Paco Cerdà
Presentes
Alfaguara
328 páginas
POR LUCAS MARTÍN JURADO

Escribir sobre el franquismo y la Guerra Civil, y muy especialmente, bajo conjuro literario, se ha convertido en un ejercicio de riesgo en España. En primer lugar, por la consabida e inaceptable controversia que la sola mención del periodo sigue despertando en algunas tertulias poco o nada escrupulosas con las exigencias elementales del decoro y de las reglas del juego de la democracia, pero también por una reserva de orden estrictamente narrativo que ha ido enconándose hasta coincidir con una paradoja acaso no del todo ajena al entusiasmo con el que se repara en los episodios que han permanecido ocultos durante demasiado tiempo. Por un lado, se publican más libros sobre el tema que nunca, hasta el punto de ser mayoría en algunos anaqueles de las librerías, y, por otro, da la sensación de que queda casi todo por revelar, lo que, trasladado a la ficción o el ensayo, un terreno en el que no suele bastar con la recensión, y en el que la dimensión histórica cohabita con el enjuague poético y con el cada vez más difícil equilibrio sentimental, supone un desafío que a menudo lleva al límite al propio género. Si algo nos han enseñado la historiografía sobre el terreno, desde Fray Bartolomé de las Casas a Primo Levi, así como las grandes novelas basadas en la miseria humana, es la complejidad que entraña el hecho de contar el horror; desde cuándo y cómo escribir, con qué actitud. Una complicación que cobra tintes de epopeya intelectual si, como le ocurre a Paco Cerdà (Genovés,1985), se decide hacerlo evitando tanto «el maniqueísmo como la equidistancia» y sin escatimar datos ni preguntas en torno a una de las etapas más negras y maniacas de la historia del país.

Después de trabajos como la exitosa El Peón (Pepitas de Calabaza), premio, entre otros, Cálamo al mejor libro de 2020, o 14 de abril (Libros del Asteroide), en el que aborda la proclamación de la Segunda República, el periodista y escritor indaga en las costuras religiosas y vivenciales del franquismo con una obra sinfónica en la que la investigación de archivo -minuciosa y ejemplar- se combina con una ambición literaria que va más allá de la restauración informativa. El título, Presentes, publicado por Alfaguara, que conjuga las décadas aciagas penetrando hasta la raíz y, como ya viene siendo el sello del autor, a través de un fresco de tramas en las que personas y familias desconocidas encuentran su sitio junto a la suerte de celebridades y hasta de la propia afirmación del bando ganador. Un centenar de personajes y veintidós historias que se embridan a partir de un acontecimiento tan inusitado como escasamente escrutado a partir de la Transición: el cortejo de 467 kilómetros impulsado por Franco para trasladar los restos de José Antonio Primo de Rivera desde una tumba de Alicante a la capilla de El Escorial. O, dicho de otro modo, la campaña, inflamada de boato y suntuaria compunción, con la que el régimen intentó asentar su autoridad a costa de la magnificación súbita de una figura que, como recuerda el libro, apenas había logrado seducir en vida a un porcentaje ínfimo de votantes y que, además, tampoco había dado muestras de complicidad ni entendimiento alguno con el que acabaría por convertirse en dictador.

La imagen, incluso transmutada en un símbolo, resulta indudablemente poderosa. Especialmente, en movimiento, que es donde la vuelve a activar Paco Cerdà, quien, ochenta y cuatro años después, realizó en solitario buena parte del recorrido, familiarizándose con los hitos que iba recopilando en todo tipo de fuentes y que tienen, en su lectura, hasta resonancia antropológica de carácter universal. La fabricación del mito, el reemplazo de una ideología tan endeble como supersticiosa por el oficio de la religión. Una religión que llegaría incluso a abominar de los excesos de la comitiva, que conforme progresaba iba aumentando su pomposidad marcial y su diapasón campanudo, abrazando una retórica por momentos eclesiásticamente embarazosa en la que el héroe parecía ser ungido por la pléyade de los poetas franquistas con los atributos de un semidiós. Con un estilo a caballo entre la novela y la crónica literaria y pródigo en recursos narrativos, lo que no desvirtúa la honestidad de la escritura, sino más bien todo lo contario, Cerdà camina al lado de la procesión, atento a cada timbre enardecido y alternando el avance de la distorsionada verdad oficial con esa otra que el poder trataba metro a metro de aventar : la de los desaparecidos y humillados -que incluso abarcaron a viejas glorias de la asonada franquista como los mutilados- a los que el autor persigue e interpela por campos de trabajo, crímenes atroces, paseíllos, juicios esperpénticos, hambrunas y destierros. También por sus notas y cuadernos, empeñado siempre en no detenerse y en acercarse sin trampas ni artificios a su situación vital y emocional.

Entre vítores siniestros y jaculatorias patrióticas, la narración de Cerdà va desenmarañando un desfile en paralelo mucho menos vistoso y desprovisto de penachos, golpes en el pecho y hopalandas: el de los fantasmas de cuerpo presente que la represión iba sepultando y dejando atrás. La cara oculta de la consolidación de un discurso que arrolló incluso al que fuera su estandarte, el José Antonio al que el autor, infatigable también en las tareas de documentación, estudió en profundidad y que la luctuosa cruzada que inspira el libro desdibujó hasta transformar en un fantoche al servicio de las veleidades poéticas y santurronas de un régimen impuesto por las armas, pero todavía vacío de contenido conceptual. El mártir que es asimismo el mascarón de un ejército de espectros instituido a partir del relato de vidas muy distintas y a menudo enfrentadas y unidas por el predicado en común de permanecer en el lindero de lo que se invisibiliza y deforma hasta que deja de forma parte de la fábula embravecida. A veces, incluso, de un modo físico, como corresponde a las víctimas de abusos y asesinatos, de las familias despedazadas por el régimen, pero también a los exiliados, entre los que se recuperan casos verdaderamente estremecedores. Casos que, unidos en torno al momento histórico y a la escritura del autor, se alzan frente al lector como un esquema pormenorizado de las diferentes variedades del dolor, la infamia y el olvido: el mutismo de las familias de los fusilados al paso de la comitiva; las palizas recibidas por el artista Miguel de Molina; la abnegación de Matilde Landa y su cruel castigo; la inanición de los desplazados en los campos de concentración; los sueños de reencuentro de Miguel Hernández o Guiomar, la musa de Antonio Machado; Elena Fortún sin saber en su exilio del apasionamiento de la hija de El Caudillo por el personaje -Celia- de sus libros; la muerte anónima, la cárcel, los encierros desesperados, la negación.

En su minuciosidad y densidad literaria y humana, Cerdà ha escrito en Presentes, el último tomo de su trilogía sobre la época, una enciclopedia y un libro de libros sobre los años de gestación y consolidación de la prédica fascista. Un libro que es a ratos un extraordinario tratado filológico sobre el levantamiento a ras de suelo y de sangre de la retórica, entre marcial y hagiográfica, del franquismo -el relato de la reunión de los intelectuales amigos de José Antonio para componer, entre recios licores, el himno de la Falange, resulta, a revueltas con la historia, particularmente llamativo y grotesco-; una antología de sucesos olvidados; una investigación sobre el papel de la Iglesia y de Estados Unidos y un análisis certero sobre los procesos sumariales y la continuidad infernal y dantesca de los derrotados que sobrevivieron a la Guerra. Y, sobre todo, un modelo de escritura y de reparación histórica.

En un pasaje, y sin tambores ni efectismos, a modo de anagnórisis discreta, el autor confiesa que es descendiente de una de las víctimas. Del silencio inapelable de varias generaciones. De su necesidad de saber qué y el por qué. Con un pudor y una exuberancia inquisitoria que remite a las preguntas inherentes al buen periodismo y a la tradición que lo emparenta con la literatura. Quizá también a su enriquecimiento recíproco, especialmente visible en un título destinado también a destacar en la prosa del periodo por la riqueza y elegancia del estilo; la falta por igual de equidistancia y sectarismo de la que le gusta hablar y que, con acierto, aplica a su escritura. Y a la que se podría añadir, y de manera más que merecida, su capacidad para resolver la ecuación a la que señalaba Todorov: la que conduce a un relato que busca comprender y que no viene precedido por pulsiones de revancha ni arrebatos sentimentales, por muy legítimos que estos sean. ‘Presentes’ funciona como una novela basada en la realidad y al mismo tiempo como un ensayo que se apoya en mecanismos ficcionales para asomarse por debajo del biombo de lo que nunca podrá saberse; las horas pasadas en soledad, bajo el temor, la herida y la desconfianza. Los pensamientos y sentimientos de los ausentes, verdadera memoria espiritual.