El nuevo traductor, el poeta y novelista Didier Coste, firma su contrato en septiembre de 1968 y, en principio, debía entregar la traducción completa a mediados de 1969. Lo cierto es que no puede ocuparse de la novela de Lezama Lima antes de varios meses. Según confiesa en la entrevista que se le hizo para el proyecto MEDET LAT en 2018, debía acabar primero, también para Le Seuil, la traducción de El mundo alucinante de Reinaldo Arenas que Sarduy y Durand le habían confiado. Por eso, solo a principios de 1970 puede al fin dedicarse a tiempo completo a traducir Paradiso. Este nuevo retraso crea una situación bastante tensa que se refleja en la correspondencia entre Lezama Lima y Durand. En enero de 1970 aquel le escribe visiblemente molesto a este: «Supongo, de acuerdo con lo que usted me prometió, que ya estarán las vidrieras de las librerías de París mostrando el Paradiso. Si así no fuera, le rogaría me informase cómo va la traducción de Didier Coste, cuántas páginas lleva ya traducidas y para cuándo promete tenerla terminada, pues ya han pasado tres años desde que se comenzó a hacer la versión» (Lezama Lima, 1998, p. 388-389).

Coste dedica todo ese año de 1970 a la traducción de la novela, lidiando con las muchas y diversas dificultades que el texto le plantea. En la entrevista antes citada, señala así que la edición de que disponía para efectuar su trabajo era la mexicana de Era, revisada por Cortázar, una versión que presentaba todavía un sinnúmero de errores y erratas y que, en vez de aclarar dudas, oscurecía a menudo la comprensión de una prosa ya de por sí densa y compleja. Además, al desafío que representaba la endiablada sintaxis lezamiana, se sumaba de trecho en trecho el contrapunto erudito y barroco entre las referencias mitológicas, los localismos cubanos y las numerosas citas inverificables, suscitando frecuentemente problemas de interpretación y equivalencia que no era fácil resolver al pasar a una lengua tan normativa, editorial y literariamente, como la francesa. Coste evoca en la conversación las cuatro largas sesiones de trabajo que tuvo con Sarduy para tratar de solucionar las principales dudas y la lista final de 160 preguntas que se le envío al maestro a La Habana. Valga apuntar que dicha lista, así como una parte significativa de la correspondencia de Coste con Lezama Lima y Sarduy, se encuentra hoy en los Archivos de la División de Manuscritos de la Biblioteca Firestone en la Universidad de Princeton, como parte del legado de Liliane Hasson. Desafortunadamente, y para desconsuelo del traductor, el autor de Paradiso solo contesta a la mitad de las preguntas que se le hacen y deja a Coste y a Sarduy decidir libremente en los demás casos, en función de sus lecturas. Quizás lo esencial dentro del proceso de traducción es la comprensión que el traductor adquiere de la mecánica asociativa y analógica de la prosa de Lezama Lima y del tipo de experiencia, muy particular –y tan cercana a la poesía–, que supone la lectura de la novela. Apartando toda idea de exactitud, Coste lo formula así en la entrevista: «Se trataba de darles a los lectores [franceses], en una lengua diferente al español cubano, unas sensaciones y una manera de pensar análoga a la que el lector hispánico cultivado, con un gran bagaje cultural, podía experimenta leyendo Paradiso en español» (MEDET LAT). A la manera de una escritura segunda del texto, el trabajo del traductor de Le Seuil recrea de este modo un horizonte de escucha sensible, intelectual y sonoro para la prosa de la novela, que luego se transmite a otras traducciones y otras lenguas, como lo recuerda el propio Coste a propósito de la traducción al inglés de Gregory Rabassa.

Entre los preliminares de la edición francesa de Paradiso, una advertencia resume la dura labor de verter al francés la novela y expresa la conciencia de los límites de una traducción que no siempre logra resolver los numerosos problemas que presentaba el original: «A la hora de ver aparecer la edición francesa de Paradiso y al término de casi mil quinientas horas dedicadas a esta obra, no pretendemos haber podido resolver todos los problemas que, tanto de fidelidad como de legibilidad, nos planteaba su traducción. Nos gustaría agradecer aquí a Severo Sarduy y al autor por las luces que tuvieron la amabilidad de aportarnos en muchos lugares del texto, así como también a Claude Durand por su atenta lectura de los sucesivos estadios de nuestro manuscrito. DC».

Mientras Coste trata de acabar su traducción entre París y Ostende, Sarduy y Durand trabajan en el programa de promoción elaborando una propuesta de lectura que oriente el horizonte de recepción de la novela. Uno de los datos que debían tener en cuenta era que, para 1970, el nombre de Lezama Lima no era del todo desconocido en Francia, pues, tras el escándalo por las escenas homosexuales del sonado capítulo ocho, había estado circulando abundantemente por las páginas de la revista Mundo Nuevo –uno de los espacios de la discusión entre Vargas Llosa, Rodríguez Monegal y Sarduy sobre el tema– y había llegado incluso hasta la sección literaria del periódico Le Monde. En ella, la corresponsal Dominique Desati había dedicado un artículo y una larga entrevista al habanero a propósito de la polémica –«José Lezama Lima, poète-romancier du scandale»– y había recogido sus declaraciones desafiantes: «Si la Revolución es realmente poderosa, puede asimilarlo todo, incluso el Paradiso» (Desati, 20 de julio de 1968, p. 27).

Sarduy y Durand no podían ignorar las noticias que ya se tenían de esta polémica. A ellas se agrega, en la preparación del programa de promoción, la idea de que con esta novela no se trata de descubrir a un escritor latinoamericano más, como está ocurriendo con los autores del boom en toda Europa, sino de editar a un gran clásico moderno y llenar así una vergonzosa y lamentable laguna en las bibliotecas francesas de literatura cubana, latinoamericana y mundial. Consecuentemente, la introducción de Lezama Lima debía hacerse, con preferencia, por la puerta principal del canon, situándolo desde un comienzo en una lista en la que aparecieran los nombres de algunas de las figuras mayores de la modernidad literaria occidental. En un principio se piensa en sacar Paradiso con un cintillo que reza simplemente: «Llegada de Cuba, una novela fabulosa»; esta idea se deshecha pronto en favor de una presentación más compleja que asocie al habanero a autores muy reconocidos y, en especial, a Proust. Y es que no solo se trataba de subrayar las distintas afinidades que podían existir entre ambos, sino también de sacar partido de la intensa actualidad que rodeaba entonces al mítico escritor de En busca del tiempo perdido en vísperas de que se celebrara el año de su centenario.

Como instancia privilegiada del paratexto que preside el primer encuentro entre el lector y el libro, la contraportada de Paradiso da fe de este esfuerzo por esbozar una propuesta de lectura y preconfigurar el horizonte de escucha que debía orientar la recepción. Así, junto a la clara voluntad de afirmar el valor de un clásico moderno, se destaca el carácter polémico de la novela, un rasgo que se hace depender, por un lado, del ya mencionado escándalo que signa su aparición en 1966 y, por otro, acaso menos visible, del que trae consigo la traducción al francés del célebre libro de entrevistas de Luis Harss y Barbara Dohmann Los nuestros (1968). Recordemos que esa conocida serie de conversaciones con los escritores del boom sale a la luz en París a fines de 1970 bajo el título de Portraits et propos y es el último título de la venerable colección latinoamericana de Gallimard, La Croix du Sud. Su fundador y director, Roger Caillois, pone fin a una aventura de veinte años y se despide de sus lectores con esta compilación a la que se añade un posfacio donde los dos autores hacen un balance bastante crítico y desenfadado de las últimas novedades latinoamericanas. En él, entre otros exabruptos, llegan a calificar a Paradiso de «biliosa novela río», cuya escritura es el trasunto de «una prosa onanista de adolescente tropical» (Harss y Dohmann, 1970, p. 274). Obviamente, para Sarduy y Durand, que están preparando el lanzamiento de la novela en Francia en aquel momento, tamaño dislate no podía caer peor, sobre todo porque, lejos de quedar confinado en las páginas del libro, se ve reproducido en una larga y controversial reseña de Portraits et propos firmada por Claude Couffon (25 de julio de 1970, p. 13), que se publica en Le Monde. Es verdad que los dos editores de Le Seuil podrían haberlo ignorado, pero, en vez de hacerlo, decidieron recoger el guante citando literalmente las opiniones de Harss y Dolmann en la contraportada, como para darle otra vuelta de tuerca a una propuesta de lectura que permitiera situar a Paradiso no solo entre las obras mayores de la modernidad, sino entre los libros más atacados o perseguidos por la censura, uno de los grandes temas de Durand.

Numerosos autores y críticos consideran la aparición de Paradiso como una fecha capital en la historia de la literatura latinoamericana, comparable a la que marca la aparición de las obras de Proust y de Joyce en la nuestra. Uno de ellos agrega incluso: «Exuberante, barroco, representa nuestro loco Tercer Mundo del mismo modo en que Valéry representaba el espíritu europeo en 1930». Para otros, en fin, esta obra maestra no era más que «una biliosa novela río con sus sueños salvajes y su prosa onanista de adolescente tropical».

El libro provocó un escándalo en Cuba: puesto a la venta una mañana de 1966, ya no se encontraban ejemplares esa misma noche. El escritor seguía sonriendo: «Si la Revolución es poderosa, puede asimilarlo todo, hasta el Paradiso».

No se trata de una biografía ordinaria. La memoria registra menos los hechos que retiene, restaura o estimula las imágenes. Así, se nutre de sueños y deseos tanto como del anhelo de un paraíso perdido que quizás nunca haya existido. Dicho paraíso es el conocimiento y lo conocido. Además, una erudición prodigiosa, donde confluyen las más diversas culturas, contribuye constantemente al desciframiento de esta vida que es exilio, desarraigo, una forma de mirar la cotidianidad como si fuera algo distante y de mirar lo distante como si pudiera ser abrazado.

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