Analiza Chaves en el ensayo las concluyentes situaciones que motivaron la caída de Francia y cómo ésta venía preparándose de antemano, pues se advertía en la población una prevención contra el aliado inglés que, cumpliendo con los designios de la propaganda de Goebbels, acabó convertido, desde la óptica del pueblo, en enemigo latente y concitador de las acciones bélicas de los alemanes. Supo Chaves captar la esencia y analizar el comportamiento de las distintas clases sociales: los gobernantes, la aristocracia, el ejército, los comerciantes, el pueblo llano… Trazó, así, un cuadro de una Francia que ya estaba entregada intelectualmente a los nazis antes de que Hitler y sus ejércitos entrasen en París. Pero fue muy crítico con el pueblo («Es inferior a sus gobernantes», decía de él). Lo acusó de complicidad y detectó en él «un egoísmo rayano en el heroísmo». Tenía el periodista la idea de que las masas modernas soportan peor las incomodidades de la supresión de servicios —una línea de autobuses, la recogida de basuras— que la invasión de pueblos indefensos o la anulación de principios absolutos, tales como la dignidad o los derechos del hombre. Son las masas —que no es lo mismo que el proletariado— las que tienen esa falta de sentido capaz de convertir un automovilista atrapado en un atasco en un energúmeno dispuesto a creer que el Gobierno ha fracasado en lo esencial: satisfacer las pequeñas necesidades, evitar la incomodidad del ciudadano. Son esas masas las que han causado la decadencia de las democracias al no tener miras superadoras de contradicciones, sino un «desencadenamiento diabólico de los más bajos instintos». Y sin masas la democracia no tiene razón de existir.

Francia había pasado por los difíciles momentos de las ligas reaccionarias de 1934 y el Frente Popular de 1936 sorteando la guerra civil, con lo que evitó al país una sangría semejante a la de España. Sin embargo, la situación abocó en una suerte aún más nefasta, como fue su lento agotamiento, su «defección», que es algo más profundo que una derrota, y en la que «los ciudadanos no se asesinaban unos a otros, pero poco a poco iban asesinando entre todos al país». La crítica a las migraciones estériles e inoportunas, al egoísmo de las masas que no quieren sacrificar su comodidad, a la inoperancia del ejército, a la corrupción, a la falta de miras de la clase dirigente, a la «claudicación intelectual ante la barbarie hitleriana», a la abdicación de la esencia democrática del país, en definitiva, evidencian cómo para Chaves el sacrificio de Francia en su caída fue inútil. Si Francia no hubiera adoptado los métodos de los Gobiernos totalitarios, se habría salvado para la causa de la democracia. Pero el nazismo, esa especie de «nacionalismo integral», como Chaves lo llama, sedujo a los franceses, más proclives a él que a las veleidades internacionalistas del otro totalitarismo, el comunista. Como en otros países europeos (Alemania, Austria, la misma España…), el espectro de la Revolución rusa, aunque ya alejada, no había perdido su fuerza premonitoria y ejemplarizante para la burguesía. En el enfrentamiento entre ambas ideologías que ensangrentaban Europa, Francia se inclinó hacia el lado de Alemania y se entregó sin resistencia, justificando la entrega con la esperanza de que, sin violencia, no habría destrucción y la cultura material francesa se salvaría para la humanidad. A costa, desde luego, de prescindir de sus mejores hombres y a los que de fuera se habían acogido a la causa de la democracia. No obstante, en el fondo de su ser, Francia era consciente de su claudicación. Sabía, como país biempensante, que en los totalitarismos no hay otra cosa que una brutal expresión de la dominación biológica. Pacifista, demócrata, liberal, Chaves Nogales no se cansaba de decir por todos los medios a su alcance que «Hasta ahora no se ha descubierto una fórmula de convivencia humana superior al diálogo, ni se ha encontrado un sistema de gobierno más perfecto que el de una asamblea deliberante, ni hay otro régimen de selección mejor que el de la libre concurrencia: es decir, el liberalismo, la democracia. En el mundo no hay más».

Salió Chaves de Francia como otros muchos exiliados de la Guerra Civil española, agravada su situación por el hecho de tener antecedentes de oposición al régimen hitleriano, puesto que tuvo que abandonar precipitadamente Alemania cuando la Gestapo comenzó a seguirle la pista en 1933, a raíz de su investigación para el reportaje «Bajo el signo de la esvástica y el fascio de los lictores», aparte de sus muchas colaboraciones en la prensa francesa en las que atacaba a Hitler y ponía en solfa sus teorías, trabajos que, a través del servicio latinoamericano de Havas, aparecían en la prensa de aquellos países. Fue el director de la Cooperation Press Service, Emery Révész, quien lo ayudó en su salida hacia Inglaterra. Personalidades del bando republicano —el presidente de la Generalitat, Lluís Companys; Cipriano Rivas Cherif (hermano de Lola, la esposa de Azaña); Francisco Cruz Salido, redactor jefe de El Socialista; el veterano militante socialista Teodomiro Menéndez y Julián Zugazagoitia, director del mismo periódico— fueron apresados en Francia por la Gestapo y entregados a la policía franquista, trasladados a Madrid y juzgados. Zugazagoitia y Cruz Salido fueron ejecutados. La agonía de Francia se publicó en Montevideo en 1941. Posiblemente, antes salió publicado en algún periódico o, incluso, en algún periódico latinoamericano (desde luego, hasta donde me ha sido posible averiguar, no uruguayo). Su editor fue para Pablo Rocca (2005) un agente cultural que se encuentra entre «quienes construyeron las bases del campo cultural uruguayo». Claudio García democratizó la edición con unos libros que explicaban las situaciones ignoradas por la lejanía geográfica de los acontecimientos y que interesaban por su cercanía temporal. Así fue cómo se conoció en Uruguay en 1941 la situación de que venimos hablando, que se refería a acontecimientos anteriores tan sólo unos meses.

La forma habitual de divulgación de los libros en el Uruguay de los años cuarenta del pasado siglo era la entrega conjunta con el periódico o la publicación del mismo texto en el periódico y por entregas periódicas. Tal vez fue éste el procedimiento seguido con La agonía de Francia, aunque no está constatado. Por ser forma habitual llegamos a pensar que fue así, si bien hay otras posibilidades. El editor pudo haber obtenido el texto de algún periódico uruguayo, incluso argentino, tal vez La Nación, y, sin muchos escrúpulos ni refinamientos, pudo haberlo dado a la estampa con el formato de edición que conocemos: Claudio García & Cía., editores, calle Sarandí, 441, Montevideo, 1941, y con el sello La Bolsa de los Libros. Llevaba un subtítulo: «Versión original española de The Fall of France». El caso es que el librero, descendiente de gallegos, gallego él mismo, editó y distribuyó este ensayo de Chaves en el Montevideo que recababa noticias de la Segunda Guerra Mundial. Había nacido en Vigo, en concreto, en San Pedro de Matamá, de donde hubo de salir con dieciséis años asfixiado por la penuria económica, como tantos otros paisanos. Nació en 1878 y murió en la capital uruguaya en 1949.

Manuel de Castro lo describe así en La Mañana: «Con su figura desgarbada, que remataba una cara ancha de acusado carácter galaico; los mostachos caídos y los ojos nerviosos parapetados tras unos lentes apoyados casi al extremo de la nariz y que miraban al interlocutor por encima de los mismos, Claudio García se desplazaba entre los libros como su elemento natural». Empezó trabajando como peón en la Universidad de Montevideo, en un puesto de compraventa de libros usados, y pasó más tarde por distintos emplazamientos, siempre con negocios en torno al libro y la edición barata. Junto con Orsini Bertani, también como él librero y editor, llevó a cabo la labor de dinamización del sector y de la divulgación cultural que suponía la venta del libro a bajo costo, impulsando desde su estamento los objetivos políticos e intelectuales del Estado. De pensamiento liberal y enemigo del fascismo, Claudio García publicó toda clase de libros: obras literarias, poéticas, filosóficas o políticas, pero tuvo, asimismo, una faceta interesante para nosotros, porque es posible que en ella se encuadre la edición de La agonía de Francia: «Libros didácticos para el incipiente público de la enseñanza media o manuales de todo pelo», en opinión de Pablo Rocca. Un «mercado pedagógico» que supuso un impulso importante en la trayectoria de La Bolsa de los Libros. Los libros eran editados con escaso cuidado en la edición y a bajo precio, ya que se vendían bien y eran de rápido y fácil consumo en los veinticuatro institutos de enseñanza media que había en Uruguay en 1942. Los editores eran nada escrupulosos a la hora de pagar derechos de autor o pedir permisos de impresión, y ésta adolecía del cuidado y el rigor exigibles (Speroni y Zubillaga, 1986, 1999). No era raro que aparecieran reproducciones de recortes de periódicos, sin preocuparse gran cosa de la presentación final. Pero eran de una innegable eficacia divulgadora. En definitiva, Claudio García fue, en opinión de Manuel de Castro (1956), «un benefactor de nuestra cultura y su ejemplo, desgraciadamente, no ha cundido en el país, ya que ningún editor afronta las eventualidades que apareja la impresión de obras de autores nacionales. Y él lo hizo con la mejor dignidad».