EXILIO EN LONDRES
Entre 1930 y 1945 Europa vivió un periodo de grandes convulsiones (ascenso del nazismo en Alemania y Austria, fascismo en Italia, Guerra Civil en España y Segunda Guerra Mundial) que ocasionó un continuo desplazamiento de refugiados desde sus lugares de origen a tierras donde la libertad no estuviese comprometida. Y era la clase intelectual, que no la única, la que más sufrió la opresión de los Gobiernos totalitarios, lo que propició la aparición de comités de apoyo, proclamas de adhesión y manifiestos reivindicativos que intentaban aliviar las situaciones. No sólo de España salieron al exilio personas comprometidas con el mundo intelectual. De Alemania partieron entre 1933 y 1934 unos seiscientos cincuenta profesores universitarios que, unidos a los judíos más tarde expulsados, llegaron a la cifra de mil doscientos, que se ampliaron con las normas antisemitas. La Guerra Civil española causó por muerte o exilio la pérdida de la tercera parte del profesorado universitario titular. Según un interesante trabajo de Luis Alfredo Baratas Díaz y Manuel Lucena Giraldo (1994), para ayudar a los exiliados se crearon en Inglaterra la Academic Assistance Council y la Society for the Protection of Science and Learning, dirigida esta última a los refugiados españoles por José Castillejo y que se encargó de gestionar protección para intelectuales que estaban en España (Leopoldo Alas, rector de la Universidad de Oviedo, que fue finalmente ejecutado; María de Maeztu, que salió de España; Ramón Menéndez Pidal, a quien se protegió desde el Foreign Office…) y hasta setenta y dos científicos refugiados: Pío del Río Hortega, Severo Ochoa, José Trueta, Niceto Alcalá-Zamora Castillo, Demófilo de Buen, Margarita Comas, Arturo Duperier, Alberto Jiménez Fraud, Alfredo Mendizábal, Augusto Pi i Sunyer, Gustavo Pittaluga, entre otros, a los que se ayudó o facilitó la salida a las repúblicas sudamericanas o a Estados Unidos. Hasta 1953 ambas sociedades «registraron más de dos mil quinientos académicos refugiados por motivos étnicos o persecución política, algunos de ellos de notable relevancia: Max Born, Max Delbrück, Otto Robert Frisch, Hans Krebs, Karl Popper, Lise Meitner, etcétera». Con esta sociedad contactó Chaves y ofertó publicar en periódicos de América Latina trabajos de los intelectuales refugiados.
Precisamente en esos momentos, en el año 1941, el periodista no dejaba de trabajar a favor de la democracia. Se había instalado en Londres sin la familia, en un pequeño apartamento de Russell Court frecuentado por otros exiliados españoles: periodistas, escritores, políticos republicanos. Muy pronto, un empresario inglés de ideología laborista, Deric E. Pearson, dueño de la agencia de noticias Atlantic-Pacific Press, llamó a trabajar a exiliados españoles y colocó al frente de la agencia a Chaves Nogales. Y él echó mano de los más prestigiosos exiliados para su oficina de Fleet Street, 69, la calle de la prensa en Londres, el centro neurálgico de la información mundial. Haciendo uso de sus contactos con la prensa sudamericana, estableció para América Latina un servicio informativo de los acontecimientos europeos. Y en ello empleó a los exiliados españoles, que hacían traducciones de artículos de periodistas y escritores de otros países de Europa; otras veces, colaboraban en programas radiofónicos a través de la BBC, siempre desde una postura de defensa de ideales democráticos. Al mismo tiempo, coordinaba la información de las embajadas de países sudamericanos en el Reino Unido colaborando con el Ministerio del Interior, como antes hizo en Francia. Y estableció en su casa un centro de reunión de republicanos españoles de todas las tendencias y exiliados de otras nacionalidades. En carta a Carlos Pi i Sunyer de 15 de noviembre de 1941 le dice: «Nuestra agencia [se refiere a la Atlantic-Pacific Press] ha sido creada para enviar artículos y reportajes a los periódicos americanos». Desde Fleet Street (69, más tarde, 54, donde estaba la agencia periodística de Chaves Nogales, que primero se llamó Atlantic-Pacific Press Agency y luego tomó directamente el nombre del periodista), salieron cartas a muchos intelectuales españoles residentes en la isla que pedían colaboraciones para los periódicos sudamericanos, no sólo de españoles, sino de franceses o ingleses, en traducciones, si ello era preciso, realizadas por el magnífico equipo de traductores que la agencia tenía: Luis Portillo, Teresa Magal, Josep Manyé, Elisabeth Aldabaldetrecu y Frances Kaye, entre otros.
La situación de los exiliados españoles en Londres fue magníficamente retratada por Esteban Salazar Chapela en su libro Perico en Londres, donde se novela cómo eran llamados los exiliados, «en enjambre descomunal: diplomáticos e ingenieros, abogados y boticarios, médicos y burócratas […], todos estimulados por la necesidad, probaron fortuna y vieron con satisfacción que sabían escribir». Sobre la política del Reino Unido para con los exiliados, ésta es la opinión de Fuentes y Fernández Sebastián (1997):
La política informativa que tenía por destinataria a la prensa escrita en español siguió unas pautas similares a las de los servicios radiofónicos. La orientación y la financiación procedían del Ministerio de Información británico, que reclutó para las labores de redacción a dos figuras históricas del periodismo español de la talla de Luis Araquistáin y Manuel Chaves Nogales, el primero exdirector de España y Leviatán, el segundo —muerto al final de la [II] Guerra Mundial— exdirector de Heraldo de Madrid, Estampa y Ahora. El material periodístico confeccionado a tal fin consistía en «columnas» para secciones fijas y artículos de opinión, generalmente firmados por sus autores, sobre los más variados asuntos, pero tratados siempre, por ajenos que fueran a la guerra misma, desde una perspectiva inalterable: Inglaterra como bastión inexpugnable del mundo libre. Los artículos, una vez traducidos y visados por la censura, se distribuían a través de la agencia Reuter a sus numerosos clientes entre la prensa hispanoamericana. Algunos de los periodistas republicanos que colaboraron en el triunfo aliado sobre el fascismo no dejaron de reparar en el evidente enfriamiento de la propaganda antinazi que se detectó a partir de 1943, en cuanto cambió el signo de la guerra, como si el Gobierno británico, pensando ya en la Guerra Fría y muy presionado, además, por su embajador en Madrid y en última instancia por el Gobierno español, quisiera deshacerse lo antes posible de la colaboración de un incómodo grupo de periodistas exiliados sospechosos de izquierdismo. Este cambio de actitud permitía presagiar en qué acabarían las ilusiones del exilio español sobre el apoyo de los países occidentales a la restauración de la democracia en España una vez finalizada la [II] Guerra Mundial.
Chaves, como dijimos más arriba, favoreció y prestó ayuda a numerosos exiliados, como Luis Portillo, Carles Pi i Sunyer y Salazar Chapela. Otros ilustres refugiados españoles a quienes Chaves proporcionó trabajo fueron Luis Cernuda y Salvador de Madariaga. Trabajos que eran muy bien pagados, como siempre había hecho Chaves con las personas que de él tuvieron alguna dependencia laboral (recuérdese a este respecto cómo escritores españoles como Baroja, Unamuno y Valle-Inclán, entre otros, tuvieron un respiro económico importante gracias a lo bien remuneradas que fueron sus colaboraciones en Ahora en el tiempo en que Chaves fue redactor jefe del periódico republicano). En su agencia, la Atlantic-Pacific, no hizo más que repetir el esquema organizativo que había aprendido en París trabajando para Emery Révész.
Una larga lista de periódicos sudamericanos, proporcionada por Pi i Sunyer en su ensayo «La guerra desde Londres», serán los receptores de estos trabajos: El Mundo, de Buenos Aires; Rivadavia, de Córdoba; Última Hora, de La Paz; El Mercurio, de Santiago de Chile; El Sur, de Concepción; El Liberal, de Bogotá; Diario de Costa Rica, de San José; El Comercio, de Quito; Nuestro Diario, de Guatemala; La Nueva Prensa, de La Habana; El País, de Asunción; Oiga, de México; La Esfera, de Caracas; aparte de los citados por Chaves en sus cartas: El Tiempo, de Bogotá; El Nacional, de México; La Noche, de Chile; Bohemia, de Cuba; La Nación, de Buenos Aires; El Liberal Progresista, de Guatemala; Excélsior, de México; O Globo y Folha da Manhã, de Brasil, y algún otro.
LAS COLABORACIONES DE CHAVES NOGALES EN LA PRENSA LATINOAMERICANA
ARGENTINA
En el periódico La Nación de Buenos Aires apareció publicado en entregas, entre octubre de 1928 y febrero de 1929, La vuelta a Europa en avión, reportaje por la Rusia soviética a los diez años de la revolución bolchevique, con interesantes y novedosas fotos aéreas de ciudades europeas. En 1935, y coincidiendo con su aparición en la revista española Estampa, se había ido publicando en el mismo diario y en entregas Juan Belmonte, matador de toros. Su vida y sus hazañas. El torero era muy conocido y admirado en Argentina. Y el periodista también. En los archivos de La Nación en Buenos Aires se conserva un dosier con recortes de las publicaciones apuntadas de Chaves, así como fotografías y textos de Juan Belmonte y sobre él. Siguiendo un orden cronológico, y ya iniciada la Guerra Civil en España, se publicaron en La Nación dos artículos muy significativos por el momento al que pertenecen. El primero de ellos se titula «Lo que pasa en España y lo que pasará» (8 de agosto de 1936). Posiblemente, es el último que Chaves escribió antes de la salida al exilio. En él se dice:
Durante las últimas semanas, Azaña ha visto cómo la violencia se desataba en España y estando en su mano impedirlo no lo ha hecho. ¿Por qué? Por una lealtad a sus convicciones y un prurito típicamente intelectual de sujetar la realidad al sistema ideológico previamente elaborado que le impedían convertirse en un dictador. Azaña hubiera podido ser el dictador de España: lo sería ahora mismo si quisiera. Desde la derecha y desde la izquierda se lo han pedido una y otra vez, se lo han exigido casi, lo mismo sus correligionarios que sus adversarios. Cualquier otro hombre hubiera convertido el Frente Popular en una dictadura de izquierda. Azaña no ha querido.