César Aira
Las pequeñas editoriales independientes, que fui uno de los primeros en cultivar, lo tienen todo para estimularme a publicar (y subsidiariamente a escribir), porque no tienen problemas en aceptar los textos menos clasificables en géneros o temáticas (los que los libreros no saben dónde ubicar), y los de menor cantidad de páginas, es decir, libros como los míos. Además, y esto es importante para mí, su distribución es deficiente, hay que poner cierto ahínco para encontrar el libro, y lo encuentra sólo el que realmente lo quiere. No me gusta que se publicite un libro, que lo elogie el mismo que quiere venderlo, que, si pudiera, obligaría a la gente a comprarlo. He tenido que resignarme a que se haga con algunos de mis libros, pero no bien puedo me escapo a alguna pequeña o pequeñísima editorial que no tenga presupuesto ni ganas de hacer publicidad. Si por mí fuera, editaría mis libros en tiradas de cincuenta ejemplares, para venderlos en una sola librería lo más escondida posible. (Ahora que lo pienso: lo he hecho. Aunque no fueron cincuenta, fueron veinticinco. Y no fue una librería, sino una escondida galería de arte).

 

Vicente Luis Mora
Creo que usted hace literatura conceptual, pero no dentro de una línea neoconceptualista como la de Kenneth Goldsmith, cuyas obras son la mera aplicación de un procedimiento apropiador concreto (y ya aclaró usted en el Diario de la hepatitis, con buen criterio, que «¿Alguien habrá notado que lo escrito con un procedimiento no es necesario leerlo?»), sino un conceptualismo enmarcado dentro de un proyecto, de una dimensión intelectual que no se queda en la definición de los procesos, sino que busca perpetuamente contenidos comunicables (varios por libro, pese a su brevedad), insertos en un sistema discursivo de producción general de extrañeza.

 

César Aira
El lector que soy y que he sido siempre me obliga a mantenerme en guardia, al escribir, contra el aburrimiento, la abstracción, la mera exhibición de destrezas de estilo. Debe haber materia, en lo posible, materia disfrutable, alimento para la imaginación o la ensoñación. Desconfío de los conceptualismos. Un poco está bien, si es para hacer algo nuevo, pero encerrarse en un concepto intelectual puede hacer perder la diversión. Las vanguardias en literatura tienen poca vida y ninguna descendencia. Sería peligroso creer que pueden fructificar como en la pintura o la música, porque aquí la materia prima es la lengua, que sigue siendo significante más allá de todas las torsiones a que se la someta.

 

Vicente Luis Mora
Hay algunos términos recurrentes en sus libros, como simultaneidad o continuidad (que resultan intercambiables si sustituimos tiempo por espacio). Sus tramas perseveran, pese a la aparición de imponderables en apariencia irresolubles o inverosímiles. Esa poética de la prosecución rige alguna de sus novelas, donde parece que más que sortear algún problema o nimia contradicción que le surge, usted, el autor de Continuación de ideas diversas, prefiere mirar más allá, centrarse en otros aspectos, no detenerse en lo anecdótico, continuar.

 

César Aira
En el Diario de Gide encontré esta frase, que yo podría suscribir: «Una de las grandes reglas del arte: no demorarse». Tal como yo la entiendo, demorarse equivale a tomarse en serio, a creer que hemos dado con un filón, y que deberíamos quedarnos ahí explorando las riquezas de esa idea. A algunos puede ser que les resulte, si bien no es lo mío, quizás porque nunca tuve una idea lo bastante buena como para quedarme a vivir en ella. Esa huida constante mantiene calientes los motores de la creación, pero da por resultado una discontinuidad que tengo que disimular lo mejor que puedo. Por eso me he especializado en transiciones, que son lo esencial de mi trabajo de escritura. A veces pienso que yo no escribo: hago transiciones, busco lograr un pasaje suave de un sueño a otro.

 

Vicente Luis Mora
Uno de los elementos más fascinantes de su obra me parece el de esos pequeños giros, con cuya variación todo se convierte en desconcertante: en Cómo me hice monja, el protagonista es varón, pero la voz narradora se refiere a él como niña, creando un profundo efecto de extrañamiento. O cuando el César de Madre e hijo olvida que está casado y con hijos y se enamora de otra mujer. Son pequeñísimas variaciones o inversiones de lo real que producen, aplicando la regla pascaliana de los infinitos presente en El infinito, infinitos efectos.

 

César Aira
Esos «pequeños giros» de los que usted habla, que a menudo no son tan pequeños, son efecto de la improvisación, y de una voluntad de hacer una escritura «en presente». No me refiero al presente de los tiempos verbales, cosa de la que abomino, sino de modo que la invención esté sucediendo al mismo tiempo que la escritura. Podría ser de otra forma, y supongo que lo es en general, que los buenos escritores primero piensan y después escriben. Yo lo hago a mi manera porque, aparte de que nunca estuvo en mis intenciones ser un buen escritor (ya hay demasiados), encuentro que redactar lo que se ha elaborado previamente en el pensamiento se parece demasiado a un trabajo, como llenar informes o formularios. Contra lo que podría parecer por mi manejo desenvuelto de la jerga intelectual, me considero un escritor intuitivo, entregado a todos los automatismos, a la improvisación salvaje e irresponsable. Si se arma algo más o menos coherente, no es mérito mío sino del hada Literatura, que baja del cielo con su varita mágica y pone orden en lo que empezó siendo una acumulación casual de ocurrencias del momento.

 

Vicente Luis Mora
¿Puede establecerse algún tipo de pasadizo entre su interés por el «procedimiento» narrativo de Raymond Roussel, sobre el que ha escrito usted en Evasión y otros ensayos y en el texto En La Habana, y su interés por los procedimientos duchampianos o los utilizados por el arte conceptual?

 

César Aira
El procedimiento que usó, que inventó y usó, Raymond Roussel le sirvió a él y a nadie más. Sus continuadores, ya sean los de OuLiPo u otros, se redujeron a la trivialidad del crucigrama. Quedaron mecanizados por lo que era un mecanismo, aunque en Roussel no había actuado como un mero mecanismo, porque seguía vigente el hecho de que el que lo empleaba había sido su inventor. Se aplica a lo que decía hace un momento: las innovaciones en literatura sirven para uno solo, no hacen escuela. La innovación de Raymond Roussel fue tan original y tan audaz que abrió todo el campo de una nueva literatura. Pero al mismo tiempo que lo inauguró lo cerró. No tuvo continuadores, y yo tampoco lo soy. No sorprende que Duchamp haya encontrado en él la inspiración para su Gran Vidrio. Duchamp es también un mundo completo del arte, si bien en otra clave, más radical. Su encanto está en que todas sus obras son distintas y cada una es una gran innovación que no hace escuela, ni siquiera en él mismo. Es como si fuera veinte artistas, cada uno de los cuales descubrió y agotó un terreno nuevo. Lo interminable de su interpretación procede del intento de conciliar esta banda de genios bajo la premisa de que son uno solo.

 

Vicente Luis Mora
En Sobre el arte contemporáneo, apunta los varios grandes enemigos que tiene el arte actual, aunque no explicita con claridad si la literatura los tiene. ¿Sería el gran enemigo de la literatura la facilidad comercial, que antes dejaba un espacio al margen de los best sellers, pero que hoy, cada vez más, asfixia al espacio antes conocido como literatura?

 

César Aira
Al enemigo del arte contemporáneo lo inventó el arte contemporáneo en su carrera por la originalidad a cualquier precio. Lo que traté de razonar en un ensayo fue que ese enemigo no está afuera, enfrentando al arte contemporáneo, sino adentro de éste, constituyéndolo por la negativa, como un molde puede dar forma a una escultura. Es una figura atractiva, pero específica del arte contemporáneo. No puede extrapolarse. Hay que tener en cuenta que los buenos enemigos sólo se hacen por dinero, que no es tan abundante en ninguna disciplina artística como en el arte contemporáneo; los artistas se consolarán de las acusaciones de fraude contando las ganancias. En ese sentido, la situación del arte contemporáneo y la literatura son simétricamente opuestas: hoy en el arte un Jeff Koons hace un conejo inflado y lo vende por millones, mientras que el honesto pintor de buen oficio que pinta paisajes, retratos y naturalezas muertas malvive vendiéndolas en la calle. En la literatura, el honesto artesano de novelas convencionales (Elena Ferrante, pongamos por caso) gana millones, mientras que el audaz explorador de formas nuevas debe pagarse la edición de sus libros. El grito estentóreo del enemigo del arte contemporáneo se transforma en un patético chillido de ratón en la literatura.

 

Vicente Luis Mora
Examinados sus primeros libros ahora, asombran por la coherencia que mantienen con el resto de su obra. Moreira (1975) ya declaraba su amor por el discurso y su forma, que, según el Aira de Cumpleaños (2001), le atraen más que el propio contenido; en Ema, la cautiva (1981), el simulacro, en este caso a través de la impresión de dinero falso, se revela casi como una obra artística; El vestido rosa (1984) deja entrever su pasión por el objeto-aleph que, con su potencia simbólica, acaba revelando el universo interior de los personajes… ¿Cómo se mantiene un mundo narrativo tan coherente y diverso a la vez a lo largo de cuarenta y tres años?

 

César Aira
Creo que ya lo respondí al decir que soy un intuitivo, que no sigo reglas ni tengo un sistema, lo que hace que siempre sea yo, exhibiéndome a pesar de mis mejores esfuerzos por hacerme invisible. Podría parafrasear a Montaigne cuando explicaba la amistad diciendo «porque él es él y yo soy yo». Para ciertas cosas no hay explicación. En mi caso, no puedo dejar de ser yo, y mis libros no los ha escrito nadie más que yo. Mi motivación para escribir es el placer que me da hacerlo, y el empeño que uno pone en la busca del placer es tan grande que puede llegar a parecerse a la obsesión, donde todo se repite.

 

Vicente Luis Mora
Suele estar usted asociado por los estudiosos a la etiqueta denominada «autoficción fantástica», aunque etiquetar siquiera parte de su obra parece un poco atrevido, por su extensión y diversidad. ¿Se reconoce en el uso fantasioso o delirante de ciertos elementos biográficos para después salir huyendo de ellos, llevándolos lo más lejos posible?

 

César Aira
He notado algo que siempre hice inconscientemente y es que, cuando siento que lo que estoy escribiendo baja mucho el nivel de calidad y acecha el desaliento, el modo de mejorarlo es recurrir a algún hecho de mi vida, un recuerdo, una situación presente, un amigo. La intervención de lo biográfico, siempre travestido, le da luz y brillo al relato, lo hace saltar en una dirección inesperada, y puedo seguir adelante confiado en que una dirección inesperada será la dirección correcta. Creo que el éxito de esta operación deriva de la necesidad que me impone de travestir eficientemente un hecho real y que me incumbe. Nadie debe enterarse de que se trata de mí. Debo extremar la cautela, y el miedo de que me descubran detrás de la máscara y me confundan con uno de esos pedestres practicantes de la autoficción le da alas a la invención.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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