Josep Pla
Hacerse todas las ilusiones posibles y otras notas dispersas
Edición de Francesc Montero
Traducción de Ana Ciurans
Destino, Barcelona, 2017
224 páginas, 20.00 € (ebook 8.99 €)
POR ADOLFO SOTELO VÁZQUEZ

Josep Pla (1897-1981) es autor de un libro fundamental de las letras europeas del siglo xx, El quadern gris (1966). Alrededor de éste o quizás como sus complementos, mediante notas heterogéneas, Pla publicó en vida tres títulos más: Notes disperses (1969), Notes per a Sílvia (1974) y Notes del capvesprol (1979), que tienen un aire clásico de cajón de sastre, en el sentido que le dio Camilo José Cela en el prólogo que escribió para su obra Cajón de sastre (1957). Decía allí el futuro premio Nobel: «El cajón de sastre, por definición, es vario y bullidor, abigarrado y con poca afición al orden y menos aún al concierto […]. Dentro de su desorden, el cajón de sastre es piececilla que puede cobrar intención considerada en el orden general de la obra de un escritor». En efecto, los tres libros citados de Josep Pla, que conforman los volúmenes xii, xxvi y xxxv de su Obra completa (Barcelona, Destino), junto con La vida lenta (2014) y Fer-se totes les il·lusions posibles i altres notes disperses (que reseñamos en estas líneas), ambos procedentes de una escritura inédita y desconocida hasta ahora, tienen una importancia excepcional en el orden general de la obra del escritor ampurdanés. Estos diarios y estas notas constituyen la columna vertebral de la visión del mundo y de la vida de Josep Pla: son irremplazables para adentrarse en su apasionante biografía.

Al escribir las primeras notas de Notes del capvesprol, Pla, que cuenta setenta y nueve años y que acaba de conocer la restauración de la monarquía en España a finales de 1975, reflexiona con un tono acostumbrado en su prosa: «El progrés, el progrés moral, històric, racionalístic, el progrés polític, jo no l’he vist mai enlloc en el curs de la meva vida. Més aviat he vist una intolerància, una incomprensió, un retorn a la bestialitat pura i simple» (Obra completa, t. xxxv, p. 13). Estas palabras conviene que las tenga presente el lector de estas nuevas notas inéditas, escritas, en gran parte, a finales de la década de los cincuenta y comienzos de los años sesenta: es la mejor carta de navegación para este proyectado libro del universo Pla, titulado —eligiendo una de las meditaciones más amargas agavilladas en las presentes páginas— «Lo ideal es hacerse todas las ilusiones del mundo y no creer en ninguna. Decepcionante, deprimente, qué se le va a hacer».

El calendario de las notas se distribuye desde 1957 a 1966. Más o menos una decena de años que los textos atestiguan con puntuales referencias de exacta cronología, tanto en la vertiente histórica, política y social como en la dirección personal y memorialista. De la primera faceta, pueden servir de ejemplo las dos siguientes acotaciones: «En este momento de crisis económica tan aguda (mayo de 1959), los observadores políticos cometen, a mi entender, un error. Creen que esta crisis afectará a la situación política y perjudicará gravemente la situación [de] Franco. Creo que exageran. Los países pobres cuentan con una gran ventaja para resistir las crisis» (p. 64); o bien, la que escribe en diciembre de 1974: «En este momento, las dos personas más importantes del país son Manuel Ortínez (director regional del Banco de Bilbao) y el ingeniero Durán Farell, de la Catalana de Gas, la Maquinista, etcétera. Los dos hacen política, pero creen que la manera más eficaz de hacer política, para el país, es hacer economía» (p. 133).

Las referencias cronológicas de dimensión autobiográfica son abundantísimas (es un lugar común de la escritura del maestro catalán). Baste con señalar las referidas al semanario Destino: «Hoy, 24 de febrero de 1962, ha hecho veintidós años —día tras día— que escribo en Destino» (p. 123). Pla se detiene, a esa altura, comienzos de 1962, en varias consideraciones que atañen a su andadura personal y a la vida del semanario del que fue firma señera durante muchos años, en compañía de Camilo José Cela, Álvaro Cunqueiro o Josep Maria de Sagarra. La primera consideración es taxativa: «De Destino, elaborado en Burgos durante la Guerra Civil como órgano de la Falange Catalana, no tengo la menor noticia» (p. 121). La segunda atañe al inicio de sus trabajos y sus días en dicha publicación, con la importante anécdota de la visita a Demetrio Carceller, jefe de la Falange barcelonesa, en la que Pla acompañó a Josep Vergés e Ignasi Agustí, en busca de una subvención anunciada y nunca cumplida. Acontecimiento que vuelve a nutrir la narración más precisa de un texto de 1980, «La revista Destino», incluido en el tomo xliv de su Obra completa, titulado Darrers escrits. Ahora, en 1962, escribe: «Los chicos que entraron en el despacho de Carceller animados y falangistas salieron antifalangistas y acojonados» (p. 122). El semanario marchó adelante gracias a la tenacidad de Vergés: Pla, su fichaje estrella, inició su colaboración a razón de «setenta y cinco pesetas por artículo» (p. 122). La tercera consideración va de crematística. En las notas ahora publicadas se dice: «Cobro quinientas pesetas por número. Quinientas pesetas son veinte de antes de la Guerra Civil» (p. 123). Mientras que, un poco más adelante, nos informa de que «Al empezar el año 1940 cobraba setenta y cinco pesetas por artículo. Ahora cobro cuatrocientas. La disminución es evidente. La moneda vale diez veces menos» (p. 124). Como el atinado lector entenderá, lo importante es la queja económica del mayor activo del semanario. Por último, el texto de 1962 recuerda la fundación de la editorial por parte de Vergés y Joan Teixidor y subraya que tres libros suyos fueron la base inicial de la aventura editorial: Historia de la Segunda República española (1940-1941), Costa Brava. Guía general y verídica (1941) y Viaje en autobús (1942).

Al dar cuenta de la temática de las notas, y al margen de algunas inexactitudes o de algunas opiniones en franca contradicción con otros textos más cuidados del genial ampurdanés, creo que al menos cuatro líneas temáticas tienen presencia notable en el fragmentarismo de esta genuina escritura. La primera trata del carácter catalán y de sus presencias histórica, política y social en las vidas contemporáneas española y europea. Con la inconfundible influencia del pensamiento de Jaume Vicens Vives y el acompañamiento de la lectura meditada de la correspondencia entre Joan Maragall y Miguel de Unamuno, Pla, quien escribe desde su atalaya de observador inteligente de la vida cotidiana —«Nunca he hablado de política […]. En los tiempos que me ha tocado vivir, no podía hacer nada más. Nunca he sido un héroe» (p. 165)—, adivina justamente lo contrario: la desagradable saturación política que le ha embargado mucho tiempo de sus quehaceres. Desde este enclave anfibio escribe sobre la España franquista con un tono intensamente ácido, en especial, entre el capital y el trabajo: «Habrá sido un periodo deslumbrante desde el punto de vista del trabajo no pagado» (p. 61). Durante esta etapa las burguesías de Barcelona y de Bilbao y la clase política parasitaria de Madrid han obrado con pleno acuerdo, beneficiándose, sobre todo, Madrid, «capital del latifundio andaluz y meca del militarismo español» (p. 63), con la bendición de la Iglesia católica.

En el ámbito de su catalanismo, su diagnóstico sobre el «alma colectiva» de los catalanes (que, como acertadamente ha visto el profesor Xavier Pla, bien puede ser un autorretrato) nos presenta al catalán de hoy (comienzos de los sesenta del siglo pasado) como un hombre que «tiene miedo de ser él mismo» (p. 54) y que no quiere pensar en su país, pero, al mismo tiempo, «no puede dejar de ser quien es» (p. 54), y de ahí que, a menudo y «en realidad, nos hallamos ante un dualismo irreductible —doloroso, lacerante, enfermizo—» (p. 57), que genera, de un lado, lo que Pla llama «la enfermedad catalana»: «La permanencia prolongada en este estado ha creado un ser de escasos sentimientos públicos positivos, es decir, un hombre sin patria, incapaz de unirse a otros o compartir intereses, hipercrítico, irónico, individualista, frenéticamente individualista, negativo: un hombre enfermizo, sombrío, desconfiado, tortuoso, escurridizo, displicente, solitario, triste. La enfermedad catalana yace en el subconsciente del país» (p. 54).

Y, de otro, que el catalán, pese a ser «un hombre de la civilización industrial, esto es, un liberal burgués» (p. 55) o «un europeo puro» (p. 193), acaba por ser un fugitivo: «A veces huye de sí mismo y otras, cuando sigue dentro de sí, se refugia en otras culturas, se extranjeriza, se destruye; escapa intelectual y moralmente. A veces parece un cobarde y otras un ensimismado orgulloso. A veces parece sufrir manía persecutoria y otras de engreimiento. Alterna de forma constante la avidez con sentimientos de frustración enfermiza. Aspectos todos ellos característicos de la psicología del hombre que huye, que escapa. […] La careta que lleva puesta toda su vida le causa un febril desasosiego interno. Es un ser humano que se da —que me doy— pena» (pp. 57 y 58).

Esta primera y principal temática que Pla expone con una crudeza extraordinaria deja tiempo y espacio en su écriture du jour a las meditaciones desde sus lecturas, al relato de sus encuentros y relaciones y al ensimismamiento sobre el paso del tiempo, su conducta, su envejecimiento, el alcohol y el sexo.

Sus lecturas de literatura catalana contemporánea —«durante estos años de persecución franquista, la literatura catalana ha dado un paso de gigante» (p. 89)— descubren un cuadro de honor en el que figuran Soldevila, Sagarra y Gaziel como memorialistas; Carner, Riba y Garcès como poetas; Vicens Vives como historiador y Joan Fuster como ensayista. Lectura frecuente de esos años que ven alumbrar la década de los sesenta es el Journal littéraire, de Paul Léautaud, a quien acusa de horizontes limitados y de carecer de curiosidad, polo opuesto de la personalidad y la obra de Pla. Muy interesantes son las breves notas sobre ese libro «inusual» y «extraordinario» que es El doctor Zhivago, de Pasternak. Pla las escribe en 1965, cuando se publica la traducción de la novela al catalán, teniendo muy presentes los apuntes críticos de Antonio Vilanova en Destino durante el otoño de 1958, año en que Pasternak obtuvo el Premio Nobel.

También son apasionantes las diferentes referencias a Carner a lo largo de estas «notas dispersas». Carner «no tiene nada de superfluo» (p. 99), «es sabido que desde Provenza a Alicante se intenta que Carner obtenga el Premio Nobel de Literatura» (corre el año 1952; p. 159). O, incluso, «lo mucho que se esfuerza a veces Josep Carner para no decir nada. Lo que no quiere decir que no está muy bien escrito» (p. 180).

No son tan frecuentes como en La vida lenta las referencias a su relación sentimental con Aurora Perea y, sin embargo, tienen una intensa particularidad. Desde el insomnio y el alcoholismo —«El alcoholismo es algo muy productivo, pero hace un daño terrible, devasta a la gente. Lo sé por experiencia» (p. 143)—, a menudo de una presencia perpetua, la única manera de salir «del culdesac es escribir una carta pornográfica a A.» (p. 157). Carteo pornográfico que le parece «la única forma de correspondencia que concibe con una señora casada» (p. 157).

Los textos de Pla son fascinantes, aunque sean borradores silvestres. Curiosidad, tino mental, escepticismo y distancia se amalgaman para forjar una escritura que fundamenta el consejo de Josep Maria de Sagarra a su hijo Joan, según ha revelado éste en La Vanguardia (4 de marzo de 2018): «Si vols saber el que és la prosa catalana, la millor prosa catalana d’aquest segle, llegeix a Pla».

 

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