Garcésn radical

11

Marina Garcés
Nueva ilustración radical
Anagrama, Barcelona, 2017
80 páginas, 7.90
POR DANIEL B.BRO

Nada más difícil que definir nuestro tiempo, valorarlo, indicar sus direcciones, lo que le es específico. Si ese pasado no deja de estar quieto, no digamos del presente, que es por definición movimiento, vale decir: cambio. Y cambio que significa no sólo orientación, sino valoración. ¿Cómo es el mundo después de la Segunda Guerra Mundial? Por lo pronto, a partir de entonces, cada vez más y más hablamos de él de manera global: políticas y economías de signo intercontinental, influencias culturales y religiosas que se extienden pulsadas por las modas o por corrientes subterráneas. Y, desde hace unos treinta años, con la revolución de los medios de comunicación, se ha internacionalizado la economía, la política y buena parte de la tecnología (muy sujeta a la economía de los países), además de que también se ha transformado nuestra noción del tiempo: todo sucede ahora, y ahora es un tiempo que se ha acelerado aún más. Si a comienzos del siglo pasado se hablaba de una aceleración del tiempo histórico, hoy es el tiempo, en sí, el de cada uno y el de todos, el que ha tomado una velocidad que en ocasiones produce la sensación de estar parado. Y, en otro orden, ¿cómo podríamos definir nuestro modo de pensar y actuar? Todo marbete es sospechoso de inexactitud, que no pocas veces se torna en injusticia. Incluso cuando hablamos del Renacimiento, del Barroco, de la Ilustración o el Romanticismo, estamos hablando de una realidad diversa, por mucho que, ciertamente, algunas de las características que definen estas palabras puedan encontrarse en esos periodos. Pero no sólo esas características. Hay muchos elementos irracionales en la Ilustración (francesa), o mucha fe disfrazada, por ejemplo, bajo la exaltación de la razón. Y qué decir de nuestro tiempo: modernidad, fin de la modernidad, posmodernidad, auge de la tecnología, tiempo de la digitalización, de la posverdad.

La filósofa Marina Garcés (Barcelona, 1973) es autora de Filosofía inacabada (2015), además de otras publicaciones, y ahora nos entrega un pequeño librito, embrión, como ella misma nos aclara, de una reflexión en marcha: Nueva ilustración radical. Su Filosofía inacabada contiene muchas sugerencias y, sin duda, debe varias perspectivas a Foucault, y a su vez a Nietzsche: una arqueología del saber y una identidad (en términos de valores) histórica, luego en formación y cambio. Por otro lado, Garcés sospecha de que el pensamiento haya sido, casi en su totalidad, masculino y blanco. No parece esto muy discutible, aunque sospecho que los griegos clásicos, por mediterráneos y dados al ágora, eran bastante morenos, y los chinos eran «amarillos». ¿De qué color era Buda? De lo que no me cabe duda es de que la incorporación, cada vez más y más, de la mujer a la reflexión filosófica (en el pensamiento científico es aún más evidente, aunque ahí es más difícil observar las diferencias masculino/femenino) está aportando una riqueza nueva al diálogo común del saber. La razón es universal y no conoce sexos, pero, salvo las ciencias, todos los saberes se ven influidos en sus propuestas por los aspectos sociales, individuales, históricos y sexuales. Vayamos al libro de Garcés.

Afirma nuestra autora que «el mundo contemporáneo es radicalmente antiilustrado». Pero ¿qué es un mundo ilustrado? Garcés nos remite a Kant, quien en 1784 afirmaba que las sociedades europeas de entonces vivían en un tiempo de ilustración. Sin duda se refería a «Alemania», Francia e Inglaterra. Garcés no nos aclara mucho qué es ser ilustrado hoy, salvo que Kant utilizaba el término en un sentido dinámico. Así es. En Kant significa hacerse mayor gracias a la autonomía y el valor de atreverse a pensar. Frente a ese atrevimiento a saber, que no es un estado sino una tarea, nuestro tiempo es antiilustrado, y tampoco es un estado de nuestra conciencia, sino una «guerra». Y esa guerra tiene los signos de un nuevo autoritarismo, según Garcés. Nuestra autora entiende la ilustración «como el combate contra la credulidad y sus correspondientes efectos de dominación». La credulidad supone una dejación del acto de pensar, una vuelta a la inmadurez, al periodo de apolitización, en definitiva, algo que ha estudiado Javier Gomá. La credulidad no es sinónimo de creencia, nos aclara. Las creencias no nos impiden pensar, la credulidad sí.

Lo que triunfa hoy, nos dice Garcés, es una fascinación por lo anterior a lo moderno. Así pues, la guerra contra la Ilustración (en el sentido de emancipación, de hacernos cargo del acto de pensar por nosotros mismos, etcétera) es en realidad una claudicación, una rendición. La idea de Garcés acerca de qué sea la modernidad es parcial: «Entiendo la modernización como proyecto histórico concreto de las clases dominantes europeas, vinculado al desarrollo del capitalismo industrial a través de la colonización». Bueno, algo de esto forma parte de la modernidad, aunque ¿por qué arriesgar una definición tan personal, que sin duda tiene algunos adeptos, pero que nos parece extremadamente restrictiva? De ahí a hablar de «la modernización de corte occidental» sólo hay un párrafo. ¿Hay otra? ¿No nace también la modernidad del seno de la crítica, es decir, de Kant? ¿No está unida la crítica y la modernidad al surgimiento de la democracia moderna? De hecho, lo que hace Garcés es defender ese principio, el de la crítica, que nace con la modernidad y la inventa y que ahora, según juicio que compartimos, está en franca desaparición.

Por otro lado, el futuro, como idea de progreso, de espacio de perfección alcanzable, se ha disipado. No hay futuro y vivimos «precipitándonos en el tiempo de la inminencia». No hay futuro, entre otras razones, porque la crisis del capitalismo actual radica en su base: las serias dudas sobre las condiciones de crecimiento. A esto se suma una serie de males cuyo denominador común, según Garcés, es «la imposibilidad de intervenir en las propias condiciones de vida».

La vida se ha hecho invisible, actuamos en ella, pero no la decidimos, ya que todo parece ya hecho, pensado, por un lado, y, por el otro, las fuentes de decisión están fueran del individuo. Desde esta visión, que yo resumo, y que, dado el tipo de texto, apenas si se apoya en datos y debemos aceptarlo por juicio moral, Garcés apela al acto de pensar, de hacernos cargo de nuestra vida desde un saber activo, dado que ese acto nos puede hacer mejores y permitir un «nuevo tiempo de lo visible». Hacer visible la vida sería, si lo entiendo bien, mostrar los hilos de los poderes que mueve realmente la existencia, y, al hacerlos visibles, poder conocerlos y actuar en relación a ellos. Porque «el hecho decisivo de nuestro tiempo es que, en conjunto, sabemos mucho y, que, a la vez, podemos muy poco. Somos ilustrados y analfabetos al mismo tiempo». Es cierto que en conjunto sabemos mucho (los avances científicos, tecnológicos y en humanidades lo avalan), pero tal vez no sabemos bien qué significa nuestro saber, aunque a lo que apunta Garcés, heredera, como decía al principio, de Foucault, es que sabemos mucho, si bien podemos poco.

También apunta Garcés a nuestra relación con la naturaleza, y creo que con pertinencia. La hemos desvirtuado y nos hemos situado como una plaga depredadora, antropocéntrica, como si la naturaleza sólo existiera para estar a nuestro servicio, entendido éste desde la perspectiva capitalista: beneficio hoy, cueste lo que cueste. Su llamada a las humanidades como toma de conciencia es la manera de reivindicar una nueva ilustración, pero lo que nos dice Garcés es que no nos basta el conocimiento, sino la capacidad para actuar y emanciparnos de los nuevos poderes, articulados a través de las ciencias y de la educación actual, por no hablar del mundo financiero. Pero Garcés se hace otra pregunta vinculada también con el poder: «¿Cómo y por qué a tanta gente culta hoy se le puede hacer cualquier cosa?». Sospecho que también habría que preguntarse por nuestra facilidad para actuar inconscientemente, movilizados por pulsiones que son redirigidas a fines ajenos a esa realidad de fondo. Hay también en Garcés una crítica de cierta radicalidad a lo que denomina «humanismo», que se basa «en la concepción que tiene de sí mismo el hombre masculino, blanco, burgués y europeo y se impone como hegemónica sobre cualquier concepción de lo humano, dentro y fuera de Europa». Por lo tanto, «el humanismo es un imperialismo». Propuesta: los «universales recíprocos». ¿No late aquí un nuevo relativismo? Por otro lado, ¿olvida la autora lo que ha significado en el siglo xx la antropología como dinamitadora y dinamizadora del centro de gravedad de los discursos hegemónicos eurocentristas? Esperemos que Marina Garcés desarrolle estas ideas y ponga ejemplos para que podamos entender mejor, más allá de algunas generalidades, sus postulados. Aunque me temo que algo de los cultural studies le impide reflexionar con sutileza sobre un tema que es real: las contradicciones del capitalismo y de la modernidad, un tema que ha ocupado a muchos pensadores a lo largo del siglo xx.

 

Total
3
Shares