Paula Bozalongo
La piel de la naranja
Hiperion
84 páginas
POR CONSTANTINO MOLINA

Si cocinar a fuego lento no siempre es garantía de hacerlo bien, si lo es, al menos, de honestidad para con esa relación que se establece entre el tiempo y nosotros mismos. Nueve años separan la publicación del primer libro de Paula Bozalongo, que allá por el año 2014 se alzaba con el Premio Hiperión con Diciembre y nos besamos, y este segundo poemario que ve la luz bajo el mismo sello editorial.

En esta honestidad podemos intuir un ritmo en el que la autora se amolda más al dictado por su propia creación poética que al generado por el sector editorial y las mesas de novedades, pues una espera de nueve años es algo bastante inusual en el panorama de la poesía joven, cuya producción suele estar sujeta por un acuciante sentido de permanecer y asentarse en la palestra y el miedo a quedarse tirado en la cuneta.

Entrando en el contenido del libro, y más allá de su condición de rara avis en cuanto al espacio-tiempo de la poesía joven, en La piel de la naranja encontramos un relato que se sirve de la experiencia vital concreta para asentar su lírica en el terreno que le corresponde a la madurez y que se ve transitado por ingredientes paradigmáticos que puedan serlo en ella como lo son el daño, la nostalgia o la memoria.

Si nos atenemos al concepto del daño cobra aquí un lugar predominante, sobre todo en una primera parte del libro, la enfermedad de la madre. Es en estos poemas donde sorprende la capacidad de la autora para engastar los tecnicismos de un campo semántico que puede resultar incómodo o poco grato a la sonoridad (el de la medicina y la salud) en unos versos cuidados que se despliegan en un abanico de espectros que se mueve entre la inteligencia y la emoción: «Centinela, el primer ganglio/ de una cadena linfática/ que drena un territorio determinado» o «Después apareció/ el vacío de su muerte inesperada,/ la herida de tu tumerectomía/ y aquella fuerza tímida/ desde el asiento de atrás del coche/ cuando dijiste que no ibas a esperar/ a ver cómo se caen/ el sueño y las pestañas».

Es también a través de la madre, de la genealogía familiar, de las amistades o de las relaciones amorosas el medio por el que estos poemas nos llevan hacia una experiencia universal que desde la intimidad se convierte en hecho colectivo. Puede cada lector reconocerse o encontrar el hallazgo en los distintos niveles de las relaciones humanas que aparecen entre sus versos y que se podrían diferenciar entre la familia: «Ellas también se fueron/ con la piel agrietada de distancia,/ con los ojos clavados en los relatos ciegos/ de la niña que fue, mi abuela que/ en un pueblo sin mar de Andalucía/ abandonó la infancia». El amor: «Somos un par/ de magnitudes físicas observables:/ no importan nuestros nombres,/ al fin lo único cierto/ de todo este principio sucediéndose/ será necesitarte/ tanto como tú a mí». Y la amistad: «Toda aquella verdad vino de golpe/ y quiso distanciarnos de lo cierto,/ nos quedamos mirando a los amigos,/ aquellos que corrieron/ hasta olvidar mi nombre».

Ecléctico en sus formas, con unos versos cuidados en los que predominan el endecasílabo y el heptasílabo, pero también abierto al poema breve o en prosa, La piel de la naranja es un libro que consigue un tono homogéneo por medio de una atmosfera en la que el daño y la nostalgia se salvan del pesimismo y se convierten en aceptación con elegancia. Es la conciencia individual de alguien que sabe que en esa carga de la memoria está uno de los pilares de la entrada en la madurez, de que a partir de un punto de nuestra existencia, ese hacia adelante que es siempre la vida, conlleva una parte de pasado que cobra un nuevo papel en cada uno de nosotros y modela, junto al presente, nuestras emociones, actos, decisiones y escritos futuros.

Son nueve años los que aquí se condensan en este nuevo libro de Paula Bozalongo. Nueve años de honestidad para con el propio ritmo creativo que dan lugar a un poemario que la sitúa, como no podía ser de otra manera, no el panorama poético del que nunca ha dejado de participar, sino en el centro creativo de sí misma. En ese juego de la vida y de la poesía que tan bien define en los versos que cierran este libro: «Juguemos como niños, / para que no se rompa/ la piel de la naranja/ o unamos sus fragmentos/ cuando lo más temido/ ya suceda».