Aliocha Coll
Atila
Galaxia Gutenberg
181 páginas
POR ALEXANDRA SAAVEDRA GALINDO

Calificar la obra de Aliocha Coll (Madrid, 1948 – París, 1990) de experimental, impenetrable, excéntrica o desconcertante es abundar en lugares comunes; estos adjetivos solo dan cuenta de la dificultad que supone enfrentarse con textos que no son complacientes y que exigen una firme voluntad para dejar que la literatura ocurra sin esperar tramas previsibles o argumentos amparados por el sesgo de confirmación. Después de su publicación en 1991, la reedición de Atila (2023), novela póstuma del autor madrileño, pretende hallar los lectores e interlocutores apropiados para la obra, los que logren concentrar su atención en disfrutar de una literatura que lo es por su valor estético, por su forma y estilo, por la exploración y la propuesta que implica cada decisión formal, por el ritmo, pero también por la ambigua relación con las tradiciones de la escritura y, sobre todo, por los modos de lectura de los que aspira a distanciarse.

En Atila conviven las formas discursivas de la novela, del poema épico y del drama; a través de estos géneros literarios, el lector se enfrenta con el tradicional relato de amor en el que cada miembro de una pareja representa la histórica lucha entre la civilización y la barbarie. Ipsibidimidiata y Quijote, hijos de los gobernantes Roma y Atila, respectivamente, se resisten a dar continuidad a los intereses de sus padres, su resistencia se convierte en una huida a Grecia. El viaje delirante de la pareja los llevará a preguntarse por la posibilidad de que exista una nueva manera de vivir en el mundo, y permitirá que su deseo los impulse a buscar un futuro que no implique participar en ninguna guerra. En la huida, los amantes recorrerán las misteriosas costas de África y conocerán, como si experimentaran una revelación mística, los horrores del mundo, sabrán la verdad que todos se niegan a aceptar y sobre la que quisieron advertir a la humanidad Laocoonte, Antígona y Absalón: la violencia, la crueldad y la maldad de los hombres pertenecen al origen de los tiempos y llegan al presente. Quijote, el fabulador de la literatura, ve el pasado, el presente y el futuro atravesado por la guerra. La historia se convierte en un viaje alucinante y frenético, tanto para los amantes cuanto para los lectores, y permite abrigar alguna esperanza en el amor y en el arte como estrategias redentoras para el mundo.

La historia de Atila se sigue con una dificultad que muchos críticos han calificado como confusa o ilegible pues se trata de una obra que, como afirma Patricio Pron, lleva a su autor a fracasar como narrador, en el sentido tradicional del término, aunque Aliocha Coll no era ni aspiraba a ser un autor tradicional. Con Atila, buscaba una libertad y complejidad estética que pudiera asemejarse al proceso creativo y de lectura que había propuesto Aby Warburg a través del Atlas Mnemosyne: una nueva manera de leer en la que cada experiencia, cada acercamiento al libro, fuera única, laberíntica y armónicamente caótica. En Atila las formas y relaciones solo son visibles para quienes, como su autor, se acerquen a ella desde la apofenia, sin pretender hallar certezas, ejerciendo su derecho a la capacidad negativa y siguiendo intuitivamente la belleza del lenguaje que la configura. Atila es una obra en la que un continuo lo une todo, un procedimiento que pone a su autor dentro de la tradición de escritores como Macedonio Fernández, Copi o Libertella, que establecen y crean valores nuevos para pensar la literatura. El lirismo y los sentidos aleatorios e infinitos desbordan el convencionalismo estético. En ese sentido, si su lectura resulta confusa, no solo se debe al intento de renovación honrado y atrevido que Rafael Conte exalta, sino a la poca familiaridad y entusiasmo con el que, en la literatura en español, se valoran este tipo de empeños.

Atila no es una obra que deba leerse buscando entender algo u obsesionándose por la extracción del sentido. Como afirma Javier Serena en el prólogo de esta edición, es literatura «emancipada de cualquier obligación que no sea la de su rara expresión abstracta». No obstante, vale la pena insistir en que en esta obra no hay absolutamente nada que no haya sido calculado, medido y elegido de forma precisa para propiciar eso que Ulises Carrión identifica como el propósito del arte nuevo: el lenguaje convertido en enigma, una dificultad cuya solución se halla en el libro. En definitiva, que sea la obra la que cree las condiciones específicas de su lectura, algo que, de forma singular, Atila consigue.