El nombre científico del banano es musa paradisiaca, lo cual no es poca cosa. Una musa que se pudre sin los cuidados adecuados desde que el racimo es cortado de la mata, es transportada luego por barco en bodegas refrigeradas, y necesita de cámaras de maduración hasta que llega a los consumidores.
Su historia política, económica y social, y literaria, es larga, desde que, en 1870, el capitán Laurence Dow Baker, al mando de la goleta Telegraph, compraba bananos en Kingston, Jamaica, y los vendía en el puerto de Boston con una ganancia exorbitante. Era una fruta sabrosa, nutritiva, y más barata que las manzanas: con 25 centavos se compraba un racimo de doce bananos, frente a sólo dos manzanas.
En Centroamérica los cultivos se iniciaron alrededor de ese mismo año de 1870, pues el café en algunas zonas necesitaba de la sombra protectora de las matas de banano. Y es cuando surgen personajes como Minor Keith, fundador de la United Fruit Company en Costa Rica; Sam Zemurray, fundador de la Cuyamel Fruit Company en Honduras, y los hermanos Vaccaro fundadores de la Standard Fruit Company, también en Honduras.
Las compañías bananeras llegaron a ser verdaderos enclaves. Deponían y ponían gobiernos, atizaban guerras fronterizas, controlaban los ferrocarriles y los puertos, y se hallaban libres del pago de impuestos y de las leyes laborales. Tenían sus propias fuerzas policiales y los ejércitos a su disposición para reprimir las huelgas; y cuando se topaban con gobiernos díscolos, tramaban golpes de estado, o la infantería de marina de Estados Unidos acudía en su auxilio.
A comienzos del siglo veinte, un viajero que recorría Centroamérica escribió: «países que no importa cómo se llamen, son gobernados por una firma de importadores de café en la ciudad de Nueva York, por una firma de ferrocarriles alemana, por una línea de vapores costeros, o por una gran casa de comercio, con sus oficinas en Berlín, o Londres, o Bordeaux…y ahora por la frutera desde Boston, Massachusetts».
Minor Keith, originario de Brooklyn, era hijo de un comerciante de madera, y a los 16 años se empleó en una tienda de Broadway, para convertirse luego en inspector forestal, y en dueño de una finca ganadera en Texas, hasta que en 1871 se trasladó a Costa Rica para trabajar con su tío en la construcción del ferrocarril a la costa del Caribe, necesario para las exportaciones de café, base entonces de la economía de los países centroamericanos.
En 1882 la empresa del ferrocarril se hallaba en quiebra. Keith echó una mano al presidente Próspero Fernández para su rescate financiero con la banca internacional, y el destino le echó otra a él, pues se casó con la hija de don José María Castro Madriz, quien había sido el primer presidente de Costa Rica y conservaba gran influencia en la política del país.
Comprometió su propio capital en el rescate del ferrocarril, y a cambio el presidente Fernández le otorgó en 1884 la concesión de un área de 3.000 kilómetros cuadrados a lo largo de la ruta del ferrocarril, y la operación del ferrocarril mismo por un plazo de 99 años.
Poco tiempo después de su llegada a Costa Rica, él y su tío habían empezado con la siembra del banano para alimentar a los trabajadores que construían la vía férrea, pero no tardó en iniciar la exportación de la fruta hacia Nueva Orleans a través de su empresa Tropical Trading and Transport Company, que extendió sus operaciones a Panamá y a la costa del Caribe de Colombia, y luego hacia El Salvador, Honduras y Guatemala, país donde llegó a ser dueño del 40% de las tierras cultivables. Y en todos estos lugares se hizo también con el control de los ferrocarriles.
La United Fruit Company, la «Mamita Yunai», se originó en 1899, cuando la Tropical Trading se fusionó con la Boston Fruit Company, propiedad de Andrew W. Preston, quien controlaba la producción del banano en las islas del Caribe, y poseía una importante flota de barcos de carga, que tras la fusión pasaría a ser conocida como «la flota blanca».
Pero Keith no reinaba solo en el negocio bananero. Sam Zemurray era un inmigrante judío de Besarabia que a los 18 años compraba en el puerto de Nueva Orleans los bananos que llegaban de Honduras pasados de madurez para fabricar vinagre, y se le ocurrió que la mejor ganancia estaría en cultivarlos. A los 21 años había hecho suficiente dinero como para comprar un vapor viejo en el que viajó a Honduras en 1910, donde adquirió 20 kilómetros cuadrados de tierras junto al río Cuyamel, y a su regresó contrató a una partida de mercenarios encabezados por Guy «Machine» Molony y Lee Christmas, para que armaran una tropa que ayudara a volver al poder al presidente Manuel Bonilla, quien vivía exiliado en Nueva Orleans tras haber sufrido en 1907 un golpe de estado.
Una vez reinstalado Bonilla en el palacio presidencial en Tegucigalpa, Zemurray procedió a fundar en 1911 la Cuyamel Fruit Company que recibió generosas concesiones de tierras vírgenes, exención de todo tributo fiscal, y autonomía en sus operaciones. A partir de entonces pasaría a ser conocido como el todopoderoso Banana Man.
En 1920 el gobierno de Honduras entregó a Roberto Fasquelle, socio de Zemurray, la operación del Ferrocarril Nacional de Honduras, que le endosó la concesión. Amplió sus operaciones a Nicaragua, y en 1929 exportaba a Estados Unidos cerca de 10 millones de cabezas de banano. Ese año, a cambio de acciones por 31 millones de dólares, cedió el control de su empresa a la United Fruit Company.
Los hermanos Giuseppe, Félix y Luca Vaccaro, inmigrantes de Sicilia a Estados Unidos, empezaron importando cocos en 1899 desde el puerto de La Ceiba en Honduras, para crear luego su empresa bananera Vaccaro Brothers en 1906, gracias a la concesión que les otorgó el generoso general Bonilla. Y se dedicaron también a la producción de hielo para refrigerar los barcos de transporte. En 1924 crearon la Standard Fruit Company, la gran rival de la United Fruit, con la que competía por el control del hielo, guerra en la que terminaron triunfando porque se hicieron con el control de todas las fábricas de hielo en Nueva Orleans, y Giuseppe pasó a ser conocido entonces como el Rey del Hielo.
Tras el crack de la bolsa de Nueva York en 1929 el mercado del consumo de bananos se redujo en Estados Unidos, con lo que el valor de las acciones de la United Fruit se vino al suelo. Es cuando Sam Zemurray vuelve a entrar en escena, y al comprar la mayor parte de las acciones devaluadas de la compañía, se adueña de ella.
Ya para entonces las repúblicas centroamericanas, y no pocas del Caribe, pasan a ser conocidas en el imaginario político como «banana republics», un término que se debe al escritor William Sydney Porter, conocido como O’Henry. Se hallaba empleado como cajero del del First National Bank en Austin, cuando en 1895 fue acusado de desfalco. En la víspera del juicio huyó en un barco de carga que salía de Nueva Orleans hacia el puerto de Trujillo en Honduras, donde se quedó por siete meses; años después escribió una colección de cuentos de temas relacionados, que bien pude ser leído como una novela, De coles y reyes, publicado en 1904.
El título viene del poema de Lewis Carroll «La morsa y el carpintero», que aparece en A Través del espejo: «Ha llegado el momento -dijo la Morsa- de hablar de muchas cosas: de botas y botes y betún, y de repollos y reyes…».
En el libro, Trujillo pasó a ser Coralio, y Honduras la república de Anchuria, y fue en sus páginas donde acuñó el término: «En esos tiempos teníamos tratados con casi todos los países extranjeros excepto con Bélgica y aquella república bananera de Anchuria…».
El rápido paso de la república liberal hacia la república bananera en Centroamérica, hacía que se cumpliera el sueño positivista de fin de siglo: ferrocarriles, puertos, nuevos poblados, energía eléctrica, técnicas agrícolas, radiotelegrafía, la selva virgen penetrada por el arado mecánico; desde entonces, riqueza para pocos. Y alrededor de los miles de hectáreas que las concesiones les otorgaban con largueza, las bananeras tendían sus cercos alambrados y pasaban sobre la ficción republicana estableciendo sus enclaves.
La vieja oligarquía quedaba relegada a sus plantaciones de café, cultivo pasivo y estacionario que no demandaba ninguna modernización, y no recibió ninguna participación en las empresas bananeras que quitaban y ponían presidentes y controlaban las cámaras legislativas. Sam Zemurray afirmaba que «en Honduras los diputados eran más baratos que las mulas». Las repúblicas independientes se volvían una ficción.
La presencia avasallante de estos enclaves, cuyo símbolo mayor era la United Fruit, da paso en Centroamérica a la novela bananera, que surge en los años cuarenta, y la primera de esas novelas, y la más emblemática, es Mamita Yunai. El infierno de las bananeras de Carlos Luis Fallas, publicada en 1941. Otras del género son Bananos (1942) del nicaragüense Emilio Quintana y Prisión Verde (1950), del hondureño Ramón Amaya Amador, los tres con la experiencia de haber sido trabajadores en las plantaciones de banano, antes de pasar al periodismo.
También figuran dentro del género el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, quien escribió una trilogía compuesta por Viento Fuerte (1950) El Papa Verde (1954) y Los ojos de los enterrados (1960); y el costarricense Joaquín Gutiérrez con Puerto Limón (1950); un ciclo que en el Caribe se extiende hasta Cien años de Soledad (1976), del colombiano Gabriel García Márquez, donde la presencia de la United Fruit es esencial en la vida de Macondo.
Carlos Luis Fallas (Calufa), quien nació en 1906 y murió en 1966, fue desde adolescente liniero ferroviario, y en las bananeras peón, cargador de racimos, ayudante de albañil, operador de dinamita y tractorista, «ultrajado por los capataces, atacado por las fiebres, vejado en el hospital», según su testimonio; se hizo zapatero, y pasó luego a dirigente sindical y militante fundador del Partido Vanguardia Popular, el partido comunista costarricense, encabezando las huelgas en las plantaciones.
Costa Rica era un caso singular. Era el único país de Centroamérica que no había caído bajo la égida de las dictaduras militares, salvo muy fugazmente con los hermanos Tinoco, entre 1917 y 1919, y conservaba la alternancia de gobiernos electos, y el funcionamiento de sus instituciones. Y, caso singular también, el partido comunista era legal, y tuvo un papel central en la historia de Costa Rica cuando en 1940 fue parte de una alianza política con el gobierno del doctor Rafael Ángel Calderón Guardia, de orientación socialcristiana, y la iglesia católica bajo el liderazgo del arzobispo de San José, monseñor Víctor Manuel Sanabria, alianza que hizo posible la promulgación de leyes sociales fundamentales, entre ellas el Código del Trabajo.
Mamita Yunai surge como la novela de un militante forjado en las luchas sindicales, y en las huelgas bananeras, la más importante de ellas la de 1934. Antes de ser editada en forma de libro fue publicada por entregas en el semanario Trabajo, órgano oficial del partido, y como novela testimonial, no oculta su carácter de denuncia, según reconoce el propio autor en el prólogo a la edición hecha en Cuba en 1966: «Escribí este libro, sin ser escritor, fundamentalmente para llenar una necesidad revolucionaria».
Mamita Yunai se compone de tres partes: Politiquería en el Tisingal de la leyenda; A la sombra del banano; y En la brecha. El personaje principal José Francisco Sibaja, Sibajita, activista del Bloque de Obreros y Campesinos, nombre original del partido comunista, y que asume el papel de narrador, es un alter ego del propio autor. En la primera parte es enviado por su partido a vigilar el desarrollo de un proceso electoral fraudulento en la sierra de Talamanca, tierra de indígenas, y en las otras dos se convierte en testigo de los abusos de los funcionarios de la frutera en las plantaciones y campamentos de la costa del Caribe, y del sufrimiento de los trabajadores. En la edición mexicana de 1957, agregó, «a manera de cuarta parte», un discurso suyo del 18 de septiembre de 1955 en una asamblea de trabajadores, donde cuenta sus experiencias de la huelga de 1934.
Fallas no tenía ninguna instrucción literaria, pero sí una dotación natural de narrador que deja patente en Mamita Yunai y en sus otros libros, como Gentes y gentecillas (1947) Marcos Ramírez (1952), que es también autobiográfico, y donde relata su infancia.
Y es esta virtud suya, de observador acucioso capaz de llevar a la página el registro de los padecimientos y alegrías de sus pequeños personajes, lo que libra a la novela del panfleto y la convierte en una crónica cotidiana, en reportaje de vida y en testimonio íntimo.
Pablo Neruda, otro militante comunista, hizo que la novela fuera editada en Chile en 1949 por la editorial Nascimento: «el soplo poderoso del gran poeta Pablo Neruda le echó a correr por el mundo» diría el propio Fallas. Y uno de los personajes de Mamita Yunai, al que sólo conocemos por su apellido, Calero, un muchacho trabajador bananero que muere aplastado por un árbol, en evocado en El canto general, aparecido en México en 1950:
No te conozco. En las páginas de Fallas leí tu vida,
gigante oscuro, niño golpeado, harapiento y errante.
De aquellas páginas vuelan tu risa y las canciones
entre los bananeros, en el barro sombrío, la lluvia y el
sudor.
Qué vida la de los nuestros, qué alegrías segadas,
qué fuerzas destruidas por la comida innoble,
qué cantos derribados por la vivencia rota,
qué poderes del hombre deshechos por el hombre!