Lucia Lijtmaer
Casi nada que ponerte
Anagrama
200 páginas
Antes de Milei y los millennial, antes de que Argentina ganara su tercera Copa Mundial de fútbol, en el momento en el que ninguna mano de Dios pudo salvarnos de la Gran Recesión, en plena crisis de 2008, Lucía Lijtmaer comenzó a escribir su primer libro, Casi nada que ponerte. Lo hacía como un proyecto de crónica-reportaje sobre dos hombres, Simón y Jorge (nombres ficticios, los originales sí estaban en la primera edición), que crearon y regentaron una famosa y exitosa boutique de ropa de lujo de mujer en Buenos Aires. El proceso de documentación resultó sencillo para una joven escritora que había nacido en Argentina, aunque se hubiera criado ya en España en un hogar de inmigrantes argentinos que tenían relación personal con la pareja -sentimental y empresarial- de protagonistas. Resulta que aquellos hombres amigos de su familia que ella recordaba de sus viajes de pequeña habían marcado varias décadas en la moda y el ambiente social femenino porteño, y su cercanía a las fuentes y al país protagonista de la crónica facilitaban el trabajo. Pero al igual que el resto del planeta y especialmente que Argentina, en perpetua recesión, Lucía Lijtmaer no se libró de la gran crisis, en su caso de identidad, tanto personal como creativa, y cuando su narración sufrió un giro al colocarse ella como narradora, escribir esta historia se convirtió en una dificultad, y su crónica-reportaje en esta novela que leemos. El resultado, terminado en 2011 y publicado en 2016 en Los Libros del Lince, se ha reeditado en 2023 en Anagrama, tras el éxito de su novela Cauterio en 2022 en esta editorial.
En un par de momentos de la novela se dice que Simón, la parte creativa del negocio de moda (en ambos sentidos), nunca pudo partir de cero y crear sus diseños de la nada, sino que él modificaba y añadía a lo ya confeccionado. Exactamente eso pasa con la identidad de Lucía Lijtmaer, ella se da cuenta de que la confección de su identidad pasa por superponer sus capas a las variadas superficies previas, a las narrativas ya existentes, como la historia que está contando. Así, se va mezclando la narración de la historia de Simón y Jorge con la de la propia Lijtmaer. La vida de los modistos y empresarios es también la de la historia argentina reciente, desde la dictadura de Onganía a la dictadura militar y el proceso posterior a las elecciones democráticas de 1983 en la postdictadura; en ella transitan el glamour y el ambiente embriagador del lujo de La Colorada, el edificio de ladrillo en el que tenían su negocio. Allí gastaban cantidades locas de dinero las ricas argentinas (las «gallinas cluecas»), sobre todo las mujeres de los milicos e industriales exportadores, y allí se representaba la progresiva apertura de Argentina al mundo con los viajes de la pareja a Europa y posteriormente a Nueva York para copiar modelos y comprar género. Pero también asoma la pobreza, tanto en la infancia de Simón como en la observación de las villas miseria, los basureros con habitáculos en las afueras de las grandes ciudades argentinas, «la mugre de la gran urbe». La vida de Lijtmaer se evoca intercalada desde su niñez y adolescencia, tanto en sus visitas puntuales a lo largo de los años a su familia, como en su estancia más larga en Santa Fe, pero también en su vida habitual en Barcelona, donde su condición de hija de inmigrantes con apellido judío polaco va creando una identidad ecléctica, pero compartida y no exenta de tópicos (las cuatro amigas que comparten origen tienen un primer amor argentino y, por qué no decirlo, camelador): «ser hijo de emigrantes te convierte en una isla en medio del Pacífico. Tu pasado es una narración. Es como tener la cabeza metida en un tupperware». La analogía entre ambas historias de vida (herramienta que retoma de nuevo desde la ficción en Cauterio) le hace comenzar con una puesta en marcha paralela: «desplazarme de mi origen a su origen» -literalmente, porque viaja a Campo Sagrado, Córdoba, donde se crió Simón-, por eso Jorge le dice «Vos querés una historia del tipo de la magdalena de Proust, ¿no?». Así se va confeccionando la identidad de unos y otros, partiendo de las valijas de ropa del exterior y del pasado, tratando de ir configurando el tono a la vez que se cose la narrativa: «Ahí debería de haber aprendido que la nostalgia, cuando es heredada, es falsa y no sirve para nada. Pero todavía me costó un poco más».
No es la de esta última cita la única muestra de autoconsciencia de la narradora y el relato. Según cuenta ella misma, en el inicio de la acción Lijtmaer era lectora para una editorial que publicaba las ganadoras de un concurso de crónicas de viaje, y por tanto es capaz de identificar los recursos y marcas del género con el que está lidiando para construir esta novela, que es precisamente la historia de cómo se construye este libro desde el germen de una crónica de viaje. «Dentro de esta narrativa, hay un hueco», y en el hueco un recordatorio constante del proceso de escritura, tanto en los momentos en los que cuenta a otros personajes sobre sus avances y sus dudas como en los comentarios de la narradora a escenas o fragmentos ya escritos: «Esta escena funciona perfectamente, pienso».
Precisamente de escenas, en toda su teatralidad, está confeccionada buena parte de la obra. Dividida su estructura en un «Antes», «Durante» y «Después», toda la sección «Durante» está escrita en formato dramático, con actos, un entreacto, escenas, el nombre de quienes intervienen en el diálogo, la voz en off de Lijtmaer, acotaciones, etc. Esta técnica no viene solo propiciada porque la materia del libro se base en las entrevistas dialogadas con los protagonistas de su viaje (Jorge, Simón y sus empleadas, amigas, clientas y hermana), sino sobre todo por la concepción del mundo que Lijtmaer descubre en la ropa, convertida en vestuario cuando dejamos que nos defina en lugar de simplemente proyectar o cubrir nuestra identidad (el hábito hace al monje). Simón y Jorge entienden su negocio como juego de espejos: «En el mundo, siempre hacemos una representación de nuestra vida», le dicen a la narradora. El lujo que envolvió su vida les señalaba la idoneidad del tópico del theatrum mundi, como si conocieran las propuestas teóricas del sociólogo Ervin Goffman, quien en The Presentation of Self in Everyday Life utiliza la retórica teatral para explicar que en la interacción social el individuo trata de desentrañar mediante un horizonte de expectativas y a través de unos signos y unas interpretaciones qué esperar o cómo reaccionar ante otros individuos. En esa interacción social el individuo actúa de una manera y los otros son impresionados, en el sentido de que crean impresiones, por los signos que se presentan, por la expresión que emite y por la que emana del «actor». En el caso de Simón y Jorge no solo las personas son personajes y la ropa vestuario, también el espacio es decorado, porque la boutique que regentaban en La Colorada era la puesta en escena de una casa, con su cocina, sus baños, su salón, etc., pero sin funcionar como tales, como mero atrezo de toda una representación que se va disolviendo por las crisis nerviosas de Simón y sus obsesiones, que contagian también a la narradora, obsesiva por el detalle y la minucia narrativa o dramática. Lo mismo ocurre a veces con las calles de las ciudades argentinas, que son la utilería de la representación vital de la narradora, del estilo de «En esta calle me enamoré yo». Casi al final de la novela, Simón le dice a Lijtmaer, como en una anagnórisis especular para poner el broche a su obra: «Detrás del telón no había nada, nena».
Podemos decir, sin embargo, que había muchas cosas detrás de la cuarta pared, porque la historia de la alta costura de los modistos no trata solo sobre las apariencias que creaban, ni la novela solo sobre el hecho de escribirse a sí misma y rubricar la identidad, sino que trata también del amor improbable entre dos muchachos humildes y su éxito y caída, del amor a la familia que parece estar siempre fuera de lugar o de las estrellas que llegaron a ser pero observamos a años luz, cuando su brillo está ya hace tiempo extinto. La iluminación del presente por el pasado, especialmente el argentino, no evita tropezar en la misma piedra (no hace falta volver a nombrar aquí a Milei), pero sí nos ayuda a ver que las rupturas en las expectativas personales, las anquilosadas estructuras sociales y las opiniones dominantes son posibles y sirven para abrir grietas hacia el futuro. Lucía Lijtmaer, crítica cultural y aguda analista del presente, partió hace muchos años de la alteridad de la crónica a la identidad de la autoficción, para apuntar desde ahí a las identidades colectivas, especialmente desde el feminismo y la ficción.