Lola López Mondéjar
Invulnerables e invertebrados
Anagrama
360 páginas
POR JAVIER SÁEZ DE IBARRA

La psicoanalista, ensayista y escritora Lola López Mondéjar nos ofrece en Invulnerables e invertebrados (2022, Anagrama) un esclarecedor análisis de lo que el subtítulo de su libro anuncia: Mutaciones antropológicas del sujeto contemporáneo. 

Su obra, a partir del psicoanálisis y numerosas remisiones a otros pensadores, y con un estilo de encomiable claridad, nos ofrece un exhaustivo diagnóstico de lo que está ocurriendo en este momento histórico respecto al modo de sentirnos con nosotros mismos, las relaciones personales, los comportamientos de los demás, las formas en que sexualidad y género van configurándose, las identidades y el futuro de nuestra organización social. Su estudio permite comprender las causas del malestar, el miedo, la desorientación que nos acechan. Ciertamente, no todos se sentirán aludidos en su retrato; es evidente que, frente a la deriva que denuncia, hay otros modelos que resisten; pero sus páginas nos advierten de un porvenir que debe ser evitado, lo que sólo sucederá si somos capaces de reconocerlo. De manera que los lectores de este libro se verán involucrados por lo que nos descubre con preocupación, con alarma, incluso con dolor.

El sistema económico, social y político de Occidente que caracterizamos como capitalismo neoliberal, a partir de la década de los setenta, según López Mondéjar, ha ido agudizando la desprotección social, la precariedad, la inseguridad económica, el debilitamiento de las relaciones personales, el miedo a amenazas difusas (el cambio climático, las instituciones mundiales) y la caída de proyectos colectivos. Este sistema se ha convertido, nos dice la autora, en «potencialmente traumático» y «hostil», lo que provoca desamparo, soledad, angustia que, como atestigua su experiencia clínica recogida en este ensayo, conduce en número creciente a trastornos de bipolaridad, depresiones y suicidios. Si esto ocurre es por cuanto esta fase del capitalismo impone determinada psicología a la vez que elimina las formas de vida que no le son funcionales. Una tesis sustancial de su obra queda recogida en estas líneas: 

«El sujeto producido por la modernidad tardía… es un ser individualista, supuestamente omnipotente y pretendidamente autónomo, que niega la fragilidad y vive bajo el imperativo de la alegría y la búsqueda de la felicidad individual… El olvido rápido y el desapego afectivo se presentan como condición sine qua non de la adaptación social y del éxito… que exigen individuos flexibles, fragmentados y compartimentados, cuyo mecanismo de defensa básico no es ya la represión propia del sujeto moderno freudiano, sino la disociación que permite al individuo posmoderno desvincularse rápidamente, desconectar del conflicto». (35-36)

El sistema produce una clase de personas forzadas a adquirir un determinado rasgo psicológico para adaptarse al sistema que la autora denomina fantasía de invulnerabilidad. Se trata de una falsa visión de la realidad que, por un lado, empuja al individuo a considerarse a salvo de todo peligro y, por otro, a protegerse de cuanto cree que lo hiere o debilita. Esta fantasía resulta la clave explicativa de un amplio conjunto de comportamientos que desgrana en su obra. Aunque es imposible en este espacio referir toda la riqueza de su análisis, cabe anotar algunos ejemplos. El individuo sujeto a ese espejismo se siente libre y poderoso para actuar según su voluntad; pretende una realización que valora en términos sobre todo consumistas y hedonistas; se considera autosuficiente; su comportamiento es eminentemente narcisista e individualista y su deseo, soberano, si bien la autora lo califica de «apetencia», pues persigue su satisfacción inmediata: «hacer lo que me gusta», más que un deseo como proyecto que implica renuncias parciales. 

Este modelo asentado en la ilusión de fortaleza conduce al individuo a evitar vínculos, compromisos y lealtades que lo volverían interdependiente; teme cualquier límite a su libertad y se desentiende del cuidado de los demás. Sus relaciones se hacen funcionales: «el uso del otro como proveedor circunstancial de satisfacción» (236), conformes al cálculo de coste / beneficio. Por ello, elude las relaciones íntimas, donde queda expuesto, escapa de los sentimientos: «Hoy nos avergüenzan más las necesidades de afecto que las sexuales» (131). El otro queda cosificado para el goce individual, se practica una sexualidad que no implique compromiso, de la que se erradican las emociones, el afecto, la ternura. Este sujeto bloquea también la relación consigo mismo, pierde la capacidad de reflexión que implicaría el reconocimiento de su fragilidad; siente «fobia a la autoconciencia» (66). La falta de conocimiento de sí lo imposibilita para constituirse en verdadero sujeto con características propias y lo reduce a un individuo, sometido a la ley de la sociedad imperante -normópata-, que nos quiere «iguales, consumidores, deslocalizados y moldeables» (43); lo que Eliot, hace ya un siglo, denominó hombres huecos. Más aún, esta forma de ser requiere desprenderse del eje moral: indiferente a los mandatos éticos en tanto que trabas a su voluntad, no experimenta tensiones entre ser y deber-ser, declina responsabilidades, no se siente culpable, actúa con impunidad; se vuelve invertebrado en la caracterización de López Mondéjar.

Con todo, ante ciertos sentimientos de malestar, renuente o incapaz de analizarse, este individuo desarrolla mecanismos de defensa, el principal de los cuales es la disociación: convivir con lo negativo «como si no pasara nada»; también, la acción irreflexiva, la huida hacia adelante; la negación de sentimientos de tristeza, incertidumbre, impotencia o fragilidad, impulsado por la obligación social de ser feliz sin interrupción (y aquí la autora critica los libros de autoayuda que prohíben los periodos de duelo o desconcierto en los que el sujeto puede reconocerse a sí mismo). López Mondéjar identifica igualmente el mecanismo exculpatorio de la autoindulgencia, que se justifica afirmando una identidad invariable: «yo soy así» (234) y desenmascara la reivindicación que hacen muchos de su obesidad como acto libre: «soy gorda, ¿y qué?», manifestación de la misma fantasía de invulnerabilidad, también patológica, que no asume la falta de control sobre uno mismo ni los peligros reales para la salud.

La conclusión de la autora resulta palmaria, el tipo de persona mejor adaptado al sistema es el psicópata; justamente quien se cree todopoderoso, vive sin vínculos ni dependencias afectivas y carece de escrúpulos morales que lo detengan. Rasgos que identificarían a toda la sociedad, que, siguiendo a Jorge Riechmann al que cita, es incapaz de ver su doble dependencia: de los seres humanos entre sí y de la humanidad con el planeta.

El ensayo analiza con detenimiento las relaciones de pareja derivadas de esta fantasía de invulnerabilidad, tomando como punto de partida la visión psicoanalítica del amor, que se fundaría en la pulsión sexual y el deseo de apego del bebé hacia la madre. López Mondéjar nos muestra cómo el paso de la fase de enamoramiento al vínculo estable se habría truncado; más aún, en la población más joven se asistiría a un «modelo Tinder», que pretende un contacto sexual sin vínculos afectivos ni trascendencia. «El modelo amoroso que se impone es el de usar y tirar» (262). Se trata de una práctica determinada por el patriarcado hegemónico, donde el varón se halla mejor adaptado por su temor a la fragilidad y dependencia; mientras las mujeres sufren la ausencia de afectividad, con diversas consecuencias: no atreverse a manifestarla, adoptar esa misma actitud masculina de desafecto, centrarse en su profesión, sustituir rápidamente una relación interrumpida por otra o alcanzar una maternidad solitaria. Son elocuentes los relatos de pacientes que se aportan y que nos permiten entender la insatisfacción que ese modelo les produce. 

El último bloque del ensayo versa sobre la identidad. López Mondéjar cuestiona tanto a los que postulan una identidad cerrada, «fija, mera copia, repetición» (329) como a quienes plantean su inexistencia. Considera ilusorio pretender una maleabilidad total, superando la sobredeterminación inconsciente sobrevenida al sujeto en los primeros años de vida; así, por ejemplo, «la teoría queer y el colectivo trans… no están exentos de derivas hacia la omnipotencia… ni de una nueva caída en el esencialismo binario del que pretenden escapar» (323-4). Por el contrario, defiende una identidad en construcción permanente, abierta a incorporar nuevos elementos, fruto del conocimiento de sí y capaz de narrarse (Ricoeur), que consistiría más en «puntos parciales de anclaje» (329) que en el cierre de una definición. Acerca de la identidad sexual, la autora aboga por el reencuentro con la bisexualidad originaria, que postulara Freud, tarea posible y apasionante, aunque dificultosa «si nos permitimos ser andróginos» (329). 

Extraordinario ensayo el de Lola López Mondéjar que ayuda a entender pormenores de nuestra vida psíquica y personal de hoy, que interroga nuestros comportamientos con valentía, nos previene de errores e ilumina incluso en las páginas más controvertidas. Dado el esquema social hegemónico que nos reduce a la repetición y al sometimiento, este libro es un regalo.