Andreu Jaume
Tormenta todavía
Sloper, Palma, 2022
232 páginas
POR ANTONIO RIVERO TARAVILLO

Tiende la poesía lírica a la atomización, al menudeo, y rara vez osa abordar el poema largo, acaso porque este parece patrimonio de la épica y el corazón se encoge ante ella. Pero este, el poema extenso, y lo supo Edgar Allan Poe, gran crítico y no solo poeta o narrador, puede ser considerado una sucesión de poemas breves enhebrados en un más amplio designio. Es lo que explicó en su ensayo «El principio poético». Brillan esos momentos líricos, por ejemplo, en la Eneida, de modo que algún libro particularmente impresionante de la misma, el VI, fue traducido por Seamus Heaney, atendiendo a la intensidad de sus episodios. Lo mismo se puede aplicar a las Metamorfosis, vertidas parcialmente por el propio irlandés o por su amigo el inglés Ted Hughes.

En la tradición hispánica el poema extenso y narrativo ha tenido cultivo en un número de obras señaladas. Omitiendo poemas de otros siglos como Elegías de varones ilustres de Indias, la Araucana de Alonso de Ercilla o Primero sueño de sor Juana Inés de la Cruz, en los últimos cien años destacan Altazor de Vicente Huidobro, Muerte sin fin de Gorostiza, el Canto General de Neruda, Piedra de sol de Paz, Anagnórisis de Tomás Segovia… No ha sido sin embargo tan frecuente en España. Algunos ejemplos importantes son El contemplado de Pedro Salinas, Espacio de Juan Ramón Jiménez, Sepulcro en Tarquinia de Antonio Colinas, La tumba de Keats, de Juan Carlos Mestre, Rapsodia de Pere Gimferrer, o el portentoso diario que es Poema de Rafael Argullol. Andreu Jaume también lo ha cultivado en Camp de Mar (2014).

Jaume (Palma, 1977) vive en Barcelona dedicado a la edición, oficio que en su caso incluye, además, la traducción. Por ejemplo, la de El rey Lear para la colección Penguin Clásicos, en tomo exento y bilingüe tras haber editado él mismo las traducciones de muchos otros en los cinco tomos de obras shakespearianas en la misma colección (en el caso de Lear, la elegida fue la versión de Vicente Molina Foix). En la introducción a su propia traducción, señalaba Jaume: «Mucho más que otras tragedias, El rey Lear ha ido adquiriendo, sobre todo a lo largo del siglo XX, una centralidad en la constelación dramática de nuestra cultura –y no solo en el canon shakesperiano– que obedece al alcance radical de sus elementos trágicos, capaces de despertar con el tiempo un significado que está latente en sus personajes, prefigurando siempre algo que aún no ha llegado del todo». Y añadía un poco más allá: «No por casualidad Emily Dickinson decía que Shakespeare es nuestro futuro».

Lo es: aquella obra de principios del XVII puede ser leída por el poeta como algo que le concierne muy directamente, una clave para su propia peripecia vital. Jaume conoce sus clásicos, lo que quiere decir que sabe que los dramas de Shakespeare, como El rey Lear, no tratan de sucesos mítico-históricos, de enfrentamientos dinásticos, sino de las coyunturas del alma humana y las lizas que se establecen en su intimidad. Igualmente no puede ignorar que La tierra baldía, a pesar de lo que se suele predicar una y otra vez sobre la misma, no es tanto un retrato de la desazón que alimentó la Gran Guerra como de las tribulaciones de su autor, Eliot; de la propia esterilidad de su vida, de la debacle de su matrimonio. Jaume ve en ambas obras un correlato de su propia crisis personal y conyugal. Que el libro que ahora publica sea una exacta traslación de ella, o no, solo ha de importar a él mismo y su círculo más cercano. A los lectores nos basta con la verdad que de las páginas emana, absolutamente verosímil, y emocionante, en lo expuesto por el hablante lírico, esa primera persona que es uno y no es (casi todo poeta suele decir que no es el mismo que habita sus poemas para evitar suspicacias y disgustos).

El poema largo puede obrar mediante yuxtaposiciones o siguiendo un hilo narrativo. Volviendo a Paz, el primer caso sería el de Piedra de sol; el segundo, el de Pasado en claro. Los 5.000 versos aproximadamente que tiene Tormenta todavía eligen la segunda opción (el título procede del igualmente aliterativo storm still, expresión de El rey Lear, acto 3, escena 2). Tres partes, «Edgar», «Lear» «Cordelia» (con creces, la más extensa) ordenan el material, no solo cambiando el foco sino también empleando una forma de verso que va cambiando y que en «Cordelia» se convierte en el equivalente de los metros empleados por Jaume en su traducción del drama del de Stratford, ritmo endecasílabo pero maleable, reconocible como verso pero con vecindad con la prosa, lejos del retintín de los rapsodas de metrónomo.

Mezcla a Shakespeare (no solo el de Lear, igualmente el de Hamlet y otras varias obras) y a Eliot (también el de Cuatro cuartetos, Prufrock y el de Retrato de una dama, incluida su cita de El judío de malta de Christopher Marlowe, con una errata aquí, por cierto: has por hast), e intercala textos de sus respectivas obras. Se alude al «páramo» del rey shakespeariano, que puede ser asimismo la «tierra baldía», el «yermo» del norteamericano. También el pobre Tom, el loco de El rey Lear, tiene ecos en el Tom que fue Thomas Stearns Eliot y en el personaje, un Tom (¿el otro, el mismo?) que abre el manuscrito original de The Waste Land previo a las tachaduras de Ezra Pound y que si no muchos lectores conocen es algo que no puede ignorar Jaume. 

La lista de ilustres mencionados o de aquellos de los que se incorporan intertextualidades es muy amplio: además de los ya nombrados, Benn, Larkin, Gil de Biedma, Hölderlin, Carson, Hughes, Bolaño, Dante, Montale, Canetti, Rodríguez, Borges, Cavalcanti, Parménides, Coetzee, Ashbery, Rilke… Músicos también, pintores. Los idiomas que comparecen son además del español, el inglés, el alemán, el italiano y el catalán, nunca en cursiva, integrado todo en un único discurso).

Salpica el autor de interesantes opiniones su poema. Sobre Shakespeare: «Estoy convencido, por ejemplo, / de que las canciones del bufón / son el silencio del reverso de Cordelia, / por eso nunca aparecen juntos en escena». Sobre Eliot: «Entendí enseguida el poema, / el dolor físico que lo atraviesa. / Toda la sordidez de su matrimonio / con Vivienne está ahí, revuelta / con la trivialidad y el horror / de una ciudad devastada por la guerra». La voz poemática declara que estuvo traduciendo La tierra baldía antes de irse de casa y certificar con esa marcha la ruptura de su matrimonio. Jaume lo hizo, y acaba de sacar una versión actualizada con motivo del centenario del poema. Vela y muestra: «Como si protegiera lo que exhibe. / Ese es el cometido de todo poema, / de todos los poemas largos, me parece».

Todo son vasos comunicantes. «Los poemas se van llenando / de vida con el tiempo, disponen / una complejidad amorfa luego / esculpida por golpes de experiencia», escribe el autor en otro momento. Confiesa no saber pensar nada sin Shakespeare. Y conectando de nuevo con esta obra en la que hay un padre viejo: «Todo lo que estos años / me ha ocurrido no sólo me ha cambiado / a mí sino también a mi padre / y a la constelación de nuestros muertos».

Tormenta todavía es un poema «interminable y de hecho inacabado, declara su protagonista-narrador. No solamente interpela a los conocedores de la tradición literaria; también canta, mientras la disecciona, una desolada historia de amor. «Por una parte, tú querías / volver con alguien que yo ya no era. / Y por otra, yo me estaba vengando / de cosas que tú ya no hacías», confiesa.