María Fernanda Ampuero
Sacrificios humanos
Páginas de Espuma
144 páginas
POR JAVIER SANCHO MAS

Ruido y furia. Eso puede quedar en la cabeza al acabar el nuevo libro de María Fernanda Ampuero. Un estallido inicial, un grito y, después, ese desorden de animal grande entrando en un almacén de porcelana. La violencia contada principalmente desde la mirada y la voz de las víctimas, o de testigos muy cercanos. 

Para quienes hayan leído su primer libro de relatos, Pelea de gallos, Ampuero (Guayaquil, Ecuador, 1976) vuelve a la arena para un segundo round. Ahonda en la violencia del machismo y la desigualdad, el abuso contra la mujer y los niños, la discriminación sobre las migrantes. Reafirma así un sello de identidad que, ahora desde la ficción, y antes desde la crónica y el ensayo, la destacan en el panorama de la literatura latinoamericana.

La lacra de la violencia que describe Ampuero deja millones de seres humanos en el camino, sin que apenas recordemos uno solo de sus nombres. Y ahí está quizá la intención a la que apuntan algunos cuentos de la autora ecuatoriana: dotar de un nombre a millones de niñas o mujeres destrozadas por la violencia. Un combate a degüello que se prolonga en nuestra memoria de lectores: el nombre de las víctimas o el de los verdugos; la historia personal de las que sufren o el ruido y la furia que las agrede. ¿Qué perdura más? 

La nueva narrativa de la violencia, escrita por autoras latinoamericanas, como Ampuero o su compatriota Mónica Ojeda, ha tomado el relevo y ganado terreno a esa profusa tradición desde el José Eustasio Rivera de La Vorágine hasta el Vargas Llosa de La ciudad y los perros, o el Bolaño de 2666. La necesaria y más que justa novedad es que ahora las voces son de ellas.

Y en medio de todo, el terror. Salpican estos cuentos algunas escenas que recuerdan películas del género, como si aún estuviera narrando la niña de Monstruos, un relato de su libro anterior, quien alquilaba en un videoclub los clásicos de terror para verlas con su hermana. En esas películas podemos predecir, a veces, lo que va a ocurrir. Será inútil gritar desde adentro a la protagonista: «¡No subas esa escalera; no abras esa puerta!». Al final, lo hará. Pero por predecible que sea, el terror siempre nos toma por sorpresa.

En Biografía o Lorena, dos de los nuevos cuentos de Ampuero, intuimos desde el principio su desenlace, como lo intuye la propia voz narradora de Biografía, desde que le abren la puerta de una casa, en el norte de un país que parece España. Ella, una escritora migrante, sin papeles, y sin éxito en la búsqueda de otros empleos, pone este anuncio: «¿Crees que tu historia es digna de un libro pero no sabes cómo contarla? ¡Llámame! ¡Yo escribiré tu vida!». 

Lo que sucede a continuación compendiará varios de los temas de la obra de Ampuero: la injusticia y el abuso contra la mujer, niños y niñas; la discriminación contra las migrantes; o el clasismo y la desigualdad contra las más vulnerables que, en algunos relatos, son empleadas domésticas, por ejemplo. Por ello es un acierto de edición situar este cuento a la cabecera, sin que necesariamente sea el más logrado. 

En Biografía, la narradora encarna a miles de mujeres migrantes. Esa conciencia de arquetipo hace que apele directamente al lector: «Véanme, véanme». Nos grita a lo largo del cuento. No nos pide que la veamos solo a ella, sino a ella como representación de «las que se comieron las hormigas, las que ya no parecen niñas sino garabatos, las denudas sin vello púbico, las despellejadas…».

¿Servirá de algo? Desde otra perspectiva, la narradora ya advertía, al principio del cuento, que en sus circunstancias «escribir es la cosa más inútil del mundo». Más tarde, señalará que todas las víctimas a las que alude pidieron alguna vez «ayuda a dios, al hombre, a la naturaleza», sin resultado. Ella no tiene a nadie más que al futuro lector de lo que cuenta. Y al final, a pesar de estar atrapada en algo parecido a una escena de Psicosis, huye, escoltada por las sombras de las que no pudieron escapar. 

Hay algunos relatos cuya voz narradora es la de una niña o un niño, lo que amplifica por contraste, la violencia descrita. Otros destacan por un estilo diferente, como el último, Freaks, narrado en infinitivos, o Sacrificios, escrito enteramente en forma de diálogo breve e intenso, que podría funcionar también como guion de cortometraje. Una pareja que se pierde en un gran aparcamiento, convertido en laberinto, busca desesperadamente su automóvil. Discuten y afloran rencillas. Se quedan sin luz y se sienten cada vez más perdidos. El relato termina siendo una fábula del laberinto de engaños y violencia en el que se convierte cualquier pareja en un momento de la relación.

No se sabe si las historias, o los personajes, surgen antes que los temas. Si es así, Ampuero no evita que se muestre su voluntad de representación de los mismos. En Biografía, por ejemplo, mientras la protagonista huye, escucha a sus hermanas de migración susurrando: «cuenta nuestra historia, cuenta nuestra historia, cuenta nuestra historia».

Escribir con la conciencia de ese compromiso exige una doble responsabilidad: con la causa, por un lado, y con una literatura que esté a la altura de esa causa, por otro. En el terreno meramente literario, la herramienta más poderosa de Ampuero consiste en la agilidad de sus frases limpias y breves, que permiten una lectura muy fluida. Esta cualidad hace que la lectura se sobreponga a algunas costuras que se entrevén, como la inclinación excesiva, en ciertos momentos, a las enumeraciones y paralelismos, aunque constituyen una marca estilística. Evita que algunas metáforas manidas, o los pocos momentos en los que se fuerza la búsqueda de frases impactantes o grandilocuentes, estorben ese flujo narrativo. 

Pasa lo mismo cuando la autora asume el riesgo de mostrar las costuras del tema elegido en el cuento y su tratamiento. Parece que se va a acercar al filo en que la escritora interviene y desea guiar nuestra lectura. Por suerte, solo parece, y gana la historia, es decir, la literatura. 

Ampuero ofrece en Sacrificios humanos una forma de mirar y de escribir que, sin duda, exige un dolor, para el que no siempre habrá catarsis. Patricia Highsmith recordaba que, a diferencia de otros oficios en los que hay que endurecer el caparazón para lidiar con los golpes emocionales, el de la escritura requiere un caparazón más fino para captar, sentir, comprender y trasladar las emociones. 

El horror deja miles de víctimas y desconcierta nuestra memoria. Ponerle orden y nombres es una tarea que puede parecer inútil, como la del memorial de las mujeres desaparecidas de Santa Teresa en el 2666, de Bolaño. Sabemos, como se dijo de aquella novela que «en el epicentro del mal, nada puede parar el horror», pero la escritura supone un contrapunto, inútil quizá, para el recuerdo de la dignidad y la belleza.

Necesitamos y seguiremos necesitando las voces de quienes sufren la violencia y de sus testigos cercanos. La impresión que dejan los cuentos de Ampuero es que algo, alguien, un animal ha roto lo que era sagrado, que ha rasgado violentamente los velos del templo. No es fácil contarlo. María Fernanda Ampuero se atreve.