José Gaos
Obras completas I.- Escritos españoles (1928-1938)
Prólogo de Agustín Serrano de Haro
Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2018
1436 páginas
Consciente del exceso que contiene la palabra «milagro» aplicado a la edición de las obras completas del filósofo español afincado en México desde 1938, José Gaos, me parece, empero, la más oportuna, si entendemos que cabe hablar de milagro cuando algo o alguien interrumpe el curso natural de las cosas.
Y el curso natural habría sido que el tiempo hubiera hecho su trabajo y las casi mil quinientas páginas de este primer tomo en dos volúmenes que contienen los «escritos españoles» se hubieran perdido irremisiblemente. Y lo dicho para éste, recién aparecido, vale para el resto de los diecinueve que forman el apabullante legado de este filósofo y profesor sin discípulos, según dijo paradójicamente uno de ellos.
Fue otro de los que no tuvo, Fernando Salmerón, quien asumió la tarea de editar la producción de su maestro. Él mismo elaboró el plan de la publicación e inició la preparación de varios volúmenes simultáneamente, encargando a especialistas españoles o mexicanos el prólogo, y, en ocasiones, el cuidado de la edición. Cuando Salmerón tuvo conocimiento de que una enfermedad le impediría culminar la publicación de las Obras completas, distribuyó entre algunos colegas la preparación de parte de los volúmenes. Más tarde, otros discípulos de Gaos, como Luis Villoro y Alejandro Rossi, crearon un comité asesor para continuar la tarea de llevar a buen puerto la edición. Fue decisión de este comité, inducidos, sin duda, por ciertos comentarios y recomendaciones de Salmerón, encomendar a Antonio Zirión Quijano la responsabilidad de dar continuidad al proyecto.
Parte del milagro son estos dos tomos de escritos españoles que cubren desde la primera publicación de que se tiene noticia, hasta la última de las escritas o fechadas en España, en 1938, el año de su partida hacia Cuba, antesala de su instalación en México, adonde llegó pocos meses después, creo que con la conciencia clara de que la guerra estaba perdida para la causa republicana.
Gaos se benefició del programa que Daniel Cosío Villegas ponía en marcha por esas fechas, para acoger a profesores, investigadores y artistas españoles afectados por la guerra, lo que daría lugar a las dos ilustres fundaciones relacionadas con dicho rescate: La Casa de España y, su heredero, El Colegio de México. El último escrito de los redactados en suelo español, aunque aparecido en una revista cubana ese mismo año, es un documento de un extraordinario valor histórico, filosófico y sentimental: «Grandeza y ruina de la Ciudad Universitaria». Gaos inicia el artículo describiendo el estrago y devastación que sufren, a la fecha de su redacción, los edificios que acogieron la Facultad de Filosofía y Letras, en la recién construida Ciudad Universitaria de la Moncloa madrileña, convertida ahora en campo de batalla. (Las tropas franquistas llegaron muy pronto hasta las inmediaciones de Madrid, aunque no pudieron tomar la ciudad hasta el final de la guerra). Evoca, a continuación, el sentido no sólo académico, sino de ejemplaridad moral para la vida pública española, que debía tener aquella facultad en su proyecto, de la que él fue parte insustituible, junto al decano y amigo que la dirigía, Manuel García Morente, Ortega, Zubiri y el resto del claustro de profesores.
Gaos comentó en una ocasión que se habrían perdido unas «diez mil cuartillas», cuando su casa familiar de la calle Marqués de Urquijo, en el madrileño barrio de Argüelles, fue bombardeada. Sabemos, que, entre otros papeles, allí estaba la traducción de la quinta de las Meditaciones Cartesianas de Husserl y otros escritos, presumimos que relacionados con su docencia. De ahí que sorprenda la cantidad de páginas «salvadas» para esta edición, entre ellos algunos de esos escritos pedagógicos que el propio Gaos creía perdidos y que el editor halló hurgando en algunos archivos de la Administración española. Los detalles de los contenidos de la presente edición y su minuciosa reconstrucción de la historia de cada uno de los textos, así como las circunstancias de su localización, etcétera, están magníficamente presentados por Antonio Zirión en su «Nota de edición».
El criterio seguido en la publicación, según muestra el índice, es el cronológico, ordenando primero los materiales publicados: libros y resúmenes de cursos, reseñas, prólogos a traducciones propias, artículos relacionados con su actividad docente. Destaquemos la conferencia que dedicó al centenario de Maimónides (1935), publicada en la Revista de Occidente en dos números sucesivos y que Gaos reeditó al poco de llegar a México. Es uno de los primeros trabajos en el campo de la historia de la filosofía con la que mantuvo una relación tan intensa como paradójica.
La parte más sustanciosa es, afortunadamente, la dedicada al material inédito, con cerca de mil páginas, es decir, dos terceras partes del total, que cubre los diez años de vida de Gaos que aquí quedan reflejados.
La Guerra Civil que desencadenó el golpe de estado del general Franco partió en dos mitades la vida de Gaos, como lo hizo con la del resto de los españoles. Y también marca un antes y un después en las ocupaciones del autor y, de resultas, en sus escritos anteriores a etapa mexicana. Desencadenado el conflicto, que le alcanza en Santander, en mitad de los cursos de verano de la joven universidad, de la que era secretario, se verá obligado a abandonar la docencia. Fiel al gobierno de la República, recibió varios nombramientos. Al de rector de la Universidad Central, se sumaron otros de corte diplomático y administrativo que mencionaremos más adelante.
La impresión que se tenía hasta ahora es que el Gaos que viaja hacia Occidente, dejando atrás la vieja Europa de las guerras civiles, es un filósofo sin filosofía, es decir, un profesor que divulga y enseña lo que otros han pensado. Él mismo deja constancia de ello en notas de trabajo y confesiones redactadas en los primeros años de estancia en su patria de acogida. Y así parece, a juzgar por lo publicado desde 1928: su tesis doctoral sobre la fenomenología de Husserl, prólogos sobre Fichte, y poco más, junto con el ya mencionado estudio sobre Maimónides. Pero la impresión de que las ideas más originales, más propias, aguardaban a visitarlo en suelo americano resulta errada a juzgar por el material publicado ahora.
Como observa Serrano de Haro en su prólogo, todas los motivos centrales que conforman el torso de su filosofía definitiva aparecen ya en alguna conferencia, apunte, curso o nota de trabajo anteriores a 1938. Dos ejemplos: la caracterización del filósofo por el rasgo de la soberbia, que conocíamos desde la lectura de Confesiones profesionales (1956), se menciona en una notable conferencia que dictó en Barcelona en 1938, a la luz de unas velas, ya que la eléctrica se cortó a causa de un bombardeo. Esta idea, que tendrá un rendimiento decisivo en su filosofía de madurez, era pensada aquí hasta sus últimas consecuencias: «El filósofo es, pues, un soberbio constitutivamente débil, pero que tiene la posibilidad de utilizar la razón, la idea, el logos o la palabra y, parapetado detrás de ella y por medio de ella, esquivar el esfuerzo directo de la vida pública, de dominar, sencillamente, por el poder de la razón» (p. 1007). Es extraño en alguien como Gaos, que confesó sentirse «vocado» a la filosofía, que se presente a sí mismo como sofista y no como el auténtico filósofo, aunque tuviera que reconocerse poseído por la soberbia de gozar del monopolio de los principios que rigen el mundo y de imponérselos a los demás.
El otro ejemplo tiene aún más enjundia teórica. Podría describirse incluso como el motor que impulsa y da su peculiar sentido a toda su obra. Se trata de la contradicción que detecta entre la pretensión que muestran todas y cada una de las filosofías que en la historia han sido de que sus tesis tengan valor universal; y el hecho incuestionable de que la misma historia, al tomar nota de la contundente diversidad de opiniones, verifica que nunca se alcanza tal pretensión. Aunque en algún texto parece consolarse con otro hecho que también verifica la historia, a saber, que cada generación, al menos en Occidente, intenta de nuevo la aventura de la filosofía.
Ese agudo contraste entre un escepticismo radical y autocrítico y la necesidad de hacer filosofía, nacida de una vocación sentida desde muy pronto, está presente desde los años treinta, como queda reflejado en el hecho de que el curso que más impartía entonces se ocupaba de desarrollar una «filosofía de la filosofía». Otras dos dimensiones de su doctrina de madurez, primero, una antropología filosófica que explique precisamente la necesidad humana de filosofar y, segundo, el estudio sistemático de «nuestro tiempo» como tiempo de crisis, y, en él, la peculiar aceleración de cambios doctrinales que experimenta, también son rastreables en los textos que nos llegan ahora, por ejemplo, en el curso dictado en la Universidad de Verano de Santander sobre «Introducción a la Filosofía de la filosofía. 6 lecciones» (1935-1936) o los apuntes de un curso dado en 1936 cuyo título vincula la exigencia de prestar atención a su tiempo con el único punto de partida que considera válido para filosofar: «Filosofía del siglo xx. Autobiografía filosófica». En efecto, la única forma de asumir su escepticismo ante lectores u oyentes era el de presentar sus tesis y resultados como datos insertos en la perspectiva de su propia existencia.
Dentro de esta sección de escritos inéditos dedicados a su magisterio, quiero destacar una lección que está llamada a modificar la compleja relación de Gaos con Ortega, en su doble e inseparable dimensión de discípulo y crítico. Me refiero a la lección de homenaje que dedicó a las bodas de plata con la cátedra de filosofía de su maestro, «La filosofía de don José Ortega y Gasset y las nuevas generaciones españolas» (1935). Gaos insertó en su curso sobre filosofía de la filosofía una clase con el título ya citado. No es una pieza al uso ni como panegírico del maestro ni como texto de circunstancias. Por el contrario, plantea el problema esencial de Ortega como maître à penser en el contexto de la filosofía española. Y el problema, según Gaos, no es otro, ya entonces, que el de si Ortega es filósofo, es decir, si tiene una filosofía propia. Parte del dato autobiográfico de quién es Ortega para él, miembro de la generación inmediatamente posterior a la del maestro, pero a punto de convertirse en alguien que, próximo a cumplir la treintena, «va a empezar, no ya a ser, sino a manifestarse independiente». La pieza, de una complejidad que dará que hablar, por la precisión de algunas críticas y lo que arriesga en el análisis, permite entrever lo que dirá más tarde, cuando vuelva sobre el autor de las Meditaciones del Quijote. Pero merece la pena citar la conclusión que ofreció a «la generación joven», que le escuchaba en el aula de la Universidad Central de Madrid, y que resulto profética: «Con Ortega no cabe más que negarlo o hacerlo». Acaso una de las posibles claves para comprender la compleja trayectoria filosófica de Gaos resida en desvelar que significó para él ese reto de hacer o negar a Ortega.
A los textos directamente vinculados a la docencia, a los que me acabo de referir, hay que añadir los clasificados en las siguientes secciones: «Discursos y conferencias»; «Textos y discursos relacionados con la Exposición Internacional de París (1937) y el Pabellón Español en ella y «Textos de los cuadernos de trabajo». Y aún, al margen de la categoría de «inéditos», el editor añade unas «Páginas adicionales» que contienen una correspondencia que había quedado fuera del volumen xix de estas Obras completas. Su interés es extraordinario, a pesar de su brevedad, por hallarse en ella información de primera mano sobre cómo fue la tan debatida relación entre Ortega y Gaos cuando el primero se encontraba como exiliado en Francia y el segundo como un alto representante del Gobierno de la República, con el que Ortega había roto.
El segundo volumen finaliza con una selección de «Otros textos», apuntes, notas para entrevistas o artículos de periódico, sin terminar algunos de ellos, que invita a reconocer el principio de exhaustividad con que el editor encaró la empresa de este primer tomo. El libro termina con un «Currículum vitae», fechado en 1938, que probablemente sea el que envió a México, puente que proyectaba su pasado hacia el futuro.
Mientras que las partes académicas de la edición nos informan de los años de «normalidad» vital, ordenada en torno a la vocación filosófica y la docencia, entendiendo por tales los que discurren hasta el inicio de la guerra, los discursos y conferencias informan sobre el giro que la biografía de José Gaos tomó, sobre todo, cuando recibió diversos nombramientos de carácter diplomático, —después de haber sido nombrado rector de su universidad, cargo que conservó hasta su partida―, entre otros, el de responsable de organizar el pabellón que había de representar a España en la Exposición Internacional de París de 1937. Antes había viajado por toda Europa como embajador cultural del Gobierno de la República y había participado en asambleas, reuniones internacionales, congresos, etcétera. Queda constancia de su actividad en los textos dictados en Gotemburgo, Estocolmo y Oslo. En Ámsterdam disertó en francés sobre Le problème de la philosophie en Espagne, texto recogido aquí en la lengua en que fue escrito. Es claro que Gaos cumplió fielmente con sus obligaciones políticas, y que lo hizo con toda dedicación, pero a juzgar por el rastro de textos, directamente relacionados con la filosofía que nos llegan ahora, no se apartó de su ocupación primera. Merece la pena destacar varias notas fechadas en 1937 sobre el Discours de la méthode, libro decisivo en la elaboración que hizo Gaos de su idea de la filosofía como autobiografía. Así queda reflejado en los textos que dedicó a preparar su participación en el tercer centenario de su aparición, que se celebró en París. Agustín Serrano comenta en su prólogo que tanto él como Joaquín Xirau, que finalmente asumió la representación oficial del Estado español, intentaron convencer a Ortega de que encabezara dicha representación pero este no sólo no aceptó, sino que se ausentó de la capital francesa en los días que duró el evento. Por lo demás no hay constancia de que Gaos participara en el mismo.
A José Gaos le quedaba aproximadamente un año de permanencia en Europa. Serrano de Haro comenta en su prólogo que a diferencia de otros filósofos, y hombres y mujeres de letras y ciencias, que experimentaron el desgarro del exilio de forma más o menos permanente, Gaos «apenas se dejó influir por el trauma de la Guerra Civil y por la experiencia del exilio». Convirtió México en un lugar de «transtierro», venciendo así la pena del desterrado. Creo que ello fue posible porque desde la adolescencia había vivido en otra patria, única e intangible, la patria de su vocación hacia la filosofía. Estos pocos miles de páginas, añadidas a las muchas de esa extraña y sorprendente autobiografía que son sus obras completas, así lo confirman.