Juan Arnau
Historia de la imaginación. Del antiguo Egipto al sueño de la Ciencia
Espasa, Madrid, 2020
19.90 €, 328 páginas
POR CARLOS JAVIER GONZÁLEZ SERRANO

 

En 1975, escribía Miguel Delibes (de cuyo nacimiento celebramos el centenario este 2020) —en un texto que podría catalogarse sin excesos de tan visionario como acendradamente pesimista, Un mundo que agoniza— que la humanidad ha perdido todo signo de trascendencia y que, por añadidura, las humanidades y su poder imaginativo y crítico han sido definitivamente desplazados e incluso olvidados como consecuencia de un nefasto «juego de producir y consumir». Sin embargo, el talante esperanzado del vallisoletano siempre guardó el silencioso anhelo de que, en algún momento, una resistencia crítica y comprometida impediría que nuestro universo, el universo humano, se descuajeringase de una vez para siempre.

Quizá haya llegado el momento de comenzar esta rebelión intelectual. Una revolución del pensamiento y de las formas que invite a reconsiderar lo más humano de los humanos y a sembrar su semilla para resituarnos en un mundo en el que, a causa de nuestra acción, estamos a punto de quedar enajenados de nuestra propia condición, acaso ya plasmada para siempre por Aristóteles cuando apuntó que nuestra nota más característica es la de asombrarnos ante lo desconocido, es decir, el natural empuje a buscar el porqué de las cosas, de cuanto sucede a nuestro alrededor.

Para poner en marcha el conocimiento precisamos no sólo de una herramienta que padezca y observe (sentidos) y de otra que recoja datos (entendimiento, memoria), sino también, y sobre todo, de otra que nos ponga sobre la pista de esos porqués: que elucubre, que se aventure. El astrofísico y filósofo Juan Arnau, reconocido especialista en budismo y pensamiento oriental, pero también relevante figura intelectual en el panorama cultural hispanohablante, reconoce en esa última herramienta a la imaginación, de la que se ocupa en este bello y sustancioso libro publicado por Espasa. No tiene ninguna duda de que «la imaginación es el eje del mundo y el país de las almas», de que «toda la experiencia vital se encuentra fecundada por la imaginación», que, sea mítica, filosófica o científica, «establece el pacto entre el espíritu y la naturaleza». Tal es el punto clave de la argumentación de Arnau que hace de esta obra un imprescindible de nuestro tiempo: el reconocimiento de que no sólo somos cuerpo, materia, sino que también somos contenedores de una potencia que crea mundos simbólicos que acompañan al ser humano en su creación artística y científica.

El libro de Arnau es un libro del todo militante. En la mejor de sus acepciones. En él no asistimos a un mero desarrollo histórico de las diversidades de la imaginación, sino a una defensa, sin tapujos, de esa potencia imaginativa que ha procurado grandes momentos a la humanidad. Quizá los más reseñables e inolvidables. De hecho, así lo apunta el propio autor cuando asegura que «la imaginación no es tanto un asunto histórico cuanto el factor esencial en la construcción de eso que llamamos “historia”. Flaubert decía que sin la imaginación la historia sería imperfecta; aquí sostendremos que ni siquiera existiría». No sólo nuestro presente, sino sobre todo nuestro porvenir queda en manos de que sea cultivada la imaginación: ello dependerá de cómo seamos capaces de imaginarlo «y, a partir de ahí, crearlo». Es, por ello, la imaginación una fuerza productiva y productora; no solamente cavila, sino que empuja, indefectiblemente, a fundar, establecer e instituir los fundamentos de un presente que conduce al futuro. La imaginación nos proyecta hacia el porvenir y, en este sentido, es, a juicio de Arnau, el baluarte en el que debemos posicionarnos para defender la capacidad creativa del ser humano. Merece la pena citar un párrafo de la introducción del volumen, intitulada «La vida imagina»: «Vivimos al mismo tiempo dentro y fuera de la naturaleza. Sin tener en cuenta estas dos dimensiones, estas dos cualidades, cercenamos la vida y quedamos a merced de un reduccionismo desesperante que mutila una parte irrenunciable de la experiencia. Para los griegos y los egipcios, el ser humano está hecho de cielo y tierra, posee una naturaleza olímpica y otra titánica, una estelar y otra telúrgica. Las culturas antiguas mantuvieron viva la tensión entre ambos principios, el magnetismo entre contemplación y creación, entre espíritu y naturaleza, silencio y habla. El mundo moderno ha realizado un esfuerzo titánico, durante más de tres siglos, para reducir un principio a otro: el espíritu a materia, la conciencia a naturaleza. Un fenómeno, llamado “suicidio del alma”, en el que la imaginación, arrastrada por el predominio de la lógica formal y la abstracción matemática, ha quedado reducida y sometida al algoritmo y otras variables cuantitativas».

Citando a Buda, «Aquello que piensas es aquello en lo que te conviertes», Arnau nos insta —en un despliegue muy ameno que nos sumerge en la historia del antiguo Egipto hasta llegar a nuestros días— a reconsiderar el papel de la imaginación en un mundo descreído de ella, que sólo atiende a criterios productivos y que ha olvidado, incluso llevado al ostracismo, todo componente imaginativo: «Lo suprasensible carece de fuerza efectiva. O eso creemos», denuncia Arnau, y añade: «Las ciencias de hoy sólo reconocen un mito: sus métodos». Pero hay que tener en cuenta, prosigue, que «la verdadera dimensión de la existencia no descansa en el tiempo de los relojes, que siempre se acaba y mide el de otros relojes, sino en el tiempo interno, mental». Incluso la endiosada tecnología se da de bruces con la imaginación y no sabe qué hacer con ella, como si de una incómoda intrusa se tratara: «El paradigma dominante en la biología y las neurociencias no sabe qué hacer con la conciencia… una invitada incómoda en la fiesta». Como defiende el autor de este inexcusable libro, que en tan buena hora aparece, todo ello no son más que argucias de lo que conviene al más desaforado y voraz capitalismo, «a las grandes compañías y al individualismo feroz y atomizado, a los grandes solitarios que, explotándose a sí mismos, creen realizarse. La fractura entre el hombre y la totalidad es el problema de fondo. Se trata de una herida mental. Este libro pretende buscar soluciones para cerrar esa brecha».

Por tanto, y es importante notarlo, nos encontramos ante todo un manifiesto. Riguroso, de muy agradable lectura, pero que contiene, sin duda, una importante proclama: la reivindicación de la imaginación como potencia creadora. «Hoy, la imaginación no es una cuestión sólo estética, sino vital. Los pilares imaginativos de la Tierra se desmoronan. Pese a los sueños del 68, la imaginación nunca ha llegado al poder, y la contracultura ha sido absorbida y banalizada por los gigantes del comercio internacional». Todo ello porque la imaginación contiene un «valor cognitivo y sanador». «La tesis de este libro —comenta Arnau— es que la materia prima del mundo no son los átomos o las partículas, sino la imaginación, que es la que mantiene el lazo entre el significado y la materia. La imaginación es el punto de encuentro de la materia ascendente y el espíritu descendente».

Toda la historia de nuestro Occidente está ligada, de manera íntima e insoslayable, al antiguo Egipto. Y es por ello que Juan Arnau comienza con él, con la civilización egipcia, que ya para la griega, cuna de la filosofía y del pensamiento racional (si bien siempre transido por o mítico), constituyó el origen de todas las ciencias: «Los filósofos de la Hélade cruzaban el mar para iniciarse en una sabiduría transmitida a orillas del Nilo desde tiempo inmemorial». Leamos una bella historia mítica, producto, desde luego, de la imaginación, en la que razón y mito quedan unidos para siempre: Baste por ahora recordar un mito egipcio. Cuando Atum creó el Cielo y la Tierra, éstos quedaron abrazados pero sometidos a la orden de no acoplarse. Esa orden fue transgredida y hubo un castigo: por obra de Shu, en el Cielo se formó la bóveda celeste y la Tierra quedó separada, yaciendo en el suelo. Los empeños de la Tierra por reunirse con su vieja amada dieron lugar a las montañas. Esa separación primordial produjo la vida tal y como la conocemos. Una vida que no escapa al sufrimiento ni a la muerte, como tampoco a la antigua aspiración de alcanzar lo divino. De esa distancia, fruto de una desobediencia primigenia, surgieron diversos dioses (Osiris, Isis, Neftis, Seth y Horus) interesados en la condición humana. Ese mundo espiritual egipcio no sólo influyó en los griegos (y por ende en los romanos), sino también en los hebreos y en los primeros cristianos a través de incontables mitos y aspiraciones compartidas.

Si provenimos de ese mundo egipcio, esencialmente imaginal, significa que nosotros, por pura continuidad de tradición, también somos seres imaginales. Sólo tenemos que recordar que lo somos, y rememorar el poder de la imaginación para plantear los retos del presente y del futuro. Si pensar es imaginar, como reza el epílogo del libro, resulta imperativo imaginar si queremos pensar. Ya dejó escrito Aristóteles que no es posible pensar sin imágenes. Como apunta Arnau, «a la hora de pensar, el alma recurre a los fantasmas, imágenes que se hacen presentes en la facultad imaginativa». Y añade, refiriéndose a nuestro tiempo: «Si bien es cierto que el pensamiento ciego es posible en los algoritmos y abstracciones matemáticas, cuyo desarrollo es en cierto sentido “mecánico”, cuando queremos otorgarle significado, hemos de recurrir de nuevo a las imágenes». Arnau alude, en este punto, a Carl Jung, quien reconocía que «el proceso interno de la imaginación activa pretende ensanchar la personalidad psíquica, revelar los arquetipos que nos guían».

El lector dará con un libro decisivo y muy necesario para afrontar tiempos de violenta tecnocracia y de flagrante olvido del alma. Con una reclamación del papel de las instancias más espirituales del ser humano. Juan Arnau articula en esta obra un grato y muy completo ensayo, entre lo histórico y lo apologético, mas siempre preciso y suavemente minucioso (los datos nunca recargan la lectura, sino que la condimentan), que aboga por el poder de la imaginación para no perdernos en la peligrosa senda unívoca de las neurociencias y el desenfrenado y frenético desarrollo de las instancias exclusivamente económicas que hoy dominan nuestro mundo. Sin despreciar nunca el papel de la ciencia y la tecnología, Arnau nos impone la fundamental tarea de pensarnos como seres imaginativos que precisan de lo mítico, de lo imaginal, para poder progresar en un sentido no sólo técnico, sino también, y sobre todo, espiritual, para no olvidar que no somos un mero cuerpo entre otros cuerpos, cosas entre cosas. Como reza el lema del libro, «Un hecho se lo lleva el viento más rápido que una ensoñación. Una fantasía puede durar tres mil años» (Chesterton).

Si la vida imagina, resulta cada vez más difícil hacerlo sin libros como el que nos propone Juan Arnau, pensador fuertemente comprometido con el estudio, desarrollo y difusión de las humanidades (recordemos sus estudios de Astrofísica; no hablamos aquí de un autor dogmático, sino plural, rico y que sabe ahondar, con pluma de maestro, en los matices, formado en ciencia, filosofía y pensamiento oriental). Un volumen que invita a recorrer la tradición imaginativa como un legado ineludible para reencontrar nuestro lugar en el cosmos, para —no dejar de— imaginarlo: para crear mundos en los que no sólo los criterios económicos y técnicos primen, sino también, y sobre todo, los creativos y visionarios. Porque si en algo nos convierte la imaginación es en seres proyectivos, es decir, en seres que, a pesar de estar anclados al presente, pueden —y deben— lanzarse virtualmente hacia el futuro, sin olvidar nunca las huellas del pasado. Un mérito que Arnau atesora en este libro, en el que tradición, actualidad y futuro se hallan imbricados a través del poder (por qué no, salvífico) de la imaginación.