Antón Patiño
Todas las pantallas encendidas
Fórcola, Madrid, 2017
144 páginas, 14.50€
POR JULIO SERRANO

Un día corriente de muchos de nosotros puede contener varias horas de trabajo frente al ordenador, algún rato de ocio viendo una película y transitando de canal en canal en el momento de los anuncios, alguna búsqueda de información online y un rato de música con Spotify, además de un paseo por esa plaza pública que es Facebook o cualquier red social homóloga. De manera intercalada habremos recibido varias llamadas telefónicas y, aprovechando el celular en la mano, habremos consultado algo de prensa online y quizá Whatsapp diez o quince veces. Una rápida salida para comprar tabaco o mantequilla seguramente no esté exenta de vínculo tecnológico, ya que habremos ido pertrechados con nuestro teléfono inteligente para no sentir el vértigo de la incomunicación. «¿Y si alguien me necesitase en estos diez minutos?», nos decimos disfrazando la dependencia con una pátina altruista. Si hace diez años atender el teléfono quince veces al día nos podía parecer un exceso, hoy no es raro encontrar a un adolescente que pase por la pantalla de Whatsapp más de cuatrocientas veces en un solo día. Ha nacido el Homo zapping, el ser humano ávido de consumo de imágenes, que transita de una pantalla a otra, de un anuncio a otro, a vertiginosa velocidad y que precisa para vivir de una prótesis tecnológica.

¿Qué es lo que se ha acelerado? Vivimos inmersos en una sensación de urgencia sin precedente, el teléfono nos reclama constantemente con variadas señales –mensajes, llamadas, citas médicas, anuncios…– y nuestra obediencia (alentada por la curiosidad) a sus demandas es absoluta. Basta una vibración del teléfono para que se nos active el resorte de la alerta, dejemos lo que nos traemos entre manos y, como el más sumiso de los peones, contestemos al requerimiento, por ejemplo, de un amigo lejano que ha decidido compartir un chiste en un grupo de Whatsapp. Algo no del todo razonable nos urge a contestar. Ponemos con desgana un emoticono partiéndose de la risa. Volvemos a nuestra tarea aunque por un cada vez más corto lapso de tiempo. Sin duda hemos sido hechizados, o eso pensaría un observador ajeno al embrujo. Occidente, como se ha señalado de manera metafórica, tiene miedo de apagar la luz. Hay que estar conectado las veinticuatro horas del día, las pantallas de nuestros teléfonos iluminan nuestras noches y al despertar, conscientes de que han pasado demasiadas horas de vacío de información, corremos, muchos de nosotros, a repararlo.

La gran eficacia de esta «burbuja lisérgica y seductora» es que se comunica bien con nuestros deseos y fácilmente aceptamos que lo que ocurre en la pantalla, el requerimiento para ver la ocurrencia de turno, es lo más urgente, lo más importante. El mundo no virtual puede esperar, es más igual a sí mismo, no cambia a la velocidad vertiginosa a la que lo hace la red social. El libro que espera en la mesilla de noche no tiene tanta prisa, pero el comentario anecdótico de la red social tiene una vida efímera. Hay que contestar, participar de la cadena de reacciones que genera ahora o nunca porque va a ser fagocitado en cuestión de minutos. Si no contestas, si no estás ahí, esa (i)rrealidad se te escapa. El tuit se está yendo sin parar un punto.

Todas las pantallas encendidas: hacia una resistencia creativa de la mirada es un ensayo donde el artista visual, ensayista y poeta Antón Patiño (1957) analiza el significado que tiene en nuestra percepción la exponencial colonización de la estructura visual con el abanico de imágenes que nos acompaña. Su análisis crítico propone una reacción: una resistencia poética y artística que diga no a la creciente disipación que va de la mano de esta simultaneidad de imágenes colándose en nuestro imaginario. Ese canto de sirenas virtuales tiene muchos ases guardados en la manga. Patiño trata de analizar qué trae consigo hundirse en la placentera adormidera que propician nuestras pantallas brillantes, encendidas todas a un tiempo: pérdida de capacidad de narrar, narcisismo, ansiedad, banalidad, fragilidad de las relaciones humanas…

¿Cuál es la estrategia defensiva frente a la sobreabundancia de imágenes e información? Olvidar rápido. Frente al bombardeo de datos, un «alzheimer social generalizado». El Homo zapping se entrega a un uso frenético del mando a distancia para que una imagen borre la anterior y sumirse así en la placentera narcosis del olvido. La atención y la concentración apenas son necesarias. Las imágenes se suceden e incluso se simultanean a gran velocidad, hay un cierto sinsentido en ese encadenamiento secuencial de imágenes inconexas aunque de fondo late el deseo de lo maravilloso: encontrar por fin, tras una hora de zapping, ese programa extraordinario que raramente se acaba encontrando. Imbuidos en una cultura de la comodidad y del capitalismo, desde el sofá vamos desechando imágenes, programas de humor, noticieros. «El zapping revela a un tiempo el poder de captación del medio y el tedio repetido de los contenidos». De vez en cuando, una desgarradora imagen nos sacude del sofá, es lo que Patiño llama las imágenes del shock: sucesos escalofriantes, imágenes perturbadoras, que coexisten con la banalidad y el kitsch.

Quizá lo más perverso de este escenario de dominación colectiva es que es asumida con completa naturalidad, forma parte de nuestra rutina y somos, mayoritariamente, acríticos. Enmascarada la adicción tras la sacrosanta ley del deseo, las prótesis tecnológicas se convierten en «droga legal (y obligatoria) de masas».

Frente a todo esto Patiño invita a propiciar un reencantamiento del mundo, que pasa por decir no a algunas invasiones. Albert Camus se preguntaba: «¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no». Patiño invita a rebelarse para defenderse de la «anestesia tecnológica» que se nos ha ofrecido en bandeja y nos hemos gustosamente inoculado. ¿Qué está en juego según este ensayo? ¿De qué hay que defenderse si parece que no hay atadura en ese consumo que hacemos libremente? Como cualquier adicción, la libertad está en juego. Creemos que miramos trescientas veces la pantalla porque es lo que queremos hacer sin percibir que estos mensajes incesantes, este asedio, nos hace «consumidores consumidos, semejantes a un ejército teledirigido de robots o autómatas».

Otro aspecto sobre el que alerta Patiño es la incesante manipulación psicológica. Creemos que el bombardeo de publicidad, la industria del entretenimiento, la sociedad del espectáculo y la constante persuasión óptica subliminal son cuestiones que podemos manejar, que somos lo suficientemente inteligentes para no ser permeabilizados, que no nos conforman. Pensamos que no nos transforman como individuos cuando desde las empresas y desde la política bien saben de la eficacia de esta suerte de lobotomía propagandística y publicitaria. Está comprobado. Funciona.

«Se vislumbra ya en el contexto de la posdemocracia un totalitarismo de nuevo cuño en apariencia indoloro e incruento». Patiño apunta a posibles formas de dominación colectiva. ¿Es un libro fatalista? En parte sí, salvo por la incitación a la rebeldía –la desobediencia como esperanza, como vía de escape–. No es el tema de este ensayo una demonización de las herramientas tecnológicas pero sí de su uso pasivo, acrítico. Es un análisis profundo, inteligente, que invita a cuestionar algunas de las acciones cotidianas que tomamos como propias de nuestra época, necesarias e incuestionables. Patiño invita a profanar la religión del consumo, del marketing y de la sumisión tecnológica.

Salirse de la red, pese a lo sumamente placentero que nos es tumbarnos a contemplar cualquiera de nuestras pantallas –tablets, ordenadores, teléfonos, videojuegos, etcétera–. Patiño retrata una sociedad herida por este hedonismo lacerante, una comunidad terapéutica en donde proliferan los cuadros de angustia, las crisis de identidad y en donde la red es una red de araña: lo mismo que nos vacía nos aporta la anestesia para curarnos de la herida del vacío. Está todo en un mismo lugar; cuchillo y venda por el mismo precio. Las máquinas de información (y de amnesia) son placenteras adormideras; los espectadores nos hacemos cautivos de nuestro sedentario placer visual. Este libro es una invitación a apagar las pantallas y reinventar la intimidad, el modo en el que nos quedamos a solas con nosotros mismos.