David Jiménez Torres
El mal dormir
Libros del Asteroide
160 páginas
POR BRENDA NAVARRO

Aunque las encuestas de los usos del tiempo comenzaron a realizarse formalmente desde principios del siglo XX, fue en la década de los años noventa que las demandas sociales relacionadas especialmente con los derechos de las mujeres las hicieron imprescindibles para los análisis políticos en temas de igualdad pública. Dichas encuestas, utilizadas para formular indicadores sociales, incidir dentro de las políticas estatales y otros objetivos en pos de demostrar la fuerte brecha de género en los trabajos de cuidados y domésticos, también han sido una rica radiografía del espacio privado (hogares y familia) para entender la forma en la que actualmente distribuimos el tiempo de ocio y de descanso, incluido el tiempo que usamos para dormir. 

En España, estas Encuestas de Empleo del Tiempo (ETT) eran realizadas por el Instituto Nacional de Estadística (INE), sin embargo, desde el año dos mil diez, no se han llevado a cabo, por lo que llevamos más de una década sin la actualización de estos datos sociales, así que, como en muchos otros casos, para hablar de nuestra actualidad, tenemos que acudir a las experiencias y bibliografías anglosajonas que suelen tener datos más recientes, no porque en dichos países se tenga mayor conciencia de la riqueza contenida en estas encuestas para el bienestar social, sino porque existe un fuerte componente mercadológico que obliga a entender a la ciudadanía no como ciudadanía, sino como clientela dispuesta a consumir para crear una falsa estadía de confort. 

En todo esto pensaba cuando leía el libro El mal dormir (2022), escrito por David Jiménez Torres (Madrid, 1986). Si bien el ensayo parte de las experiencias personales mezcladas con anécdotas y citas literarias de la cultura occidental, el autor propone un trabajo que prepondera sus preocupaciones relacionadas con lo que podríamos denominar el mal del insomnio y permite que en cada capítulo, de forma sutil y efectiva, se asome la problemática de fondo: «El verdadero enemigo de quien tiene problemas de sueño no es la noche, sino el día». Es decir: la rutina, las horas repartidas entre una cosa y otra, la vida misma. 

Alejado pero no dando la espalda a los datos médicos científicos, este ensayo busca exponer las preocupaciones personales de Jiménez, de su madre (insomne confesa casi que por accidente frente a su hijo) y de algunos amigos consultados. Es una especie de manifiesto en donde el autor alza la mano para decir: Si vamos a ser mal durmientes y hablar de cosas de insomnes, que sea para algo, que sirva para saber que no estamos solos y quizá, intuyo, autorizarse el derecho de habitar el poema de Charles Simic «The Congress of the Insomniacs» para planear la siguiente convención internacional en la que no falte nadie. Un objetivo bastante ambicioso porque tal y como él lo sugiere casi al final del libro, debido a las actuales circunstancias, dicho evento sería, por decir lo menos, «(…) mucho más concurrido. Pero, sobre todo, mucho más triste». 

David Jiménez indaga en las posibles causas del mal dormir que afecta a muchas personas y busca dilucidar si se debe a una hipocondría generalizada, a transtornos físicos-corporales o si todo se debe a que ha tocado vivir una época en la que las condiciones de precariedad nos hacen sentir que avanzamos -como Sisífo- a ningún lado pero con el cansancio y el poco descanso sobre nuestros cuerpos. Es, dice el autor, una sensación de desasosiego que le hace dar vueltas a la idea que me parece es central en la tesis que sustenta este libro: «la impresión de no ser plenamente adultos». Es decir: vivir una vida de adultos, soñar despiertos, tener deudas y preocupaciones de adultos sin realmente serlo. Ser Pinochos, expresa, títeres de madera con aspecto de humanos crédulos de manejar los hilos de su propia vida y que, sin embargo, todos los días se preguntan «¿cómo me convierto en un adulto de verdad?». 

Para resarcir este malestar, escribe Jiménez, quienes duermen mal, suelen encontrar algún remedio dentro de los productos relacionados al mar dormir (café, pastillas, melatonina, etc.). Por lo que incentivan un mercado que «lleva varios años creciendo a un ritmo del ocho por ciento, y la revista Time pronosticó que la facturación anual de esta industria alcanzaría los 101.900 millones de dólares en 2023». La paradoja en plenitud: adultos dependientes de una lógica industrial que les permita seguir fingiendo que una vida de sueño pleno existe. La incomodidad como enemigo o como opresor. 

De acuerdo a diversos informes médicos, la necesidad de descanso de una persona depende de su etapa de desarrollo: cuando eres bebé necesitas dormir muchas horas, luego viene la niñez en la que el propio cuerpo se regula, para después llegar a la adolescencia en donde otra vez se vuelve a requerir de muchas horas de sueño, para luego llegar a la vida adulta donde es más común experimentar el insomnio. El camino final sería la vejez en la que, aunque puede existir el deseo de dormir, el cuerpo lo necesita menos. ¿Esto quiere decir que quienes son de la misma generación de Jiménez llegarán a un punto vital en el que no necesitarán dormir más? Jiménez no lo sabe de cierto. De hecho, dice, todas las disertaciones que plantea no lo ayudarán a dormir mejor, «pero nos dará más cuestiones en las que pensar mientras aguardamos, como viajeros en un andén, la llegada de algo extraordinario». 

Cuando terminé de leer este libro, la duda que me quedó rondando en la cabeza fue si ese algo extraordinario podría estar relacionado de forma directa con el anhelo de sentirse adultos en plenitud, llegar a un estado de confort? Y si esto es así, ¿el confort significa dormir bien porque están todas las necesidades cubiertas, o qué es exactamente lo que hace falta a la vida ordinaria que no deja dormir en paz? ¿A qué aspirarían los insomnes? ¿A congregarse comunitariamente y después qué? Y voy un pequeño paso más allá: ¿La congregación de los insomnes tristes realmente rechazarían pensar como Nabokov, que, como explica Jiménez, solía desdeñar el bien dormir al decir que «el sueño es la más imbécil de las fraternidades humanas, la que más derechos reclama y la que exige rituales más ordinarios. Es una tortura mental que a mí me parece envilecedora.»? 

Aunque es cierto que un libro es solo un puente para seguir haciéndonos preguntas, vuelvo a mencionar a las encuestas de usos del tiempo, -tan olvidadas y tan innecesarias para la mayoría de los gobiernos hispanoamericanos- como una herramienta clave para las disertaciones literarias: Si somos capaces de saber y mantenernos informados de cómo se emplea el tiempo de las personas, especialmente en ocio y descanso, quizá no necesitemos una convención, ni siquiera estar muy tristes, para comenzar a delinear un texto, o dos o tres libros en el que los cuestionamientos no solo nos unan para sentirnos parte de algo, sino para comprender por qué existen personas que bien duermen y tienen un sueño plácido y reparador. Se me ocurren dos hipótesis para seguir conversando con Jiménez: una, porque muchos de ellos son los titiriteros que no dejan que las marionetas se vuelvan de carne y hueso, y dos, porque esto no es un asunto individual, sino la consecuencia de que ser adulto ya no es lo que nos dijeron y habrá que buscar otras formas de serlo.