¿Es José Lezama Lima, como se ha dicho, el Proust del Caribe? Quizás, entre otras cosas. Pero sin Descartes detrás. Y en la encrucijada de diversos mundos, creencias y civilizaciones. Al igual que su isla donde todas las mitologías han hecho escala.
A principios de 1971, el lanzamiento plantea un problema suplementario. Descartada la hipótesis de un viaje de Lezama Lima a París, evocada en una carta a Sarduy y explorada a través de la mediación de la UNESCO y el Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, los editores entienden que la suerte de la novela va a depender esencialmente de la reacción de la prensa y los críticos. Durand escribe en una nota interna sin fecha: «Este es un libro que hay que imponer gracias a la crítica» (IMEC). De aquí el cuidado que se pondrá en ofrecer toda la información necesaria para que esos primeros lectores, que son determinantes en la tasación de una obra, se hagan la idea más clara y precisa posible del autor y de las dimensiones de su novela. Junto a las pruebas encuadernadas, las entonces mayores voces prescriptoras de la crítica francesa reciben así, a principios de 1971, un importante dosier de la oficina de prensa de Le Seuil que contiene la traducción al francés de una entrevista inédita de Lezama Lima con Ciro Bianchi Ross; otra con Armando Álvarez Bravo, que se había publicado en Arca de Montevideo; una selección de diez frases de Lezama Lima sobre la creación y la poesía sacadas de sus ensayos y, finalmente, un prefacio de Julio Ramón Ribeyro para la edición peruana de Paradiso, que acabó convirtiéndose en el artículo «Notas sobre Paradiso, Lezama Lima y Proust» (IMEC).
La edición francesa sale finalmente de la imprenta el 1 de marzo de 1971 y la acogida es sencillamente espectacular: «La sensación literaria de esta primavera –escribe el redactor de Le Figaro Littéraire– se la debemos a Cuba. Pronto los lectores se dividirán en dos grupos: los que han leído Paradiso y… los otros» (Le Clec’h, 12 de marzo de 1971, p. 26). Ninguno de los medios entonces más influyentes en el campo literario francés deja de reseñar y de celebrar la aparición de la novela: Le Monde, Le Nouvel Observateur, La Quinzaine Littéraires, Les Nouvelles Littéraires y L’Express dedican una o varias páginas a Paradiso y arman incluso pequeños reportajes con entrevistas del autor o testimonios de otros escritores que lo han conocido. Así, en el mismo número de Le Figaro Littéraire, Guy Le Clec’h confiesa que sale de la lectura de la novela «roto, feliz y fascinado», y, sin ocultar las dificultades que presenta el libro –un prefacio o una introducción, dice, habrían sido necesarios para acompañar la publicación–, destaca sucesivamente la impronta simbolista y la importancia de la imagen en la prosa del poeta, el contenido nacional y familiar del relato, las afinidades con Proust –«una busca del tiempo perdido y recobrado, salpicado de especias cubanas»– y la diversidad de las experiencias que se narran y analizan en los distintos capítulos de una novela veladamente autobiográfica. Apoyándose en las opiniones de Vargas Llosa y Cortázar, concluye que tiene la impresión de haber escuchado al fin, cito y traduzco literalmente, «la voz auténtica del continente latinoamericano» (Le Clec’h, 12 de marzo de 1971, p. 26). Su reseña aparece acompañada en las páginas del periódico de una breve entrevista a Alejo Carpentier, presentado como el primer editor de Paradiso, quien da cuenta de su vieja amistad con el autor habanero y declara, entre otras perlas, que «Lezama Lima es un poeta escandalosamente católico».
Por su parte, Cortázar escribe la reseña para el suplemento literario de Le Monde a comienzos de abril y, retomando algunos temas de su ensayo sobre el escritor, pone de relieve la rica ambivalencia de una obra que se mueve con una impresionante soltura entre el Dios de los teólogos y el erotismo más provocador, entre sus raíces cubanas y una visión enciclopédica de la cultura, entre una historia muy personal y otra que pertenece a todos. Para colocar al autor y a la obra en una perspectiva histórica que haga explícito su linaje heterodoxo, escribe: «Seamos claros: ante un libro que escapa a los cánones más o menos definidos del género novelesco, solo tendrá acceso a Paradiso quien entienda que se trata de una novela en el sentido del Roman de la rose, las historias del ciclo de Arturo, Hyperion de Hölderlin, La muerte de Virgilio de Hermann Broch, una parte de los escritos de Raymond Roussel, de Djuna Barnes o de Anaîs Nin…» (Cortázar, 2 de abril de 1971, p. 36).
Cortázar insiste luego, como había hecho en su ensayo, en el tema de la supuesta inocencia que explicaría parte de las ingenuidades expresivas y los errores de erudición que se encuentran en la novela, una suerte de recurso al primitivismo y a la celebración de la espontaneidad con que Lezama Lima abordaría las tradiciones culturales de Oriente y Occidente. «Este libro encontrará su lento y delicioso camino hasta el corazón de aquellos para quienes la literatura es un viaje por esas zonas del espíritu donde un dios con cabeza de Ibis marcha de la mano junto a un tal Canterel, el mago de Raymond Roussel», concluye.
Otras reseñas, como la de Claude Fell para Les Nouvelles Littéraires, destacan el largo proceso de gestación de una novela que resulta de más de dos décadas de trabajo. Lejos de hacer de ella una inesperada novedad, la reponen así dentro de la trayectoria de Lezama como el fruto maduro de un escritor que alcanza la plena posesión de su oficio, creando una nueva frontera donde se encuentran prosa y poesía: «Antes que el entusiasmo de ciertos críticos y un perfume de escándalo despierten un interés por el libro, Lezama Lima había estado elaborando pacientemente una obra capital de poeta y ensayista» (Fell, 8 de junio, p. 14).
Las reseñas de La Quizaine Littéraire y de L’Express ocupan un lugar especial en este proceso de recepción, pues los reseñistas no son otros que los editores de la novela: Severo Sarduy y Claude Durand. Por lo que toca a la primera, si, en un principio, era el director de La Quinzaine Littéraire, Maurice Nadeau, quien debía escribir sobre Paradiso, una nota nos advierte de que prefirió cederle el lugar a Sarduy aunque no fuera uno de los responsables de la edición, ya que se trataba de uno de los mejores conocedores de la obra de su compatriota y de un guía más seguro para adentrarse en sus arcanos. Es así como Sarduy (15-30 de abril de 1971, p. 3) acaba colocando en La Quinzaine Littéraire su artículo «Un Proust cubain», que se abre con el siguiente encabezamiento: «Prefiero decirlo de una vez: se trata de uno de los libros del siglo». La reseña busca motivar este juicio con una descripción compleja y cuidadosa de Paradiso en tanto texto, relato e imagen que pasan proteicamente por las formas de la ficción autobiográfica, la historia familiar y nacional, el fraseo de una prosa asmática, el culto a la madre, el amor al conocimiento y, sobre todo, un erotismo homosexual cuya teorización sitúa a la figura del andrógino en el origen mismo de la creación y como la fuente primera de la palabra: «El discurso sobre el erotismo se resuelve siempre en una ideología de la escritura: la substancia devoradora de la palabra, que constituye la materia de esta novela-imagen, encuentra su exacta correspondencia en el substrato andrógino de la creación».
Sarduy echa mano, además, de la teoría poética del habanero y de sus figuras principales –la ocupatio, el súbito, la experiencia oblicua y el método hipertélico– para dar una visión más equilibrada y profunda de la composición novela, entre su exuberancia manifiesta y el rigor de su diseño: «Se trata –concluye– de uno de esos libros-mundo en los que un escritor puede encontrar aquello que lo proveerá de una gramática para la creación» (15-30 de abril de 1971, p. 4). Como en Le Figaro Littéraire, también en La Quizaine Littéraire la reseña se acompaña de una entrevista, solo que esta vez es del propio Lezama Lima, quien contesta a las preguntas de Jean-Michel Fossey sobre las generaciones literarias, la autocensura y la supresión de los derechos de autor en Cuba.
La reseña de Durand (5-11 de abril, pp. 129-130) en L’Express, fiel a la matriz de la promoción, lleva un título análogo a la de Sarduy, «Le Proust des Caraïbes», y describe antes que nada lo que significa entrar en la novela: «Leer Paradiso es como encerrarse en una pieza distante, con todas las persianas cerradas, cuando llega la hora de la canícula, y dejar que nuestra lectura se vaya acomodando, como nuestros ojos, a esa penumbra». Durand vuelve luego sobre algunos de los temas tratados en otras notas, como el aspecto problemáticamente autobiográfico de la historia, el delicioso relato de una infancia y una adolescencia cubanas, la nostalgia de la familia como hogar perdido y la utopía de una incondicionalidad de lo poético que anima las discusiones del joven Cemí con sus compañeros universitarios. Y no olvida señalar tampoco que Paradiso habría podido ser el primer caso de censura abierta en la Cuba de Castro y que, mientras redacta sus líneas, se acaba de producir la detención del poeta Heberto Padilla en La Habana. Por último, al igual que otros críticos, el editor tiene por entonces la impresión de que la publicación de la novela marca un hito en el proceso de internacionalización de la literatura latinoamericana que se está viviendo en Europa: «Paradiso aparece hoy en el momento más oportuno: con este libro enorme, incómodo a fuerza de querer imponerse y no parecerse a ningún otro, no solo parece consumarse el triunfo de las letras latinoamericanas, sino que se puede por fin esperar a que se hable de una obra así con la misma consideración que se le concedería si hubiera sido escrita por un autor californiano o berlinés».