Natàlia Cerezo
Y pasaron tantos años
Rata
152 páginas
POR MARGARITA LEOZ

Natàlia Cerezo (Castellar del Vallès, 1985) pasó de escribir para ella misma a ganar el Premio El Ojo Crítico de RNE de Narrativa en 2018 con su primera publicación, el libro de cuentos En las ciudades escondidas (Rata, 2018). De estos relatos, a la vez poderosos y delicados, plagados de niños y adolescentes que añoran demasiado pronto un paraíso perdido, la crítica destacó su «prosa limpia y extremadamente pulida».

A su libro de cuentos le ha sucedido la novela corta Y pasaron tantos años (Rata, 2021). Ambas obras fueron escritas en origen en catalán y traducidas posteriormente al castellano por la autora. Enmarcada entre mitades de los años treinta y comienzos de los sesenta en localizaciones precisas de Cataluña (Barcelona, Premià de Mar, el Vallès Occidental), la novela relata en primera persona la adolescencia y juventud de Caterina, sus recuerdos de infancia en una masía remota antes de trasladarse a un pueblo del cinturón industrial de Barcelona -gris y crepuscular, con reminiscencias del Milán o el Turín obreros de las películas neorrealistas italianas-, donde se empleará en una de aquellas fábricas textiles tan prósperas gracias a las largas y durísimas jornadas laborales de sus trabajadoras. En ese lugar Caterina traba amistad con otra muchacha, ve por primera vez el mar y conoce a Gustau, con quien se casa y tiene hijos casi sin darse cuenta, por inercia.

La cita que inaugura la novela pertenece a La plaza del diamante: «Y aquella pizca de cosa de nada que había vivido tanto tiempo encerrada dentro era mi juventud que se escapaba como un grito que no sabía bien lo que era». Y es que la historia de Caterina posee ciertos puntos en común con la de la Colometa de Mercè Rodoreda: los años de posguerra caracterizados por las estrecheces económicas, la miseria moral y las cicatrices soterradas pero aún supurantes de la contienda; una protagonista frágil y obstinada al mismo tiempo, que pugna por una felicidad cada vez más quimérica conforme los años de la infancia se alejan; el pozo del matrimonio donde la identidad femenina se asfixia; el fatalismo de una existencia angosta. La voz de Caterina recuerda también a la Andrea de Carmen Laforet -ingenua y deseosa de abrirse a un mundo que todavía no comprende demasiado bien-, a la Ginia de El bello verano; pertenece a esa «estirpe [femenina] desgraciada e infeliz con muchos siglos de esclavitud a sus espaldas», que tan lúcidamente dibujó Natalia Ginzburg en A propósito de las mujeres. Como todas esas plumas, Natàlia Cerezo posee una sobresaliente finura para contar las turbulencias del corazón de las mujeres, en especial en esa edad brumosa en la que la infancia ha quedado atrás y se empieza a poseer un pasado, pero el ámbito de los adultos se revela todavía un jeroglífico imposible de desencriptar.

Entre lo que su escritura dice y lo que calla, la novela progresa en capítulos breves donde quedan patentes las brechas dolorosas que separan universos irreconciliables, como la ya mencionada entre la juventud y la adultez. Progresa sin hacer ruido, como el fluir de un torrente, uno silencioso a la par que incontrolable. Los hechos narrados se enlazan a menudo a través de la conjunción «y», lo que imprime un ritmo de concatenación copulativa a los acontecimientos, en lugar de la lógica -y racional- relación causa-efecto. Así es como ve Caterina la vida, sus reveses y decepciones: una sucesión de episodios inevitables, que, sin embargo, sorprenden y conmueven al lector mediante una técnica narrativa de máxima contención. Los útiles de Natàlia Cerezo no son las tramas sino las emociones que desea transmitir a través de su estilo intimista, sencillo, clásico, impregnado de una nostalgia arrebatadora («aquel armario todavía olía a la tienda, a papel y a chicle, a juguetes»).

Según ha declarado la autora, esta novela es la culminación de muchos intentos por dar forma literaria a las historias que le narraba su abuela Carme. Solo ellas dos conocían cuánto de realidad o de ficción habita en sus páginas. Pero eso ya no es importante. Lo verdaderamente valioso permanece: la belleza y la verdad que transmite su escritura.