Viviana Paletta
La espesura del cielo
Los Libros de la Mujer Rota
98 páginas
Las clásicas «novelas de la selva» han solido ser, por correspondencia, muy frondosas, voluptuosas, complejas y enramadas, a veces incluso espesas, pero eso es algo que, también de una forma natural, estaba destinado a terminar en nuestros lacónicos, sugerentes y fragmentarios tiempos. Lo digo pensando en La espesura del cielo, que se lee en cincuenta minutos, leyendo muy despacio, pero que, engañosamente leve, queda un buen tiempo rebotando en la imaginación, creciendo dentro del lector como esa criatura que crece en el vientre de la narradora de esta novela, que es también la primera que publica su autora, la editora y poeta Viviana Paletta (Buenos Aires, 1967).
Son sólo ochenta páginas de texto, y en muchas de ellas hay un solo párrafo, casi siempre muy breve, o como mucho dos o tres, como si Paletta hubiera querido comprimir al máximo una historia que en verdad se expande mucho más allá del propio tiempo narrativo, y también del espacio, de esa jungla en la que la guerrillera, sola y embarazada, trata a la vez de avanzar y de esconderse, obsesionada únicamente con poder dar a luz antes de que se cumpla su destino evidente: «A qué árbol me agarraré a la hora del dolor».
Aunque desarrolle claramente una historia, no sería ningún disparate genérico defender que éste es, en realidad, un libro de poesía, no tanto prosa poética como poemas en prosa, dado el lenguaje utilizado por Paletta, el enfoque de muchas de sus páginas y esa «sensitividad» en estado de máxima alerta que hace que, en determinados trances, las palabras se desplacen hacia lo abstracto. Por ejemplo, una de las secuencias: «No sabes nada de lo que antes sabías. Recuerdas una y otra vez los mismos hechos, transformándolos cada vez que los tocas, contándotelos nuevamente, creando una memoria nueva cada vez, desechando quizá lo importante. No sé lo que supe. No sé lo que llegaré a saber».
Pero, recordemos, es novela todo aquello cuya autora presente como tal, y desde luego aquí hay una narración, deliberadamente descoyuntada, necesariamente incompleta (a pesar del epílogo, revelador en lo fundamental), que se diría escrita no con lapicero sino con cuchillo, con esos mismos movimientos afilados, hoja contra las hojas, con los que la protagonista se va abriendo paso entre la asfixiante vegetación y que, llegado un momento, explican el precioso título general: «El cielo también como un bosque tiene su espesura. Le abrimos claros a machetazos».
El tiempo principal es el presente de la maleza, del miedo y del embarazo, pero a lo largo del libro hay recuerdos que se remontan incluso a los abuelos españoles, o, más cercanos, al momento en el que la narradora comenzó su activismo dentro del contexto de las guerrillas argentinas (un asunto, más que un argumento, que el año pasado nos brindó una novela excelente: Nosotros dos en la tormenta, de Eduardo Sacheri). El espacio central es el de la selva, pero de nuevo hay «escapadas» a Barbastro o Asturias, y también a las callejuelas bonaerenses de la militancia, o a la añorada casa familiar de los mates y el bizcochuelo. Pero es en lo que respecta a los personajes, imprescindibles para que sea posible hablar de «novela», donde Paletta, con acierto, confía más en los lectores, ya que apenas los nombra una vez, muy de pasada, o con insinuaciones que son a la vez mínimas pero suficientes (Natalia, Eloy, Bermúdez, «Estela y los chiquitos», los desdibujados familiares…), lo justo como para hacerse una idea muy general de las genealogías o de aquellos camaradas que, en un primer momento, la acompañan en el peligro.
Pero todas esas diminutas referencias sirven sobre todo para dejar claro que eso apenas importa, y que hay que centrarse en aquello en lo que ella misma se centra, que es la consecuencia de todo eso sobre lo que se pasa de puntillas: la dinastía, los orígenes, la formación, la ideología, las lecturas, el amor, el sexo, las circunstancias políticas o incluso el azar sólo están allí para explicar por qué tenemos en el corazón del libro a una mujer desamparada, aturdida y asustada: «Soy la última y estoy perdida».
Acompañarla en estas páginas es una aventura triste, pero también, en varios momentos, sublime.