Alan Pauls
Fallar otra vez
Gris Tormenta
76 páginas
POR DIEGO GÁNDARA

Carson McCullers dijo que si hay algo difícil de hacer para un escritor, eso es escribir. Una afirmación parecida a la que expresó la esposa del escritor Frederick Brown, quien se encerraba en una habitación con un gorro rojo de esos que se usan para dormir como señal de que no podía ser interrumpido mientras escribía, en un prólogo a sus cuentos completos: «Fred —dijo recordando a su marido— odiaba escribir, pero amaba haber escrito».

El argentino Alan Pauls, en cualquier caso, no se pregunta por qué, para un escritor, resulta tan difícil escribir, sino que sube la apuesta y arriesga otra pregunta: ¿por qué corregir, quizás, y no tanto escribir, sea realmente la más difícil de las tareas para un escritor?

La respuesta, en todo caso, se encuentra en las páginas de «Fallar otra vez», este libro breve y bastante esclarecedor sobre el acto de escribir y de corregir, dos actos, por otra parte (y ahí está uno de los tantos encantos del libro) que para Alan Pauls no son las dos caras de una misma moneda, sino el reflejo de un proceso constante de prueba y error, de insatisfacción permanente. Una insatisfacción que persiste, incluso, o especialmente, una vez que se le ha puesto el punto final a un texto que, a fuerza de escritura y de rescritura y de correcciones, ha sido (más que concluido) abandonado.

Escrito inicialmente como una conferencia que el autor de El pasado y El factor Borges pronunció en Casa América de Madrid en noviembre de 2019 con el título de «Probar otra vez. Fallar otra vez. Fallar mejor, sobre escribir y corregir (o reescribir) en la literatura y el cine», el texto, que cuenta con un prólogo del escritor mexicano Julián Herbert, tiene como referencias ineludibles a autores tales como Peter Handke, Karl Ove Knausgård, Copi o César Aira (que no se caracterizan por ser obsesivos con la corrección) pero también a guionistas como Charlie Kaufman o a directores de cine como David Lynch y, como si fuesen los tres pilares de lo que significa escribir, corregir, fallar, reescribir, fallar otra vez, al trío formado por Proust, Joyce y, claro, Samuel Beckett, de quien Pauls, por otro lado, ha tomado su famosa frase para titular primero la conferencia y, ahora, el libro.

Alejado, en todo caso, del concepto de escritura (o de redacción) que se manejan en muchos talleres de escritura creativa, Pauls propone una mirada aviesa, sesgada, sobre los auténticos problemas a los que se enfrenta un escritor. Problemas que nada tienen que ver con los procedimientos adecuados para «crear» una buena historia, con el argumento, con la trama, sino con las imperfecciones y las taras, esa piedra en el camino, con la que un escritor se relaciona con su escritura. Y con el mundo.

Como señala Julián Herbert en el prólogo, eso, de alguna manera, es lo esencial de este libro: la propuesta de un síntoma literario (la insistencia de cada autor en practicar disciplinadamente, una y otra vez, el mismo tipo de defectos) como algo que tiene que ser buscado y explorado, ejercido en la repetición de equivocarse y fallar y fallar otra vez, de caer siempre de nuevo en el error y volver a fallar. Cada vez mejor.

«Pues bien —dice Pauls—, ese error en el que no dejamos de caer no es cualquier error. Es nuestro error, tiene la forma y la consistencia y el sabor y la temperatura y el ritmo de nuestro deseo, nuestra imaginación, nuestras alucinaciones, nuestras ideas descabelladas sobre escribir y sobre el mundo sobre el que escribimos».

Nada mejor, parece afirmar Alan Pauls, que reconocer que esa piedra con la que se tropieza, esa piedra que no se elige, es propia. Es única. Entre esa piedra y el que escribe, seguramente, hay una afinidad secreta, una especie de comprensión íntima, invisible y silenciosa. ¿Qué puede hacerse?, se pregunta Pauls. Una, la menos aconsejable, es eliminarla. La otra, no aconsejable pero irremediable, es abrazarse a ella. Reconocerla como una señal, como un indicador del vínculo que todo escritor mantiene con su escritura.

«Queremos escribir, no curarnos, y escribir es seguir el rastro de nuestros síntomas», concluye Pauls. Palabras más, palabras menos, parecidas a las que decía aquel que decía: «No me cure la locura, doctor, que es lo único que tengo».