Constantino Bértolo
Una poética editorial
Trama editorial
170 páginas
POR EDUARDO LAPORTE

Constantino Bértolo (Lugo, 1946) es conocido en el panorama literario español por su labor como editor. Su nombre se relaciona con autores de referencia que marcaron tendencia en los noventa y que aún siguen atrayendo el interés del público lector. Elvira Navarro, Marta Sanz o Ray Loriga son algunas de las ‘chicas Almodóvar’ de este editor ya emérito que en su momento soñó con apuntalar un discurso literario de altura. Una poética editorial, por no decir política, en su sentido más amable, que es como se titula esta recopilación de artículos y conferencias que componen el libro publicado por Trama Editorial.

Elementos para acercarse con interés a un libro como este, como también resultó estimulante, con esa labor de antólogo e historiador, aquel reciente ¿Quiénes somos? 55 libros de la literatura española del siglo XX (Periférica). Sobre todo, por cuanto se defiende la labor de editor como un escritor que emplea libros en lugar de palabras, que cree en el catálogo como la materialización de una mirada al mundo, no tanto una ideología, aunque a la postre también. Una defensa de aquellos libros que invitan a pensar, a desmontar los propios mitos, las inercias propias, alertando del peligro que generan los libros malos, principal caballo de batalla (que no de Troya) de Constantino Bértolo.

Como si la moneda mala retirara del mercado a la buena, como leemos en una de las reflexiones de Una poética editorial. Se cita en este punto a la ¿visionaria? Fahrenheit 451 de Truffaut, cuya tesis no es que el fuego acabara con los libros, sino que los «libros perezosos, potitos, bonitos, al servicio de un lector que no está para muchos esfuerzos» acabaron con los libros buenos.

En un tiempo en que se fomenta cualquier tipo de lectura, esta idea resulta estimulante, incluso provocadora en cuanto que puede resultar elitista. ¿Y qué pasa con ese camarero, esa enfermera, ese personaje blasé que cuando llega a casa prefiera leer a Máximo Huerta en lugar de a Faulkner? ¿Constituye Paula Hawking y La chica del tren, señera representante de esa novela de aeropuerto, la gran amenaza para la madurez intelectual de una sociedad?

Bértolo no da puntada sin hilo y, con una ironía que no estomaga, surte al lector curioso de agudos juicios sobre el mundo editorial y la expansión de este. En muchos casos, ilumina, pero en otros, peca de un derrotismo (no dramático) que el tiempo se ha encargado de rebatir. Ahí encontraríamos el punto flaco de esta gavilla de conferencias publicadas alrededor de 2010: no todas han envejecido bien. Porque una década, en el contexto actual, equivale a casi un siglo en otras épocas. Esto se acusa especialmente en «La literatura como cadáver», fechada en julio de 2009. Entonces, acababa de nacer el grupo Contexto, con editoriales que renovarían el paisaje de las letras españolas de un modo significativo. Impedimenta, Libros del Asteroide, Periférica y otras aunarían literatura (en el sentido que defiende Bértolo) y público, con librerías que encontrarían también su rescate e incluso florecimiento cuando nadie daba un duro por ellas.

La resurrección que nadie previó

Bértolo expide el certificado de muerte de la literatura en los albores de 2010, sin prever que su resurrección se encontraba a la vuelta de la esquina. Habla de un cadáver aún exquisito cuya estela aún alimenta foros y suplementos, pero la literatura ya no está ni se la espera. Era la lógica pesimista de un tiempo que no imaginaba que un autor como Cărtărescu contaría con una legión de devotos lectores en nuestro país, de la mano de Impedimenta; o que Annie Ernaux ganaría su Nobel para regocijo de una pequeña editorial (Cabaret Voltaire); o que Irene Vallejo lograría decenas de ediciones de su maravilloso ensayo… ¡sobre libros! O que las redes sociales serían vehículo de inquietudes literarias en todas sus expresiones.

No todo es jauja en 2023, ni mucho menos. Ahí están esos premios literarios cargados de sospecha, como el último Nadal de un Manuel Vilas que firma para Planeta. Pero la literatura se resiste a morir. ¿Y los libros malos? ¿Acabarán con los buenos? ¿Acabó el folletín decimonónico con Tolstói o Dostoievski? Lo bueno —y lo malo— de estas cuestiones librescas es que no hay certezas. Pero se ensancha el ojo crítico al plantearlas.