deleuze y Guattari, de las nociones de cartografía, de territorio y desterritorialización de Mil mesetas y Diferencia y repetición: un pensar que fluye sin coagularse y que se juega en el devenir.
Si en Los niños perdidos o Desierto sonoro los espacios transitados atraviesan Estados Unidos, desde Nueva York hasta Arizona, hasta llegar a Centroamérica, los puntos de fuga que delinea la autora en Papeles falsos atraviesan Venecia (donde arranca y donde se detiene el libro) y la Ciudad de México, aunque también pasean por las calles de Madrid, de París y de Lisboa. En las manos de Luiselli, estos topos se transforman a veces en lugares líquidos, o en espacios áridos, o en ambas cosas a la vez, como en el capítulo titulado «Mancha de agua», estructurado en torno a los cursos de agua del DF (el río Churubusco, el río Ameca, el Tucubaya…), que nos habla de una Temistitan o Tenochtitlan desaparecida, de una Venecia americana que hoy es ciudad-mancha, ciudad sin rostro, sin referencias, porque ha hecho «tierra un lago desierto, cuajado de tiempo y polvo de ríos que ahora son solo avenidas de cemento y palabras baldías.
Papeles falsos es pues, antes que nada, un deambular por el espacio-tiempo. Afirma Luiselli que «un mapa es una abstracción espacial: el espacio que un plano cartográfico despliega ante nosotros -silencio y quietud de un territorio abstracto- espolea la imaginación» porque «solo sobre una superficie estática y sin tiempo puede andar la mente a sus anchas». Y, sin embargo, desde la primera página, el tiempo es también dueño y señor de las observaciones a través de las que va desplegándose la ligera densidad del libro. El recuerdo, la memoria y el olvido. La soledad: la propia -«estar solo no es equivalente a estar con uno mismo», nos insiste Luiselli- y la ajena («las posibles soledades de los otros»). La presencia y la ausencia (la nostalgia, la saudade, la tiricia); los encuentros buscados. Las multitudes y el anonimato (el anonimato de Brodsky al mirarse en los espejos de los hoteles en los que habitó, el anonimato del Brodsky muerto, de su tumba sin señalizar). El nacimiento («nacimos llenos de algo»), la infancia y la vejez («una cara que se va arrugando es cada vez menos anónima»). El trayecto, también, de la casa a la tumba, y de una tumba a otra: del cementerio que inaugura el libro al que lo cierra. La muerte y la existencia, porque «si la voluntad y la vida son dos cosas imposibles de separar, la muerte y el azar lo son también». Hay tiempo incluso para preguntarse por la posibilidad de trascendencia, haciendo eco a Unamuno. Pero todo ello desde una profunda, tranquila inmanencia y una especie de modestia vital.
Tiempo, pues, y también espacio. Y junto a los mapas, al tránsito, al nomadismo existencial (Luiselli es hija de diplomático), aparece la cuestión de la frontera. «En el fondo, un anatomista y un cartógrafo hacen lo mismo: trazar fronteras ligeramente arbitrarias en un cuerpo cuya naturaleza se resiste a los bordes determinados, a las definiciones y límites precisos», escribe la autora. La frontera es aquí «ese gran vacío». Por eso el libro no puede dejar de abordar también el «problema de la identidad»; la «enfermedad de la ciudadanía»; la figura, también, del desplazado, del exiliado. Del migrante. Y Luiselli hace suya la frase de Sebald según la cual el emigrado es «aquel que busca a los suyos, por donde quiera que vaya».
En la cosmovisión de la autora, estos temas conectan a su vez con otro fantasma, de ecos kafkianos: la burocracia. No en vano los capítulos de su siguiente ensayo, Los niños perdidos, llevarán por título «Frontera», y «Corte» (y «Casa», y «Comunidad»). Al final, la mirada de Luiselli retorna siempre a los papeles: esos papeles falsos que dan nombre a esta pequeña joya.
Y es que, por encima, o por debajo, o por entre los vericuetos de todas aquellas ciudades, lo que la autora transita (y con ella quien la sigue en su viaje a través de este centenar de páginas de prosa acerada, cuidada e incisiva) son ante todo las palabras, los libros, la escritura. También los libros son territorios, y también sobre los libros pasa el tiempo («pesan los años sobre el papel»). «Volver a un libro se parece a volver a las ciudades que creímos nuestras, pero que en realidad hemos y nos han olvidado». Por eso, el cementerio de San Michele visto desde el aire es «un enorme libro de tapo dura». Por eso, para Luiselli, «los paseos que hacemos a lo largo de las lecturas trazan los espacios que habitamos en la intimidad», y por eso sus verdaderos compañeros de viaje son Duras, T.S. Eliot, Pessoa, Beckett, Walser. Y Brodsky, el errabundo.
Papeles falsos podría estar en la esfera de algunos de los ensayos de Vila-Matas, pero con menor afán por la erudición y más emoción. Es una recopilación de destellos de lucidez casi ininterrumpida, muchos de los cuales podrían ser por sí mismos epigramas o aforismos cristalinos, pero que a la vez es mucho más que una mera yuxtaposición de fragmentos. Se ha hablado de la herencia de Alfonso Reyes. También hay quien lo considera de algún modo precursor de un tipo de ensayo literario más abierto, que otros autores como Jorge Carrión o Miguel Albero (Enfermos del libro, La orgía callada, Esto se acaba) también han explorado con asiduidad a lo largo de la pasada década, y que recientemente títulos como El infinito en un junco habrían consagrado como fenómeno de masas en España. Pero por encima de todo, Papeles falsos es una ventana: una «lámina imantada de llamadas y respuestas», como decía Octavio Paz. Una ventana al mundo, una ventana a nuestras propias inquietudes, y una ventana privilegiada al resto de la obra de Valeria Luiselli. O como diría ella misma sobre su cara: «bosquejo de un rostro futuro», «líneas de una historia que comprenderé después».