Virtudes Atero Burgos, ed.
Fernando Quiñones y `Cuadernos Hispanoamericanos´ (1955-1996)
Editorial Universidad de Cádiz
662 páginas
A lo largo de su vida, Fernando Quiñones (1930-1998) colaboró en numerosos diarios y revistas culturales, o específicamente literarias, locales y nacionales, españolas e hispanoamericanas, pero quizá la que más frecuentó fuera Cuadernos Hispanoamericanos, pues llegó a contribuir con nada menos que 289 textos, en una época en la que esta revista era una referencia imprescindible, como sigue siéndolo ahora. Fue tan importante en los estudios académicos, sobre todo por sus excelentes monográficos, que se citaba con una abreviatura, CHa, que todos reconocíamos. Recuérdese que fue fundada en 1948 por Pedro Laín Entralgo, patrocinada por el Instituto de Cultura Hispánica, que acogía a los escritores cercanos al régimen, aunque no pocos de ellos acabaron militando en la oposición antifranquista.
Quiñones llegó a Madrid, procedente de su Cádiz natal, en 1952, y el año siguiente empezaría a trabajar en Selecciones del Reader´s Digest, revista cuya versión española había aparecido en aquella misma fecha. Unos pocos años después, Luis Rosales, director de Cuadernos Hispanoamericanos entre 1956 y 1965, le pediría colaboración, que inició en agosto de 1955 con un artículo sobre cine, y donde publicaría textos muy distintos, tanto de creación, poemas y hasta 14 cuentos, como artículos y reseñas de libros, destacando su interés por la música, el flamenco y el cine. Su última contribución se produjo en 1996, en forma de relato: «37´3 con Celosa y Flor», recogido en su libro El coro a dos voces (1997). Tras la muerte de Quiñones, la revista le dedicó un obituario anónimo en 1999. Su otro gran valedor en la publicación fue el poeta, ensayista y narrador Félix Grande, quien primero fue redactor jefe, luego subdirector y finalmente director. Con ambos escritores mantuvo una amistad estrecha a lo largo de toda su vida.
En el prólogo, se pregunta Atero Burgos por qué no ha tenido más repercusión la obra de Quiñones (p. 23). La respuesta no puede ser breve, porque es compleja, pero podría adelantarse que quizá se debiera a la precipitación con que a veces publicó sus libros, lo que lo llevó a pulirlos con posterioridad en diversas ocasiones; en otros casos por la reiteración, por el abuso, de ciertas fórmulas, como me parece que ocurre con las crónicas. Sea como fuere, de la obra de Quiñones pueden extraerse buenas antologías de poesía, cuentos y artículos, de la misma forma que algunas de sus novelas y piezas de teatro me parece que siguen siendo notables.
De los muchos temas que se ocupa, hay tres que me llaman la atención, sin que por ello los considere más importantes que el resto: su interés por la literatura hispanoamericana, incluso por la menos obvia, quizá producto a veces de las amistades que hizo en sus frecuentes viajes a América; su vinculación con la cultura italiana, con traducciones, antologías y críticas de cine y literatura (en un artículo de 1970 se refiere a «la creciente atención hacia las literaturas de lengua castellana por parte de los medios culturales italianos», p. 444); y, por último, el frecuente interés que le prestó a los exiliados republicanos españoles: Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Chaves Nogales, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Francisco Garfias y, entre los más jóvenes, Tomás Segovia.
Respecto a las antologías, comenta la editora del volumen que se mostraba reacio, y sin embargo compuso muchas (recuérdense las varias de cuentos para Selecciones, o las publicadas en la editorial argentina de Jorge Álvarez) y no parece que fuera solo por el beneficio económico, que tampoco podría ser mucho. En este mismo libro encontramos varias reseñas dedicadas a recopilaciones de poesía. Además le dedica comentarios a libros, tanto a autores jóvenes como consagrados: El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio (p. 82); Las brasas, de Francisco Brines (p. 190); Españoles de tres mundos, de Juan Ramón Jiménez (p. 206); 19 figuras de mi historia civil, de Carlos Barral (p. 222); Sin esperanza, con convencimiento, de Ángel González (p. 227); Ángeles de Compostela, de Gerardo Diego (p. 231); Poesía (1934-1961), de Gabriel Celaya (p. 241); Poemas a Lázaro, de José Ángel Valente (p. 247); Lugares del corazón, de José Antonio Muñoz Rojas (p. 273); …Que estás en la tierra, de Gloria Fuertes (p. 280); los Aerolitos y Los sonetos, de Carlos Edmundo de Ory (pp. 282, 333); Desolación de la quimera, de Luis Cernuda (p. 285); Suma y sigue y Cartas desde un pozo (1957-1963), de Ángel Crespo (p. 288); A la sombra del mar, de Manuel Padorno (p. 316); Baladas para la paz, de Enrique Badosa (p. 317); Suma taurina. Verso, prosa y teatro, de Alberti (p. 327); Las piedras y Blanco Spirituals, de Félix Grande (pp. 328, 396-399); Política agraria, de Gabino Alejandro Carriedo, (p. 339); La ciudad, de Diego Jesús Jiménez (p. 364); y Cuanto sé de mí, de José Hierro (p. 515-518), entre otras muchas. A la vista de tantas reseñas sobre libros de poemas, alguien debería emprender un trabajo sobre la labor de Quiñones como crítico de poesía, aunque él no se considerara tal.
Resultan de interés, además, los comentarios que dedica a los que denomina «escritores del Sur», en que se muestra contrario al exceso de verbalismo, al abuso del ingenio, y partidario de podar (pp. 269 y 270); se refiere en otra ocasión a «nuestra generación andaluza», de la que formarían parte, entre otros, Caballero Bonald, Aquilino Duque, Antonio Gala (de quien se muestra muy admirador y me parece que sobrevalora, p. 341), José Luis Tejada y Manuel Mantero (pp. 486 y 489) y a los denominados nuevos narradores del sur (p. 546). El empeño por crear una literatura andaluza, sobre todo una novela, que tantos defensores tuvo, no cuajó, por su escaso fundamento. Opina, además, sobre los premios literarios: «esto de los premios, por honestamente que se haga, no es sino una lotería» (p. 618), las crónicas de viajes (p. 409), y sobre los distintos registros del castellano en los diversos países hispánicos (p. 436), entre otras cuestiones también de interés. Al final del volumen, como un último regalo, se recogen cuatro cartas inéditas, tres de ellas dirigidas al poeta Ricardo Molina.
La edición de Virtudes Atero Burgos es digna de encomio, pero creo que en su prólogo debería haber tenido en cuenta los trabajos que aparecen en una reciente monografía (José Jurado Morales y otros eds., Si yo les contara… Estudios sobre Fernando Quiñones, Trea, Gijón, 2022), en la que la misma autora ha participado, como –por ejemplo- el recorrido de Prieto de Paula por la poesía. Los diversos índices del libro resultan utilísimos, en especial el onomástico. En suma, se trata de un volumen importante para entender la cultura, la literatura de la segunda mitad del siglo XX en España, e incluso en América Latina, y para calibrar la gran importancia que tuvo durante esas décadas la revista Cuadernos Hispanoamericanos.