Sergio Vila-Sanjuán
El informe Casabona
Destino, Barcelona, 2017
276 páginas, 19.00€ (ebook 9.99€)
Sergio Vila-Sanjuán (Barcelona, 1957) fue galardonado por la novela Estaba en el aire con el Premio Nadal 2013. Vila-Sanjuán es un escritor que se ha forjado en el periodismo (actualmente es el director del suplemento Culturas de La Vanguardia). Desde esos quehaceres ha publicado libros de notable calado como el impagable Pasando página (Barcelona, Destino, 2003), donde presentaba las interioridades del mundo del libro en la España democrática: un ejemplo de cómo abordar el estudio de la trayectoria de una industria cultural. O el estupendo conjunto de catorce crónicas La cultura y la vida (Barcelona, Libros de vanguardia, 2013), en el que ofrece su diapasón de crítico cultural, íntimamente vinculado a su tercera novela, El informe Casabona. Ahora bien, en 2010 desembarcaba en el panorama narrativo español con una excelente novela de Barcelona: Una heredera de Barcelona (Destino) era un retrato documentado, inteligente e impecable de la ciudad burguesa y patricial en los años 20. Una opera prima que anunciaba un prometedor camino, «otro camino», que apostaba por geografías poco transitadas en la narrativa hispánica del siglo xxi, al menos con el ademán reposado y sagaz que emplea el también historiador Vila-Sanjuán en sus novelas.
Estaba en el aire era una novela de Barcelona. Ésta es la primera característica de su naturaleza en el dominio proteico que constituye el género y que de modo brillante definió Guy de Maupassant cuando corría el año 1887. Estaba en el aire era una ficción que buscaba unos anclajes históricos importantes en la realidad barcelonesa y española de los años 60: de un lado, el programa radiofónico Rinomicina le busca (rne en Barcelona) como metáfora y, de otro y como metonimia, el crecimiento económico a partir del Plan de Estabilización de 1959, que es el principio del final de los negros sinsabores de la primera posguerra. Estaba en el aire era una novela cuya poética se inclinaba por el realismo amable y sosegado, es decir, por un realismo cuyo regard comporta un signe (aludo al espléndido libro de Henri Mitterand, Le regard et le signe: poétique du roman réaliste et naturaliste, París, puf, 1987) que, sin dejar de representar la sociedad que describe y analiza, evita lo más áspero, lo más lacerante. El propio autor ha hablado de Henry James como punto de partida y ha soslayado la mirada heredera del naturalismo, de Émile Zola, por ejemplo.
Cualquier conspicuo lector de «novelas de ciudad» (empleo el sintagma sin ninguna pretensión teórica) sabe que Madrid es espacio y tiempo de numerosas novelas galdosianas y barojianas, que tiene en La colmena (1951) o en Tiempo de silencio (1962) dos versiones de una ciudad, que a su vez anuda una parte sustancial del mundo narrativo de Francisco Umbral y de otros novelistas. También sabe que existe un París de Balzac, de Flaubert, de Zola, de Proust, etcétera. Y una Nueva York de Henry James, Scott Fitgerald, John Dos Passos o Paul Auster. Ese mismo lector es conocedor de las novelas de Barcelona sin olvidar que los fundamentos de esta tipología cuentan con una obra maestra, genial, incuestionable y poco reconocida fuera de Cataluña: Vida privada (1932), de Josep M. de Sagarra. El memorable, ácido, brillante y corrosivo retrato de Barcelona caminando hacia los años 30 que la novela presenta es una influencia cuya ansiedad aflora en todos los trabajos narrativos posteriores que han querido adentrarse en las órbitas de la ciudad. Si se me permite el brochazo, podríamos decir que todas las ficciones barcelonesas posteriores son hijas de Vida privada, incluidas las más alejadas de su ética y su estética, en catalán o en castellano (sirvan de ejemplo en esta segunda lengua las novelas de Ignacio Agustí o Luis Romero). Méritos de la ciudad bilingüe.
El informe Casabona se acerca a la alta burguesía barcelonesa (que amalgama negocios, política y cultura) en un tiempo contemporáneo que nace en la Transición y se prolonga hasta nuestros días, sin olvidar que el acercamiento a la Barcelona de la Guerra Civil y de la inmediata posguerra no es asunto baladí en los propósitos del autor. Es una novela de formas narrativas diferentes a las anteriores, pero cuya estética e ideología es coherente con el acercamiento a la vida barcelonesa de los años 20 (Una heredera de Barcelona) y de los años 60 (Estaba en el aire) que Vila-Sanjuán había practicado.
El informe Casabona suscribe una estética y una ideología que arrancan de una concepción positiva del papel de la burguesía en el proceso histórico catalán. Por ello sus señas de identidad no comulgan con el tejido narrativo de Luis Goytisolo, Juan Marsé o Manuel Vázquez Montalbán. Su pulso, su nervio, su interés y su fragmentarismo (con coqueteos con la novela negra) consiguen una visión más cálida, una mirada más complaciente de los quehaceres de la burguesía y de una cierta complicidad con la droite divine, que la atractiva y seductora Tona ya encarnaba de modo magistral en Estaba en el aire y ahora representan Casabona y su mundo más próximo, con sus luces y sus opacidades. De nuevo el novelista barcelonés consigue acercarnos sin dogmatismos a esa élite cuyas medias tintas políticas, económicas y morales son uno de los territorios clásicos de la novela de impronta realista. Reflexionando sobre este aspecto clave en su novelística, Vila-Sanjuán confesaba a Andrés Seoane (El Cultural, El Mundo, 20-i-2017): «En la generación de Casabona hubo una serie de “capitanes de empresa” que eran gente muy refinada e intersante, europeístas, demócratas, con sensibilidad cultural, que hicieron mucho por la transformación de España. Y pienso que la literatura española muchas veces los ha caricaturizado como el típico burgués explotador, pero se puede hacer otro abordaje de estos personajes que precisamente por sus ambivalencias dan mucho de sí literariamente».
Quien muere repentinamente durante el almuerzo que los reyes de España ofrecen al mundo de la cultura el 23 de abril de 2015 es Alejandro Casabona, protagonista del informe que el periodista cultural, Víctor Balmoral, redacta a instancias de la directora del Instituto de Estudios Éticos de la Escuela de Negocios de Barcelona. La investigación que nutre el informe (compuesto de diversos materiales periodísticos y de un impagable texto memorialistico inédito de Casabona) y los cabos sueltos posteriores a las conclusiones de la primera investigación dan forma y estructura al relato, que tiene un ritmo ágil y de lectura cómoda y confortable.
El joven Casabona alcanza la posguerra inmediata como activista antifranquista, «con todos los riesgos y el idealismo que ello acarreaba» (cito las conclusiones del informe); después es un hombre de negocios con actuaciones en la frontera de la legalidad; más tarde, en la Transición, fue un promotor activo de la reforma política, «fue un político influyente que manejó cerca de diez años un partido bisagra que tuvo cierto peso en la vida española»; finalmente, un mecenas cultural que llegó a crear un museo, que, sin embargo, sabemos en el corolario de la novela por boca de su ambiciosa hija, María, tuvo que cerrar: «Una parte de los cuadros fue a parar al Estado para sufragar deudas acumuladas con Hacienda». Una trayectoria ejemplar de una generación brillante del patriciado catalán: «Hombres cultos, demócratas y europeístas, con éxito en los negocios. Se consideraban –sentencia Balmoral– llamados a dirigir la nueva España democrática, lástima que sólo lo consiguieron parcialmente».
A este perfil público y social, de claras convicciones monárquicas, se asocia de continuo en la novela un perfil personal, íntimo. Ambos vienen dados por las opiniones de los personajes que rodean a Casabona, con la excepción de su segunda mujer, Berta, asesinada en extrañas circunstancias. Víctor Balmoral acumula la información que le suministran la actual mujer de éste, el hijo rebotado, la hija ambiciosa, el hombre de confianza, la primera esposa, el amigo relegado y el yerno desleal, personajes en cierto modo simbólicos de un mundo anfibio que se muestra en sus opiniones o en sus sintéticos recuerdos o en sus clamorosos silencios. El mundo de Alejandro Casabona.
Como lector asiduo de Vila-Sanjuán, creo que no ando errado al señalar que el novelista (que es historiador, no lo olvidemos) ha construido con especial esmero el capítulo «Los recuerdos de Alejandro», un texto autobiográfico que Casabona escribió para un volumen titulado Cien españoles y la Guerra Civil, donde apareció muy recortado. Balmoral consigue el original y lo transcribe íntegro en el citado capítulo: «En la medida en que la familia Casabona era representativa, consituye un valioso documento sobre cómo se posicionaron las clases más acomodadas ante el estallido de la Guerra Civil. Retrospectivamente da más valor al hecho de que algunos miembros de esas clases, como Alejandro, un hijo de vencedor de la guerra, supieran evolucionar años más tarde hasta situarse en una posición inequívocamente democrática», escribe Víctor Balmoral, en cierto modo, alter ego del propio novelista.
El relato autobiográfico de Casabona, pieza esencial de la novela, tiene dos partes: «1936, mi padre y yo: escapada y espionaje» (da noticia de la huida, al estallar la Guerra Civil, de Camilo Casabona y su hijo desde Puigcerdá a París para retornar a San Sebastián, poco después) y «1942, las tardes con mi tía Mery». Esta segunda parte muestra fidedignamente por qué tía Mery resultó decisiva en su evolución personal y política, y justifica el juicio de Balmoral: «En una familia tan vinculada al bando de los vencedores de la Guerra Civil, ella le mostró el ejemplo de cómo combinar el valor de defender las propias convicciones con la capacidad de empatizar con personas que sostienen opiniones opuestas».
Los interiores ahumados de la familia Casabona cuando el protagonista tiene alrededor de quince años y está intentando comprender el mundo, se pautan por las confidencias y las argumentaciones de Mery. «Las resumo a continuación, salvando como puedo los huecos que deja el paso del tiempo», dice el texto autobiográfico de Casabona con ánimo de mantenerlos lejos del olvido.
El informe Casabona es una nueva pieza del cada vez más tupido universo narrativo de Vila-Sanjuán. Pieza sugestiva, edificada desde una mirada cordial y amable, que acude a la fina ironía cuando los espejos del relato o de la narración lo necesitan. Novela del siglo xxi, novela de historiador y periodista, novela, en fin, que apasionará al lector de un género literario proteico e inacabable.