Boy Fracassa
Los poemas de Boy Fracassa
Ediciones Nebliplateada
48 páginas
Lamentablemente tengo que empezar esta nota desenmascarando a Batman: Boy Fracassa es Fabián Casas. Lo es al modo de Rimbaud —Yo es otro—es decir: lo es y no lo es. Escribir con un heterónimo da la posibilidad de un desdoblamiento, de que ese que escribe tenga otra biografía, otros intereses y como consecuencia, otra escritura. Pocas veces la poesía avanza tanto en el territorio de la ficción como para crear no solo una arquitectura en la que hay un espacio particular, un tiempo más o menos lejano y diversos protagonistas, sino también un personaje que está detrás de todo eso, digamos, la invención de un autor. Los poemas de Boy Fracassa traza ese gesto. Y lo hace amparándose en una serie de argucias textuales y paratextuales que hay que ir desentrañando en la lectura para comprender las dimensiones del proyecto.
Pero quizás primero haya que explicar a la persona que dio vida a todo esto. Fabián Casas (Buenos Aires, 1965) es ante todo poeta —lleva publicados más de diez libros en este género—, pero también narrador, ensayista, dramaturgo y guionista de cine. Es un exponente de la llamada generación del 90 en Argentina, el último gran movimiento que ocurrió en el terreno de la lírica. Una oleada más o menos salvaje de jóvenes que hacían un uso del lenguaje radicalmente diferente al de las décadas anteriores. Hubo varias líneas de desarrollo, entre ellas, el llamado objetivismo. Esta generación se caracterizó por publicar en pequeñas editoriales que circulaban en ferias, ajenas al mercado y a los narradores que ocupaban sonrientes las tapas de los suplementos culturales. De ese reservorio de poesía nueva, rodeada de un aura de independencia y épica, surgieron varios nombres de peso, entre ellos posiblemente el más destacado sea el de Casas. Pero después de años de ediciones under, su obra reunida Horla city (Planeta, 2010) se convirtió prácticamente en un best seller. Esto se puede explicar por el mundo particular que recortaba, por la potencia de su poesía, pero también por los movimientos que este poeta hizo, desde la lírica hacia la narrativa, el ensayo, el cine y el teatro. Siempre manteniendo una voz reconocible, encontró nuevos lectores que consolidaron su obra como una de las más originales de la literatura argentina contemporánea.
Todo esto de algún modo introduce este libro, que es el primero de Boy Fracassa en solitario. Previamente unos poemas suyos habían sido incluidos en el poemario de Casas Envíame tus poemas y te enviaré los míos, (Caleta Olivia, 2021). La construcción de este heterónimo es una empresa conceptual. El volumen está constituido por una serie no muy extensa de poemas y un conjunto de paratextos que envuelven el corazón poético del asunto. Un prólogo de Martín Caamaño, traductor del portugués, una contratapa del cantante y poeta Adrián Dárgelos y un postfacio del propio Casas donde la historia mítica de Boy Fracassa se constituye.
Pero entonces ¿quién se supone que es este poeta? Se nos cuenta que nació en suelo norteamericano, pero que, hacia mediados del siglo XX, debió emigrar debido a las purgas macartistas. Emprende entonces un viaje por el continente americano hasta llegar al Amazonas. Allí se radica en una pequeña colonia, pero tiempo después, en medio de misteriosas circunstancias, desaparece en medio de la selva. «Si bien Boy Fracassa escribió en portugués, sus poemas forman parte de la historia de la poesía estadounidense», escribe Casas en el postfacio y da cuenta de sus vínculos con Black Mountain, en particular con Robert Creeley, entre otras figuras. Es innegable que toda esta historia tiene un aire de juego, de broma para entendidos, pero también de cruce de genealogías –la norteamericana, la brasilera, la argentina—, de hermandad entre poetas vivos y poetas muertos, para poner junto lo que siempre ha estado separado. Los poemas también hablan de una tribu, sus integrantes, y sus pequeños acontecimientos sembrados de misticismo.
La mención en los textos complementarios a poetas como George Oppen y Williams Carlos Williams hace pensar en la poesía objetivista, antecedente del objetivismo que tuvo lugar en Argentina. La operación de Casas en este libro une estas dos tradiciones para recordarnos que la potencia de un poema no está solamente en lo que dice, sino fundamentalmente en lo que hace. Un artefacto –lúdico, pero también melancólico– en el que un poeta deserta de su voz, de su historia personal, de sus obsesiones, para emprender una aventura: como quien deja sus pertenencias al costado del camino y se pierde en la espesura.