Guido Arroyo
La magia del sur
La Pollera Ediciones
178 páginas
POR JUAN DOMINGO AGUILAR

Estuve en Valdivia y me acordé de ti impreso en una camiseta que cuelga en la puerta de la tienda de souvenirs junto a las postales turísticas que giran para los extranjeros –y los santiaguinos– en estantes metálicos, como giran en la mente de un joven chileno de provincias los fotogramas de las idas y venidas que fueron conformando su infancia y adolescencia –o al menos lo que recuerda de ellas–. Esta imagen podría sintetizar La magia del sur, el libro publicado por Guido Arroyo González dentro de la colección Surcos del territorio de La Pollera ediciones, esta imagen que a más de uno nos llevará inmediatamente a la magia empaquetada para los guiris que se vende desde los años sesenta al por mayor en las más emblemáticas ciudades de la costa española. Nunca he estado en Valdivia, pero los conflictos que atraviesan este libro son tan locales como universales: la familia, el territorio, el sentimiento de pertenencia, el concepto de patria, en resumen la búsqueda de una identidad individual enmarcada dentro de otra colectiva.

El tono que el autor utiliza para recorrer su infancia, apoyándose en imágenes potentes como la figura del padre y la madre como líderes espirituales evangélicos –y la herencia y contradicción que supone para el protagonista–, su paso por distintos colegios y la relación cargada de dolor y esperanza con los profesores y compañeros o su etapa como locutor en una radio cristiana en la que intenta colar canciones de grupos postpunk y britpop mientras alimenta a un gato callejero, le sirve para construir una telaraña de recuerdos sobre la que edificar una geografía emocional al margen de los mapas, un territorio sentimental enmarcado en una tradición apátrida y desarraigada.

Este libro de Guido Arroyo se inscribe en la familia de obras fragmentarias que durante los últimos años vienen ocupando un lugar destacado en la literatura escrita en español, dialogando con otras como Diario pinchado de Mercedes Halfon, Vamos a tocar el agua de Luis Chaves o incluso en algunas partes con ecos del Levrero más irónico y pop de Diario de un canalla y del Ribeyro más íntimo de La tentación del fracaso, obras híbridas, en las que los límites de la ficción siempre son difusos y el relato trasciende lo puramente anecdótico, el género de diario en sí, para transformarse en algo mucho más potente: otra manera de entender la vida y la escritura alejada de los cánones del relato,
-entendido este como la manera de contar una historia- más tradicional.

Dos temas destacan en esta obra y la vertebran: el conflicto de sentirse provinciano como algo despectivo frente al ser provinciano, una cuestión que a muchos nos resulta tremendamente familiar, estando directamente relacionada con el conflicto de la estereotipación de la riqueza plurinacional que caracteriza a la mayoría de los países con el objetivo de limitar su imagen cultural a un plano centralista, como ocurre aquí con los huilliches, perseguidos en sus propios territorios, frente a los alemanes que terminaron por convertir Valdivia en una suerte de colonia.

El otro tema que hay que destacar, por su presencia explícita e implícita a lo largo de todo el libro, es el agua, sobre todo la lluvia como un elemento sagrado que condiciona y articula la memoria y formación sentimental del protagonista desde su infancia. El libro gana con las imágenes que Arroyo utiliza con esa sequedad contenida, envuelta de una cierta ternura, imágenes que después de cerrar el libro se mantienen flotando en nuestra mente como las escenas de esos vídeos familiares grabados con una super-8, secuencias melancólicas sin caer en el patetismo.

Otros elementos que atraviesan esta obra de manera continuada serían los que aluden al imaginario pop de los 2000, como la Cartas Magic o los juegos de rol. El protagonista busca en estas primeras actividades culturales un refugio colectivo para huir del bullying y de las normas imperantes en el mundo real, que a menudo percibe como simplistas y reductoras. El libro de Guido Arroyo es honesto y vulnerable, y lo que nos plantea se resume en una pregunta que el protagonista se repite a sí mismo –utilizando otras palabras– en varios momentos de la historia: ¿es volver una costumbre de la que podemos escapar ilesos?