Gonzalo Torné
Brujería
Anagrama
398 páginas
El barcelonés Gonzalo Torné viene forjando un mundo narrativo unitario que se caracteriza por un claro desapego de las tendencias narrativas de moda y por el entroncamiento en la novelística clásica. En sus ficciones conjuga un acendrado interés por los paisajes del alma y una cierta inclinación hacia el testimonio colectivo. El documento no supone, de todas maneras, la convencional ganga sociologista propia de la narrativa decimonónica sino un referente realista que sirve de fondo a la minuciosa exploración psicológica. En esta línea inscribe también su nueva obra, Brujería, la cual, además, establece lazos con las anteriores por medio de la presencia de algunos personajes de aquéllas en ésta. Reafirma con ello su concepción narrativa también bastante clásica de crear un mundo imaginativo solidario, un continuo novelesco que recuerda prácticas de algunos grandes del género, de Balzac o de Pérez Galdós. Torné, en la estela de esos maestros, amplía en Brujería con nuevas figuras el amplio retablo de la sociedad contemporánea que viene elaborando y que abarca tanto las pulsiones íntimas como formas de vida representativas.
Brujería, también a desdén de una cierta inclinación actual por la solidez argumental de la novela, tiene una trama anecdótica fuerte y clara. Diego, protagonista y narrador, ha estado trabajando más de un lustro en Italia y vuelve a Barcelona para dirigir el nuevo Museo de Memoria Contemporánea. Antes de hacerse cargo del puesto pasa unos días de descanso en un lugar veraniego cercano a la ciudad donde conoce a una familia, el matrimonio Julio y Laura con sus tres hijos, y Berta, hermana de Julio. Pasadas las fechas de descanso y tras incorporarse Diego a su trabajo, mantienen las relaciones amistosas. Julio comete una infidelidad y hace a Diego el raro encargo de que atienda a su mujer, de que la «manche de mundo». Ella, por su parte, también ha sido infiel al marido. El matrimonio ha decidido no separarse y Diego se convierte en el medio que facilita la supervivencia de las componendas burguesas. Pero no solo en eso. Además, Diego sentirá una atracción controlada por Laura y, a la vez, tendrá una relación muy estrecha con la cuñada, Berta. Todo se desarrolla en un círculo de peligrosos vínculos particulares, pero no falta un egoísta interés económico de Julio para que el Diego -bien relacionado social y políticamente- le facilite negocios especulativos.
Las vivencias, emociones y recuerdos suscitados por esta historia rectilínea, salvo por los vaivenes sentimentales de la relación del protagonista con las dos mujeres, da lugar a una recuperación un tanto proustiana del ayer, de la juventud de Diego y del tiempo de fraternidad ilusionada, no sin alguna tragedia, que compartió con un pequeño grupo de desiguales amigos. De tal modo, Brujería mete en un solo cesto dos historias, aunque conexas, bastante independientes y solo pegadizas. Se entiende, sin embargo, que este narrador de intensas historias que es Gonzalo Torné haya puesto tanta carne en el asador novelesco. Ello le permite ampliar el campo de observación sobre las pulsiones del alma, le facilita añadir nuevos ángulos a su exploración de la conciencia, incluso agregar un par de aspectos, el de la culpa, casi inevitable en todo trajín biográfico y sentimental, y el del doble, que cuestiona la identidad cuando se han cometido deslealtades para consigo mismo.
A pesar de esta justificación, en verdad uno tiene la impresión de que no era necesario desarrollar ambas tramas con semejante detalle; de que la del grupo de amigos está sobrepuesta a la otra; de que Torné ha despilfarrado la oportunidad de hacer dos novelas sueltas con semejante interés cada una de ellas. Y con ello ha pagado, además, una factura de no menor cuantía: rompe la intensa trama principal y hace fatigoso andar descifrando los ires y venires del grupo. Aunque también he de señalar que en este sector se halla uno de los mejores y más emocionantes episodios de toda la novela, el escrito con mayor sentimiento y sin retórica verbal ni líos de cabeza: la relación de trágico desenlace entre Diego y una chica del grupo, Valeria. Es una gran historia de amor, honda y auténtica, sin el artificio ni la supina intelectualización que domina el trío Diego, Laura y Berta. No debiera dejar de lado Torné para cuando sea esta capacidad suya para contar con el corazón en la mano.
De ambas tramas se desprende el abordaje de un conjunto de temas intimistas —de «interiores humanos», dicho con fórmula de la novela— con alguna expansión social. La memoria (o sus fantasmas: los ausentes) va asociada al peso de la nostalgia y al natural paso del tiempo, «la secreción inevitable que dejamos al vivir». Las relaciones personales y su correlato de «la trampa de la posesión». El amor, del que se presentan varios tipos y es objeto de finos matices, entre los que no falta la relación con el interés y el dinero, una cadena representativa de un fenómeno externo, el capitalismo. La difícil amistad, parecida al mundo de los sueños: «interrupciones, incoherencias». El matrimonio, crudo retrato de una institución social, reflejo de intereses (a Julio le ha servido para redimir su clase humilde de origen con la acomodada de Laura) y símbolo de dependencia (Diego prefiere «reinar en la soltería que servir en el matrimonio»).
Salvo por las sutilezas con que se explayan estos asuntos, nada sorprendente ofrece Brujería en el flanco temático. Mas no es para recriminárselo al autor, pues este no juega en esa liga sino en otra, en la de la forma, en la construcción de un artefacto retórico singular. La forma posee en la novela un valor primordial. Su estructura conjuga diversos modelos: impera el discurso del narrador dirigido a un destinatario plural («os», «no creáis», «vosotros»), el grupo de amigos, razón última de la escritura; buena parte de la superficie textual está compuesta por largas conversaciones que marcan el libro como una novela dialogada y que, con frecuencia, constituyen disertaciones que encubren auténticos monólogos; amplios pasajes recurren al expediente epistolar; también encontramos un monodiálogo en la evocación que hace Diego de Valeria.
La esmerada arquitectura tiene su paralelo en la variedad de tonos. Predomina lo discursivo, pero no faltan ramalazos humorísticos. El análisis mental implacable se conjuga con buenas descripciones y con pasajes oníricos. Pero todo ello tiene importancia menor al lado del antinaturalismo general de la novela. Las conversaciones de Diego con Laura y Berta son puros ejercicios especulativos. Las citas del narrador con ambas en el hotel Miramar es como si trasladaran a Cataluña las charlas en Davos de La montaña mágica. Los diálogos de largas parrafadas —salvo cuando recuerdan una sesión de psicoterapia con un terapeuta lacónico— manifiestan una absoluta y deliberada insensibilidad a la lengua popular. Los personajes ignoran el registro conversacional y hablan como escribirían, de saber hacerlo con alta dosis de retórica. Tanto en la narración del protagonista como en las charlas hallamos un discurso alambicado, cultísimo, denso, grandilocuente, repleto de agudezas. Y salpicado de sentenciosas frases impactantes: «Qué desoladora es la inocencia de las personas inteligentes». Este rasgo marca no solo el discurso sino también el ser mismo de los personajes: brillantes, inteligentes, sagaces… El resultado es que, en conjunto, Torné expone más que narra.
Los caminos indicados, los de una novela culta, reflexiva y no poco intelectual, distantes de una simple recreación realista del mundo, son aquellos por los que opta Torné para su empeño global de revelar «qué áspero es el juego de la vida», utilizando la expresión del narrador. No debemos pensar, sin embargo, que para lograr esa empresa el autor se conforme con atenerse a la espontaneidad narrativa. Al contrario, le respalda una meditada teoría de la ficción. Brujería incluye un paréntesis metaliterario en que el narrador se explica respecto de lo que entiende por novela. «Una novela —dice— es un avispero de intenciones, ideas, imágenes, recuerdos, engaños, deseos, acusaciones y aspiraciones… Es una agitación continua, como la vida». Por tanto, se pregunta, «¿por qué iba a ser distinta la ficción de la vida?». Y en otro momento aclara: «La vida no tiene sentido ni mensaje, es un tiempo consciente que atravesamos, y una novela es igual: un mundo de ficción al lado de la realidad». Desde esta clave debemos leer la obra narrativa de Gonzalo Torné, una cadena de ficciones cuyo último eslabón es Brujería y con las cuales la invención acompaña, recrea e ilumina la realidad.