Ce Santiago
El mar indemostrable
La Navaja Suiza
136 páginas
POR BEGOÑA MÉNDEZ

No sé por qué quienes adoramos El mar indemostrable a lo Williams H. Gass, esto es, de un modo pagano y politeísta, debemos aceptar sin combate su destino aciago de libro-joya, de objeto de culto. La primera novela del traductor y escritor Ce Santiago (Cádiz, 1977) debería ocupar otro templo más visible, ser centro de peregrinaje. Publicado a principios de marzo de 2020 en la editorial La Navaja Suiza, pasó a engrosar la nómina de libros aplastados por la pandemia mundial y los rigores del confinamiento. Hubo un par de entrevistas, dos o tres reseñas, algunos elogios. Eso fue todo. En enero de 2021 Nadal Suau, crítico y compañero de biblioteca, escribió para Contexto «Lo mejor de la novela española en 2020: un informe razonado»; sobre El mar indemostrable afirma que su prosa y su estructura son deudoras de la tradición posmoderna norteamericana. Como no soy experta en narrativa norteamericana, le pregunto a Ce Santiago por las influencias de su novela; menciona Gótico carpintero, Autobiografía de Rojo, La suerte de Omensetter, El padre muerto, El cuaderno perdido o Al faro, entre muchas otras. Solo he leído las obras de Carson y de Woolf. De todos modos, aclara: «Soy de habitar frases o palabras ajenas más que de habitar novelas, de ahí que quizás, más que un impacto en el estilo, haya un impacto en las frases o los párrafos. Puede que ese sea otro de los motivos que justifican las notas al pie». Porque es cierto, la corriente textual de su novela nos lleva a unas notas que irradian significados y amplifican resonancias, imágenes poéticas que se quedan girando sobre nuestras cabezas. Además de un homenaje a sus maestros, me parece una forma elegantísima de insertarse en la tradición de la que Ce Santiago bebe. En el informe de Nadal Suau sobre El mar indemostrable me llama la atención una pregunta casi lanzada al viento: «¿qué se esconde ahí, qué necesidad de excavar o regresar o silenciar el ruido del mundo?». 

– Josep, ¿por qué no me dijiste que el traductor Ce Santiago había escrito un libro?

– Yo qué sé Begoña, se publican tantos libros…

– ¿Lo tenemos en casa?

– ¡Claro! te lo busco. Está de puta madre.

Y así fue que en marzo de 2022 me quedé varada en las redes de su lenguaje poético, corriente marina de odio velado y de anhelo de vida. Para vislumbrar ese mar indemostrable, les pido ahora que borren de su imaginario la idea de mar como claustro materno o líquido primordial, que no observen las aguas salobres como vientre acogedor o fluido femenino; les ruego que elucubren océanos despiadados que azotan y que escupen, que piensen en engendros marinos que, arrojados a la tierra, adoptan la forma de los héroes sanguinarios y de los padres cruentos o acaso no son lo mismo. Seres consagrados al agua que, al bordear la costa (intersticio entre dos mundos), se convierten en instancias de lo humano masculino, cuerpos de hombre que sacuden y que hacen daño; grávidos de repente, marineros en el limbo, incapaces de adaptarse a lo ajeno cotidiano que sucede en el hábitat terrestre. Hombres que dicen coño y que se cagan en dios, que imponen a sus familias el vértigo de sus carnes. Porque, si como sentenció Bachelard en El agua y los sueños, «El ser consagrado al agua es un ser en el vértigo», el marinero que regresa a casa vive en el abismo de la tierra firme. Les pido también ahora que piensen en aguas bravas, mares pesantes y arrolladores que Ce Santiago transmuta en palabra literaria, una experiencia verbal que arrastra hasta la orilla de las páginas del libro (otro limbo, otro umbral) la trampa y los peligros de los cantos de sirena, la belleza inefable de las aguas marinas, la negrura de sus fondos. El miedo como emoción atrapante. ¿Acaso no buscarían como busca Ce Santiago como fuera a toda costa la muerte de ese mar espantoso y fascinante? ¿No querrían sin embargo demorarse en esa muerte, asumir la atracción, quedarse por un tiempo quietos con los ojos como platos mirando incrédulos enamorados algo que es muy hermoso y que anuncia destrucción? Tampoco el autor tiene prisa porque sabe, como sabe Bachelard, que «la muerte cotidiana es la muerte del agua»; así, El mar indemostrable es la forma de una imaginación creadora con voluntad asesina, allí donde el odio y la venganza y la sed de justicia corren silentes por los túneles oscuros de los fondos de las aguas. 

En El mar indemostrable, Santiago da forma a un mar-corriente-textual que desborda las fronteras de los géneros literarios porque el libro es a la vez un ensayo poético y una epopeya antiheroica; una tragedia clásica y un tratado del mar como fenómeno vivo y material. Le llamaremos novela y diré que está estructurada en cinco actos, cinco piezas de puzle que funcionan perfectas como estructuras autónomas, como textos completos. «El chico, pocos años, arrojando al mundo una sombra acobardada» padece en su cuerpo la furia de lo masculino que el-padre-encarnación-del-mar proyecta sobre su hijo. «Manos de niña» me dice el autor que podría haberse titulado el libro, y no puedo estar más de acuerdo. El niño, sometido por la figura paterna, lo sigue a todas partes en su errático moverse hacia ninguna parte. Y manos-de-niña le aguanta insultos y vejaciones; el hijo, cabizbajo, arde por dentro: un fuego rojo resuena en el cuerpo del niño. El padre y el hijo se miran y se tantean y después el pie de página de Carson: «¿Qué aspecto tienen las distancias?». La autora continuaría: «Se extiende desde un adentro ilimitado hasta el borde de lo que puede amarse». El trabajo de ese niño es encontrar ese borde y nosotros lo seguimos con el corazón en un puño hasta al final del libro, hasta la muerte del agua. Una muerte árida y con raíces, las mismas que persigue el niño a lo largo de la novela. Puesto que sabemos que hay trazas autobiográficas en esta historia, pienso que El mar indemostrable cumple con la idea de Roland Sukenick para quien la literatura es «un modo de enmendar el mundo». Ce Santiago desgarra la realidad para fundarla de nuevo a través del lenguaje. La segunda parte nos acerca a la experiencia de una tasca de marineros que aguardan el mar de nuevo; tabaco, sudor, alcohol. Las palabras se rompen, atravesadas por gritos, se dislocan por desidia, se dejan a medias. Ideas deslavazadas, conversaciones cruzadas. El logro de Ce Santiago en esta pieza de ruidismo no es tanto capturar el lenguaje cotidiano sino jugar el juego de miradas y de voces que suceden simultáneas en distintos planos, porque para remediar la realidad habrá antes que desmantelarla: entre el caos marinero, el narrador se cuela entre corchetes para decir lo que el niño, testigo atónito, no alcanza a comprender. Y está además esa voz en cursiva, grieta narrativa por donde se asoma el Ce Santiago persona: beben en legítima defensa, nos dice y me parece ver al hijo de un marinero que comprende que el padre va con un vaso lleno para soportar la vida. El buque pesquero atraca en el puerto en la tercera parte. A través del cuerpo del niño vemos la piel requemada de los pescadores, el aroma putrefacto de los peces desventrados, el aguardiente el café, la gangrena, la sangre, el alcohol de contrabando. Y una voz narradora, increíblemente dulce y compasiva, observa a las mujeres, porque siempre hay una mujer que espera con un trapo de cocina entre las manos. Y llega el esposo, hombre desconocido, y entre ellos se produce el sexo más triste jamás relatado. Y están los perros que, como en Los galgos, los galgos, de Sara Gallardo, emergen como símbolo de una redención imposible, porque también ellos sufren la violencia del agua encarnada en el hombre. La cuarta parte, fenomenología del mar y ensayo personalísimo de Ce Santiago, está estructurada por fragmentos sueltos, sentencias y poemas construidos con la materia pesante con que está hecha el mar: corales y ahogados, sedimentos, peces azules, gaviotas, oleajes, hombres enamorados de su propio reflejo, esa versión heroica con que son engañados por los mares traicioneros. Y llegamos al final, a la quinta parte, a la muerte del mar. Sé que debo callar, que ya no hay más que decir. Tan solo que, quizás, tocar con la punta de la punta de un dedo el ojo de un pez muerto sea la única respuesta a la pregunta aquella que en 2021 se hizo Nadal Suau a propósito de El mar indemostrable: «¿qué se esconde ahí, qué necesidad de excavar o regresar o silenciar el ruido del mundo?». La necesidad de tocar la muerte y sentir sus ojos vacíos para aprender a vivir.