Alfonso Hernández-Catá
El alma de los muertos
Selección y prólogo de Juan Pérez de Ayala. Cuadernos de Obra Fundamental. Fundación Santander
245 páginas
Así llamaba Saínz de Robles a Alfonso Hernández-Catá (1885-1940). No le faltó razón pues estamos, y esta cuidada antología lo demuestra, ante uno de los más admirables narradores del pasado siglo.
A Hernández-Catá lo nacieron en Aldeávila de la Ribera, Salamanca. Y uso la acertada fórmula de Clarín («me nacieron en Zamora») que cuadra a la perfección con este cubanísimo santiaguero al que llevaron a nacer en el pueblo de su padre, militar español destinado en Cuba, entonces en Madrid, por esos azares vinculados al funcionariado. Apenas un año después el padre vuelve a Santiago y el primero de los 11 hijos de este teniente coronel español casado con criolla cubana pasará toda su infancia y primera juventud en la ciudad que consideraba su patria. El propio marco en que Alfonso viene al mundo es ya absolutamente novelesco. El padre de la madre, conocido nacionalista, es fusilado por los españoles a poco de dar su consentimiento al matrimonio de su hija con el militar español. Algunos de los mejores cuentos del escritor, profundo antimilitarista, se desarrollarán en la guerra hispano-cubana.
Ese arraigado antimilitarismo se refuerza tras su estancia en el Colegio de Huérfanos Militares de Toledo, en el que lo interna la viuda cuando apenas contaba con 16 años pero del que pronto huye para refugiarse en la cálida bohemia madrileña de comienzos de siglo. Muy pronto su firma comienza a aparecer en la prensa, parece que apadrinado por su admirado Galdós. Su adaptabilidad, su vital optimismo le abren muchas puertas, entre ellas las de la diplomacia: en pocos años pasa de la bohemia madrileña al cuerpo diplomático cubano que lo acoge en su segundo regreso a la isla, ya casado con la hermana de su íntimo amigo Alberto Insúa, futuro colaborador de sus exitosas obras teatrales. Hernández-Catá será un ejemplo más del poderoso binomio diplomacia y literatura que promoverá Iberoamérica a lo largo del siglo XX. Brasil es la pionera y lamentablemente será en Brasil cuando en plenitud de la vida hallará la muerte al estrellarse el vuelo que lo llevaba de Río a Sao Paulo para dar una conferencia siendo embajador de Cuba en el país carioca.
Diecisiete relatos conforman la primera parte de la antología, la muerte planeando sobre casi todos ellos. A veces la muerte es el bálsamo que redime una vida sin sentido, otras la esperanza de un futuro más propicio, producto de una obsesión, muerte en vida a quien da la muerte o a quien mutilan para siempre, desgarrador final que frustra una ilusión o castiga una conducta. No crea el lector que la omnipresencia de la muerte ensombrece, por así decirlo, la vitalidad narrativa de los relatos, repletos de luminosidad y aciertos; a veces, por el contrario, la proximidad de la muerte, redobla la fraternidad de quienes se ven enfrentados por la arbitrariedad de las guerras, tal como sucede en el magistral relato ‘Cimientos’, donde el marino español y el miliciano mambí refuerzan su humanidad en medio del absurdo bélico. La guerra de Cuba y la Primera Guerra Mundial jalonan varios relatos y demuestran la vacuidad, el horror y la injusticia de las contiendas; cómo la carne de cañón, quienes mueren, son la gente pobre, los trabajadores, obligados a matar para no morir acribillados por las balas ajenas o incluso por las propias.
La brillantez, la precisión, la modernidad en fin de estos relatos es admirable. Dos a modo de ejemplo, aunque me quede corto. ‘Los muebles’ nos relata, en tiempo real y memoria viva, un viaje en tren introduciéndonos en el departamento donde se cuenta, con todo lujo de detalles, la obsesión por un viejo armario que desemboca en la locura. Las pausas de ese monólogo, un tanto intimidatorias, le sirven al narrador para detallar con realismo cinegético los paisajes que van desfilando por la ventanilla. ‘Casa de novela’, carece de acción. Un observador da cuenta de lo que sucede en la casa de enfrente: la vida cotidiana de la familia que la habita; pero intuye que esa aparente normalidad esconde la tragedia y esta reventará en el momento más inesperado.
La antología se completa con unas interesantes semblanzas, bestiario y haikus, con el broche de una adenda que recoge la inolvidable despedida de Gabriela Mistral a su querido y admirado compañero en las letras y la diplomacia, ejemplo vivo del mejor Iberoamericanismo.