Pau Luque
Ñu
Anagrama
193 páginas
Hace pocos años el escritor Bernardo Atxaga declaró que imaginaba el futuro de su literatura como el momento en que se quitaba los cordones de los zapatos, los arrojaba lejos y con gran libertad se dedicaba a escribir sin quedar atado a las formas más estrechas de la novela.
Este libro de Pau Luque me ha hecho recordar esa tentativa porque lo primero que emana de sus páginas es un deleite sosegado por el hecho de la escritura en sí misma; por el placer de narrar, reflexionar y divagar a partir de la musicalidad de esas palabras que nombran al mundo, pero que, sobre todo, nombran sus singularidades.
Son tantas las virtudes de este volumen que de manera un poco artificial debo segmentarlas para que la feliz perplejidad en que nos dejan sumidos sus páginas no derive en un confuso entusiasmo. Porque Ñu es un artefacto narrativo en el que todo sucede y en el que nada ocurre; en el que de todo se habla y a la vez no se habla de nada en concreto.
El deleite de esta pieza narrativa sucede de manera conjunta, simultánea, pero su fragmentariedad y su lucidez apuntan siempre a la belleza de la digresión, al flujo de una conciencia y una memoria que encuentra goce en las derivaciones propias de la oralidad, pero sin que haya en ella impostación alguna por calcar la lengua de la calle.
Se trata más bien de la evocación de ese espíritu del diálogo espontáneo en el que los temas se amplían, se condensan, se omiten, se expanden en otros y luego regresan a un punto inicial. Quizá por eso, Ñu me ha recordado espléndidos libros de autores como Sergio Pitol (El mago de Viena) o de Alejandro Rossi (El manual del distraído), en los que lo fragmentario se presentaba no como una estrategia experimental sino como una consecuencia lógica de los vaivenes por los que se desliza la inteligencia, la transparencia de una impecable escritura, las mutaciones de la mirada, las asociaciones pertinentes e ingeniosas, siempre en la búsqueda de una cierta naturalidad del decir.
Quizá un poco lo que menciona Vicente Luis Mora cuando afirma que el texto fragmentario: «…no es sólo más humano que el continuo, sino que es menos artificial, intenta eliminar de raíz el simulacro de una expresión perfecta, limitada al sonido, carente de contexto físico, ausente de los silencios naturales que pueblan cualquier comunicación».
Se sitúa este volumen de Luque más en esta órbita que acabamos de describir, que en la de títulos notables de Julio Cortázar como La vuelta al día en ochenta mundos o Último Round, en los que la estrategia remarcada de superponer diversos discursos de lo real exhibe una voluntad expresiva que intenta apresar una totalidad original, un poco al modo de los libros de misceláneas del renacimiento.
El deleite de leer Ñu proviene de la impresión de sentirse rodeado de una arena que siendo arena intenta esbozar formas sólidas que luego la propia lectura disgrega. Un incesante ejercicio en el que lo cronológico pierde sentido, puesto que cada grano es parte del mundo y es el mundo en sí mismo.
Fascinante resulta, en ese sentido, el guiño humorístico del autor cuando comenta que intentó implicar a su hija pequeña en el armado definitivo del volumen, dándole los principios de cada fragmento para que ella los ordenase. Juego que la niña rechaza, pero que los lectores podemos retomar cuando releemos el texto en función de sus bloques más seductores, sin seguir la numeración de sus páginas y reordenando el trabajo original del autor según nuestro criterio.
Ñu representa en un sentido amplio un momento muy significativo de una de las posibles señas de identidad de la narrativa hispánica reciente. Un acucioso ensayo de Mora que ya hemos citado realiza un prolijo inventario de obras signadas por la escritura en fragmentos como pueden ser: La historia de mis dientes de Valeria Luiselli; El váter de Onetti de Juan Tallón, Oscuro bosque oscuro de Jorge Volpi, De música ligera de Aixa de la Cruz, Cómo dejar de escribir, de Esther García Llovet, entre muchos otros a los que yo agregaría: ¿Que qué me pasa, muchacho? de Nicolás Melini, Pregúntale al bosque de Blanca Riestra y 5:37 de José Luis Torres Vitola.
Sin embargo, me parece adecuada la referencia a Sergio Pitol que asomé párrafos atrás por varios motivos. La primera, por una especulación pertinente, ya que leer con todos los sentidos es especular, es imaginar; Pau Luque es un autor español que reside en México (del mismo modo que Andrés Barba reside en Argentina y Hernán Migoya en Perú. ¿Un futuro sub-conjunto de la literatura de nuestra lengua?) por lo que no es improbable que el universo literario mexicano gravite con fuerza en su escritura. Pero yendo a aspectos más concretos, Sergio Pitol imaginó en uno de sus volúmenes un libro de una libertad absoluta y suicida que percibo, con algunos matices, ha encarnado en Ñu: «Me agrada imaginar a un autor a quien ser demolido por la crítica no le amedrentara. Con seguridad sería atacado por la extravagante factura de su novela, caracterizado como un cultor de la vanguardia, cuando la idea misma de la vanguardia es para él un anacronismo…Y volverá entonces a las andadas, dejará intersticios inexplicables entre la A y la B, entre la G y la H, cavará túneles por doquier, pondrá en acción un programa de desinformación permanente, enfatizará en lo trivial y dejará en blanco esos momentos que por lo general requieren una carga de emociones intensas».
La hechura de esta narración tiene algo de esa estrategia elusiva en la que el lector percibe el efecto hipnotizante de sus páginas, pero al mismo tiempo siente que se le escurren constantemente, que no es capaz de fijar sus estrategias y encontrar un camino completamente recto a la almendra de su sentido. Cierto es que hay un motivo general del que podríamos echar mano para comprender el centro al que nos conducen sus historias: la idea de que no es necesario ni posible encontrar soluciones a los problemas; pero al mismo tiempo Ñu se edifica como un delicioso problema de comprensión que no deseamos resolver.
Nos basta la respiración sublime de sus páginas. Queremos seguir la divagación, las asociaciones que signan sus fragmentos. Somos cómplices absolutos de las dudas del narrador, que mientras escribe, esboza las interrogantes que lo asaltan, expone sus hallazgos, pero también deja visibles los momentos de su extravío.
Pero por otro lado, hay un punto esencialmente seductor en este volumen de Pau Luque que también lo conecta con los momentos más entrañables y definitivos de Sergio Pitol. El gusto por personajes de una seductora excentricidad. El libro abre con el retrato de Di Bastone, un sujeto que ha realizado tareas imposibles como ser bailarín sin saber bailar, Maitre en un restaurante francés sin hablar ni una palabra de esa lengua; Babysitter sin experiencia ninguna en ese complejo oficio. Un personaje que además, solo se mueve por el centro de Génova y que durante tres años sirve al protagonista de este libro como una suerte de guía de las singularidades y secretos que abriga esa ciudad italiana.
Del mismo modo, también incorpora en sus páginas a Curiel Jordana, poeta de ideas elípticas que constantemente le va ofreciendo claves insólitas para la hechura de este volumen y que regentó un bar sofisticado en Villafranca del Penedès que por una confusión terminó siendo sitio de intercambio de parejas; o a la encantadora Federica que le muestra los modos de salir de un laberinto sin verbalizar nunca el método para hacerlo; o a Joel, chico que convierte sus brackets en un modo de la imaginación y la literatura.
Pero el propio protagonista del libro está tomado por una encantadora excentricidad que crea momentos de inteligente humor y que ayuda a construir este libro en el que aparte de los episodios anecdóticos, nos encontramos con textos ensayísticos de filosa levedad en los que reflexiona sobre la obra de Iris Murdoch, sobre la relación de los idiomas y el discurso amoroso, sobre la necrópolis de Staglieno o incluso sobre la literatura que busca saturar heridas o que intenta abrirlas. Reflexiones signadas por la lucidez, pero también por la transparencia de quien con sus palabras aclara la intimidad de su mundo y nos hace cómplice de sus febrilidades.
Sin duda, Luque ha escrito un libro inolvidable, construido para incitar a la relectura, al cuestionamiento de nuestras certezas, a la feliz inconformidad con sus teorías, a la iluminación de muchos aspectos de lo literario y lo vital.
«Celebremos que no podemos encontrar la solución porque eso querrá decir que no hay problema», se dice en la página 84 de Ñu. Este libro es celebración de una escritura que se aleja de las soluciones y que reproduce el vértigo de esa imaginación cuyo hallazgo es su gusto por el pequeño abismo cuyo fondo se desconoce.