POR CARLOS F. GRISGBY

Es el peor de los géneros literarios, el más asqueroso. Pareciera estar escrito exclusivamente con hipérboles, con promesas falaces. Su única virtud es la brevedad. En el mejor de los casos, es la mercantilización del entusiasmo; en el peor, el entusiasmo de la mercantilización. La contratapa es el lugar donde todo escritor de talento pareciera entregarse voluntariamente al lugar común.

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Lo escribo así, chabacanamente en inglés. Antes, en castellano, la función del blurb —hacer un libro más atractivo para un posible lector— la cumplía el prólogo. Las más de las veces, el resultado era algunas de las páginas más débiles de su autor; otras veces, no obstante, resultaba algo legible. Al menos, en un prólogo uno tiene que decir algo.

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Según la leyenda, el primer blurb fue obra de Walt Whitman. Al leer una carta elogiosa de Emerson, Whitman escogió una frase para ponerla en la contratapa de Leaves of Grass. El demócrata Walt Whitman era conocido por ser una suerte de agente de sí mismo, un incansable promotor de su propia obra, actitud que lo desprestigiaba a ojos de algunos de sus contemporáneos. Es predecible que haya sido un escritor gringo el fundador de este género. Es irónico, sin embargo, que haya sido un poeta. O quizá no.

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Si hay, en efecto, una relación entre género literario y orden social, el blurb es el género representativo del libro como mercancía y, lógicamente, del lector como consumidor. Los estantes de la librería son las góndolas del supermercado. Lo sabemos sobradamente: todo está dentro del mercado, nada está fuera, incluso cuando no se le ponga precio a un libro.

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Lo peor del blurb no es exactamente su carácter comercial, sino el modo insidioso en que contamina otros ámbitos de la literatura. El prestigio siempre ha sido importante: nos importa tener prestigio, ser reconocidos por nuestros pares, etc. No obstante, el blurb hace un uso tóxico de él: explota el prestigio de su autor para conferírselo al libro en cuya contratapa aparece. Hay también otro aspecto que raya en lo industrial, por su volumen de producción: los mismos cinco o seis nombres célebres aparecen prodigando hipérboles en la mayoría de las novedades de las librerías. ¿Cómo creerles?

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A veces, esta burda economía empuja a los autores a confundir la lealtad a una amistad con la que le deben a su oficio. No es cierto que todos escribamos grandes libros, que todos seamos únicos, que a todos haya que leernos. Aunque quien escribe una hipérbole para ayudar al amigo sabe que es una hipérbole, crea un discurso que conduce al buenismo y a la mutua celebración acrítica que definen nuestra cultura literaria movida primordialmente por las ganancias de un puñado de grandes editoriales. A las editoriales independientes pequeñas y no tan pequeñas, claro, no les queda otra opción que seguir las reglas del juego.

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¿Yo he escrito blurbs? Sí. ¿Le he pedido a alguien un blurb? También. Cuando así ha sido, he intentado hacerlo sin hipérboles ni falacias, que cada palabra diga lo que significa. Cuando los he pedido, he intentado dejar claro que si el libro no lo inspira, no tienen que escribirlo. ¿He fracasado? He fracasado.

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¿Es un blurb honesto un mal blurb? No. ¿Se puede vender un libro sin hipérboles? Obvio que sí. Quiero pensar que obvio que sí. Podemos ayudar a hacer más visibles los libros que nos entusiasman —y, a la inversa, nos pueden ayudar— sin falacias.

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Para Roland Barthes, un usuario del lenguaje incurre en estupidez cuando repite, cuando copia, en lugar de formar oraciones propias. El blurb es un género que privilegia la estupidez. Otro francés, Flaubert, escribió en una carta a George Sand: «Nous ne souffrons que d’une chose: la Bêtise. Mais elle est formidable et universelle». Traducción: No tenemos sino un solo padecimiento: la Estupidez. Pero ella es formidable y universal. Entre usted a una librería y compruébelo.